Vox es todo un insulto
La utraderecha ha normalizado el insulto sin que hayamos hecho algo para evitarlo. Tal vez sea tarde para dar marcha atrás.
Hay gestos o decisiones que dicen mucho más que cualquier eslogan, promesa o programa electoral. Exceptuando al Gobierno, no hay partido del ámbito político del que se hable, debata y analice más que Vox. Apenas hay grises porque una formación así no admite ese tono: o es negro o es blanco. No hay matices porque es el propio Vox el que se nutre tanto de odios como de amores. Los equidistantes no interesan. Lo dijo Benito Mussolini el 24 de marzo de 1924 en el discurso conmemorativo de la fundación de los Fascios de Combate: “O se está a favor o en contra (...) Quien no está con nosotros, está contra nosotros”.
Es cierto que muchas de las declaraciones y propuestas de la formación de Abascal provocan un sudor frío que recorre el espinazo. Pero es igual de cierto que no son pocas las veces que se olvidan queriendo creer que son meras exageraciones, boutades, arrebatos coléricos. Mera palabrería provocadora. Por eso, para conocer cómo son de verdad, es recomendable fijarse en los detalles: la anécdota elevada a categoría.
La limitación temporal de la cuenta en Twitter de Vox desde el 21 de enero es uno de esos casos en los que el partido está mostrando su verdadero perfil, una anécdota que revela toda una forma de ser. El partido de ultraderecha prefiere dejar de publicar sus tuits —algo que, todo sea dicho, muchas veces se agradece— con tal de no rectificar. La única exigencia de la red social es que Vox elimine un mensaje —uno, no más— en el que decía no soportar “que con dinero público promováis la pederastia”. Una frase que, fuera de contexto, todo el mundo respaldaría, pero que es intolerable cuando se trata de una acusación directa hacia Adriana Lastra en particular y hacia el PSOE en general.
Twitter entiende que esa publicación incita al odio y Vox esgrime la libertad de expresión (libertad que, por cierto, no es un cajón de sastre donde todo cabe) para vomitar lo primero que se le pase por la cabeza. Si la formación de Abascal eliminase ese mensaje, su cuenta quedaría liberada y podría utilizarla de nuevo sin mayor problema.
Es un caso puntual que dice mucho más de lo que parece: Vox se aferra a no dar ni un paso atrás, sacar pecho y ofrecer una mirada desafiante. No pierde ni un segundo en pensar que tal vez se ha excedido (que lo ha hecho) en la acusación, que tal vez ha cruzado una línea roja (que la ha cruzado), que tal vez podría haber sido igual de crítico recurriendo a algo mucho más inteligente como la ironía (recurso que probablemente desconozca). Pues no: nunca, jamás, asumir un error.
¿De verdad es de fiar alguien que jamás reconoce yerro alguno? ¿Hay algo más reconfortante, sano y digno que un político asumiendo un fallo? ¿Hay algo más peligroso que un político que dice no equivocarse jamás?¿Acaso no cometemos todos errores a diario? Hay tanta grandeza en el acierto como en el reconocimiento de un error. Lo contrario es soberbia y cerrazón. Por eso, sólo en un partido que ondea la bandera de ‘ni un paso atrás’ tiene sentido que utilice calificativos como el de ‘la derechita cobarde’. Cobarde, para Vox, es dudar, rectificar, no caer en los extremismos y, sobre todo, pensar (aunque sea un poco) antes de hablar o de tuitear.
Lo más inquietante no es la actitud del partido de extrema derecha en su litigio contra Twitter. Lo más aterrador es saber que este partido cuenta con millones de respaldos ciudadanos en forma de votos y más de medio centenar de asientos en el Congreso de los Diputados.
Lo peor es que cada vez cuenta con más poder para decidir nuestro presente y delinear nuestro futuro. Y lo más descorazonador es saber que no importan las barrabasadas que cometa, que jamás dará marcha atrás. Siempre adelante, arrasando con todo y sin sentirse concernido por los damnificados que quedan atrás. No es que sean así, que lo son: es que todo forma parte de una estrategia con la que Vox intenta inocular la idea de que es el único partido que sabe de verdad lo que quiere, sin dudas y sin cuestionamientos. Con dos cojones, pase lo que pase y digan lo que digan.
Es un doble problema: de fondo, pero también de forma. Echen la vista atrás y recuerden si hace cuatro, diez, veinte años, el lenguaje que utilizaban los políticos era mínimamente parecido al que se emplea hoy. Por supuesto que no. ¿O acaso creen que en 1995, por ejemplo, comentarios como este no hubieran generado un escándalo nacional?
Vox ha normalizado el insulto y lo rentabiliza sin que hayamos hecho algo para evitarlo. Entre todos se lo hemos permitido y ahora ya es tal vez demasiado tarde para dar marcha atrás. Como sociedad —probablemente los medios de comunicación hemos sido los máximos responsables— nos hemos equivocado al dejarlo pasar. Es un error que todos debemos reconocer y asumir. Por mucho que Vox no entienda qué es eso.