“Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”
Es imprescindible que el mundo avance gracias a la tecnología, pero debe hacerlo en beneficio de la mayoría y no en el de unos pocos.
El ser humano por naturaleza es reacio a los cambios sin ser consciente de que, en muchos casos, son inevitables y pueden suponer mejoras sustanciales en nuestras vidas. En una época como la que vivimos, de cambios profundos y acelerados, como consecuencia de la globalización y de los avances tecnológicos que se están produciendo, dichos cambios están provocando una gran incertidumbre en una parte muy importante de la población.
Si tenemos en cuenta que los recursos económicos que obtenemos la mayoría de los mortales son consecuencia de las rentas del trabajo, algo que nos permite cubrir las necesidades básicas como comida y vivienda, además de disfrutar del ocio y la cultura, entre muchas otras cosas, nos produce pánico escuchar que los robots y esos “seres malvados” que son los algoritmos van a sustituir a los humanos en una gran parte de los trabajos existentes hoy en día, además de provocar pesadillas que anticipan un mundo futuro donde los seremos humanos somos esclavizados por los robots.
La historia nos debe permitir mirar las cosas con perspectiva y si echamos la vista atrás, comprobaremos que los trabajos más duros que en el pasado hacía el ser humano en el campo o en las fábricas ahora los hacen máquinas, mejorando con ello considerablemente la vida de los trabajadores. Es cierto que esta mecanización ha eliminado puestos de trabajo, pero nadie se plantearía hoy sustituir las maquinas que hacen esos trabajos para aumentar las necesidades de mano de obra.
Por eso tenemos que seguir utilizando la tecnología para mejorar las condiciones laborales y de vida de la mayoría, poniendo a las maquinas al servicio del ser humano y convirtiéndolas en nuestras principales aliadas. Hay estudios que indican que los puestos de trabajo que destruirá la tecnología harán surgir otros nuevos, en la misma o mayor proporción. Si esto es así, no tenemos nada que temer. Por contra, otros autores indican que se producirá una destrucción neta del empleo, por lo que habría que ir pensando en la reducción de las horas de trabajo semanales para un mejor reparto del trabajo y especialmente para mejorar nuestra calidad de vida.
Sobre lo que no hay ninguna duda es que se está produciendo un aumento en las desigualdades, que pueden estar provocadas, en parte, porque los dueños del capital ven aumentar sus recursos a mayor velocidad que en épocas previas gracias a las inversiones en tecnología. Esto es lo que hay que conseguir regular. Es imprescindible que el mundo avance gracias a la tecnología, pero debe hacerlo en beneficio de la mayoría y no en el de unos pocos. Esta es la gran tarea que tenemos los responsables públicos por delante y para ello debemos entender los cambios que se están produciendo para impulsar las regulaciones que permitan que los avances tecnológicos se den a la mayor velocidad posible, de una forma equilibrada y en beneficio de todos. Si no lo hacemos así, se incrementarán las resistencias a los cambios.
El miedo a estos cambios y a como afrontarlos de forma razonable está llevando en muchos casos a poner muros que los frenen, quedando los territorios que hacen esto en desventaja respecto a los que los aprovecharán para un mayor desarrollo. Si nos fijamos en la evolución económica de los distintos países comprobaremos que a los que mejor les ha ido es a aquellos que han utilizado con mayor intensidad la tecnología y la innovación.
Los robots y las tecnologías al servicio de la mayoría de la población, este debe ser el objetivo. Debemos evitar que nuestros miedos nos impidan aprovechar las grandes oportunidades de desarrollo que se nos presentan y que estas oportunidades no beneficien sólo a una minoría, incrementando las desigualdades.