Orgullo: la fiesta de la vida sobre el miedo
"Es una fiesta de la visibilidad, por más que alguien quiera negar la dignidad de la bandera arcoíris y arrinconarla".
Hace casi un año en A Coruña, la madrugada del 3 de julio de 2021, un chico llamado Samuel era asesinado frente al mar de Riazor. “¿Maricón de qué?” fue su respuesta ante una primera agresión verbal, que desembocó, minutos después, en una brutal paliza. “Maricón de mierda” fue lo último que pudo escuchar Samuel mientras una jauría humana, inhumana, acababa con su vida a patadas y puñetazos.
Aquel dolor no ha desaparecido. Se sigue proyectando en miles de delitos de odio, agresiones, casos de acoso escolar y laboral, insultos y comportamientos humillantes que afrontan, en nuestro entorno, las personas LGTBI. En el transporte público, en un aula, por la calle, en una consulta médica o en los lugares de trabajo.
No son anécdotas ni episodios irrelevantes. Son expresiones de una violencia cotidiana, latente, que nunca ha desaparecido. Esas actitudes fóbicas han llegado, incluso, al extremo de negar la existencia de las personas trans, vulnerables entre las vulnerables, involucradas en la génesis de las luchas sociales y políticas que cristalizan en esta celebración del 28 de junio. Aquellas que defendiendo sus derechos han blindado, a su vez, los derechos de todos y de todas las demás.
Es ese activismo de la comunidad LGTBI, hermanado con el feminismo e impregnado de valores cívicos, el que nos ha traído hasta aquí, imprimiendo su sello en la Ley de igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos LGTBI, aprobada ayer mismo en Consejo de Ministros. Es un hito jurídico decisivo, un suelo firme desde el que nuestro país debe seguir avanzando, sin pasos atrás, en demandas que no admiten cuarentenas ni compases de espera.
El 72% de las personas LGTBI oculta su orientación sexual en el ámbito laboral, según datos del Proyecto Europeo ADIM, y muchas de ellas se exponen a bromas, actitudes de desprecio, rechazo, aislamiento o mobbing. En esa línea se ha desplegado la acción del Ministerio de Trabajo y Economía Social, con la ratificación ya en marcha del convenio 190 de la OIT sobre acoso y violencia; desarrollando guías y protocolos que propician espacios de trabajo seguros, diversos e inclusivos; y mejorando la empleabilidad de las personas LGTBI, especialmente de las personas trans, como hemos hecho con las medidas que contempla la nueva Ley de Empleo.
El Orgullo, que hoy conmemoramos internacionalmente, es un homenaje consciente a las conquistas y al camino recorrido por el movimiento LGTBI. También a la energía renovadora y al impulso democrático que aporta a nuestra sociedad.
Es una fiesta de la visibilidad, por más que alguien quiera negar la dignidad de la bandera arcoíris y arrinconarla. Es difícil parar ese canto de disidencia, porque desborda los balcones, los parlamentos y alza su voz desde muy atrás.
El Orgullo nos otorga para ello un nuevo lenguaje, que proclama el deseo y la voluntad de las personas y que deshace esa confusión interesada entre ‘lo normativo’ y ‘lo normal’. ¿Qué es ‘lo normal’ sino una expresión que enmascara intolerancia y rechazo hacia las diferentes orientaciones sexuales, identidades y expresiones de género?
El Orgullo desata corsés morales que asfixiaron nuestro pasado e intentan aún condicionar nuestro presente. Proclama la rebeldía de un beso, en una pantalla de cine, en una plaza, en un poema. Abre la puerta de los armarios y desarma los discursos excluyentes.
El Orgullo consagra la libertad de ser, y por tanto de amar, o no amar. Nadie lo puede borrar de los libros de texto porque lo ha escrito en el aire, como una epopeya en minúsculas, la gente que continúa defendiendo derechos que son, insisto, de todas y de todos. Derechos colectivos, no derechos de un colectivo.
Este 28 de junio presenciamos, con estupefacción e impotencia, la regresión en los derechos reproductivos y sexuales de millones de mujeres en los Estados Unidos. No hace tanto tiempo, aquí en España, el principal partido de la oposición mantenía vivo, ante el Tribunal Constitucional, un vergonzante recurso contra el matrimonio igualitario. También de eso trata el Orgullo. De no olvidar que los derechos más fundamentales pueden ser vulnerados. Que la exigencia es defenderlos cada día, frente a quien desde un tribuna política, desde las redes sociales o un medio de comunicación, estigmatiza e intenta degradar a la comunidad LGTBI con su discurso de odio.
El Orgullo es por eso una fecha para la memoria común, para el reconocimiento y la alegría. Un día luminoso que no nos permite olvidar a Samuel, su sonrisa, su promesa de vida. Las vidas de tantas personas y familias LGTBI que se sobreponen al silencio, la invisibilización y la violencia. ¿Es una fiesta? Sí, también lo es. La fiesta de nuestros derechos, del respeto, la de la vida sobre el miedo. La música que nos permite bailar sobre el menosprecio y las ofensas. Un imparable deseo de dignidad y de igualdad que, al fin, nos transforma y nos hace mejores.