Veinte de pecho por la libertad de información
Nuevamente, me despertó el humo que se colaba dentro de la habitación. Salté desde la litera y levanté a mis compañeras de cuarto, lista para evacuar. Abrí la puerta y me encontré con un pasillo desierto, oscuro y silente. Ya no estaban los bomberos de la noche anterior, ni las sirenas, ni los colegas gateando en pijamas. Estaba alucinando.
Cuando me invitaron a un taller en el Ecu911 no sabía qué esperar. He sido periodista la mitad de mi vida y el curso de ambientes hostiles ya lo hice en el extranjero, así que es difícil impresionarme. Pero lo hicieron.
Primer día. Conociéndonos mejor
La paramédica torció la boca al medir mis signos vitales: presión arterial, 140 / 110. Mi mente no lo sabía, pero el corazón estaba inquieto y solo se calmó después de cenar y compartir con los anfitriones.
Nos presentamos 28 periodistas procedentes de todo el país y de perfiles diversos. Eran más de las 10pm pero las clases empezaron como si acabáramos de tomar una siesta.
Cuando la noche parecía terminar, nos acomodamos en las habitaciones sin intención de conocernos mejor. Exhaustos, acostados en las literas, admirando las luces de Quito desde el estratégico monte Itchimbía a 2862 msnm, cuando el humo ingresó por los cuatro lados de la puerta. De repente, las sirenas y el aviso de evacuar.
Amanecimos todos en una misma carpa, cobijados por la neblina y atormentados con los ronquidos.
Segundo día. Citas a ciegas
Antes de que saliera el sol, un capitán del ejército nos esperaba para el acondicionamiento físico. En pantaloncillos cortos, con voz fuerte y espíritu sereno guiaba el trote mientras cantaba al estilo militar: Esta cuestita que risa me da... Jajajajajajajá... Yo quiero ser un reportero... Reportero, pero de los buenos...
Clases, todo el día, clases. Un instructor tras otro. Café tras café. Cabeceando, bostezando, evacuando, corriendo. Mirando las brújulas, buscando el sol, el musgo, 20 de pecho, y más café. Imparables, como un bombero, como un evaluar, como un reportero.
Tercer día. Es hora de rezarle a su santo
A las seis de la mañana, mientras trotábamos algunos kilómetros más alrededor del parque, encontramos una torre de rapel que nos esperaba escondida tras la bruma. Los cánticos del capitán eran más alegres y reconfortantes. Nos dio sus bendiciones antes de estirar.
Jóvenes y experimentados brigadistas de la Cruz Roja impartieron una clase práctica de primeros auxilios. Después, al centro de Quito para conocer la primera y mejor equipada unidad de bomberos de la capital. Pero aquel no era un tour, sino una distracción. En Itchimbía se preparaban para ponernos a prueba.
El instructor recibió una "alerta" de explosión y regresamos de inmediato a las instalaciones. De aquí en adelante todo es confidencial (guardo la sorpresa para las generaciones que vengan), y será un secreto entre quienes lo vivimos y las decenas de caminantes y sus perros curiosos que se detuvieron a observarnos intrigados en el parque.
Solo contaré que – en una sola hora – hicimos lo que haría un paramédico, un socorrista, un miembro de fuerzas especiales del ejército, un periodista, un amigo, un héroe. Que al iniciar tenía taquicardia y vértigo. Que a la mitad lloré y me retiré el traje de bombero. Que me lo volvieron a poner. Que invité a ser mi pasante al soldado atrevido que me llamó "periodista de escritorio". Que salté al vacío gritando que "soy madre, que no me vayan a matar". Y que al final sentí como si hubiera ganado un triatlón... cuya copa imaginaria se la dedico a mis compañeros de la brigada "Bravo".
Un curso de ambientes hostiles para periodistas, que se dicta en los Estados Unidos o Gran Bretaña, puede costarle a un latinoamericano como yo cerca de Introduzca texto aquí0 000 entre visas, pasajes, hoteles, viáticos e inscripciones. Pero con la optimización de recursos de las instituciones articuladas del Ecu911, esos costos se abaratan. Finalmente, los participantes no pagamos nada.
Me retiré cojeando, mojada, y con las piernas (aún hoy) amoratadas. El cabello fijo con espuma de extintor y la camisa manchada de sangre falsa y también real. Recibí mi diploma y di las gracias. Caminé hasta el carro de la mano de mi marido, con el morral al hombro y cantando: Prepara tu maleta, tu chute y tu fusil... Que esta misma noche vamos a combatir... Mis padres me dijeron loca de profesión... ser reportera fue mi decisión".