Yo soy muchos y todos ellos votan izquierda
Los socialistas, los comunistas y los anarquistas no pueden entenderse sin el magisterio anterior de aquellos liberales que combatieron el despotismo.
En dos artículos publicados hace unos días en varios medios de comunicación he afirmado que soy liberal y voto izquierdas, que soy comunista y voto izquierdas. Me sabe mal que todo quede ahí, porque no solo soy liberal, ni solo soy comunista. Ya nos recordó nuestro amado Luis Eduardo Aute, que se marchó en este tiempo de pandemia, lo que afirmaba San Agustín, el obispo de Hipona,
—Yo soy dos y estoy en cada uno de los dos por completo.
Así las cosas, con dos valdría, de no ser porque Robert Louis Stevenson, al crear a su Doctor Jekyll y a su desdoblado Mr. Hyde, nos trasladó la misma reflexión amplificada, la verdad de su descubrimiento, su espantosa catástrofe,
—El hombre no es realmente uno, sino dos. Digo dos, porque el nivel de mis conocimientos no me permite ir más allá. Otros seguirán, otros me dejarán atrás en esa misma especialidad y me aventuro a conjeturar que en última instancia, el hombre será conocido como una mera comunidad de múltiples habitantes, incongruentes e independientes.
Liberal, por lo tanto, comunista también, pero no solo. Para que llegaran los comunistas debieron existir antes los socialistas, aquellos que creían firmemente que la justicia y la solidaridad harían el milagro de traernos un mundo mejor. Aquellos socialistas utópicos de la primera oleada, que fueron seguidos por los marxistas, en abierto debate simultáneo con los anarquistas.
Debates pacíficos y educados durante aquellos primeros encontronazos entre Marx, Engels y Proudhon, enfrentamientos más agrios cuando la primera gran organización internacional, la AIT, se vio tensionada entre marxistas y bakuninistas, hasta su ruptura definitiva.
Enfrentamientos que llegaron a España, donde los enviados de Bakunin, como Giuseppe Fanelli, captaron a sus primeros seguidores como Anselmo Lorenzo, el abuelo del anarquismo español, mientras que Paul Lafargue, exiliado en España y casado con Laura Marx, hacía buenas migas con los redactores del diario La Emancipación, entre los que se encontraban Pablo Iglesias, José Mesa, o Francisco Mora, que constituyeron el primigenio núcleo socialista que acabaría fundando la UGT y el PSOE.
Más allá de los unos y los otros, siempre me he sentido más cercano de sus herederos Salvador Seguí, Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, Pablo Neruda, Ferrer i Guardia, Julián Grimau, Miguel Hernández, Ángel Pestaña, Marcelino Camacho, o Juan Gómez Casas, que de aquellos otros que prefirieron emprender, o alentar, la acción violenta por activa o por pasiva. Como gustaba decir Melchor Rodríguez, el Ángel Rojo,
—Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas.
O como bien decía también el poeta comunista y cristiano José Bergamín:
—Con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más.
Y dónde él decía comunista puedes terminar poniendo el nombre de cualquier ideología a la que decidas dedicar tu vida.
En cualquier caso, los socialistas, los comunistas y los anarquistas no pueden entenderse sin el magisterio anterior de aquellos liberales que combatieron el despotismo, más o menos ilustrado, hasta verlo caer al grito de “libertad, igualdad, fraternidad”, justo antes de entonar La Marsellesa.
Como no se pueden entender aquellos liberales sin los numerosos milenaristas que esperaban la inmediata llegada del Reino de los Cielos y, en el mientras tanto, se dedicaban a construir el Reino de Dios en la Tierra. Aquellos que, herederos del profeta de Nazaret, a lo largo de los últimos 2.000 años, fueron sembrando las semillas que permitieron florecer las ilusiones, las esperanzas, los sueños de los pobres, los condenados de la Tierra de Frantz Fanon, los últimos de Lorenzo Milani, los oprimidos de Paulo Freire, los miserables de Victor Hugo, el proletariado y el subproletariado de los que nos hablaron Karl Marx y Friedrich Engels, los nadies en la voz poética de Eduardo Galeano.
Así que, de todos ellos llevo algo dentro. No he ido pasando de unos a otros, he ido sumando los unos a los otros, añadiendo capas, integrando a todos sin renunciar a ninguno de ellos. Por eso, tal vez, desde la pluralidad de las ideas y la diversidad de las propuestas que nos habitan, desde el equilibrio siempre precario de cuanto sigue vivo, es posible votar futuro, votar progreso, votar izquierda.