Usar productos de segunda mano ya no se considera cutre
Comprar productos usados ahora está bien visto entre los jóvenes, en parte por una mayor conciencia ambiental.
Al principio, los padres de Carlos no le creían. ¿Cómo su hijo, de 27 años y con un buen trabajo, iba a comprarse ropa de segunda mano? Sabían que el joven no tenía necesidad de llevar prendas usadas, algo que consideraban poco higiénico, así que directamente optaron por pensar que se lo inventaba.
Carlos también sorprendió a una amiga cuando le confesó entusiasmado que era fan de Humana, una cadena de ropa de segunda mano con más de 40 tiendas en Madrid y Barcelona. Resulta que ella también era fan, pero le parecía que Carlos no daba tanto el ‘perfil’.
Según los datos proporcionados por Humana, el perfil de sus clientes lo forman personas que buscan prendas de calidad, de marca o vintage a precios económicos, pero también gente que, por conciencia ambiental, busca moda sostenible y ropa usada. “Es un colectivo formado por adultos y un número creciente de jóvenes”, señalan desde la compañía en referencia a este último grupo.
Carlos pertenece a ambos ‘colectivos’. El joven, que es fotógrafo y vive en Madrid desde hace cinco años, cuenta que nunca le había importado comprar productos usados, pero que realmente empezó a hacerlo de forma habitual desde el pasado otoño, cuando descubrió Humana. “Hasta entonces, las tiendas de ropa de segunda mano que conocía eran caras. Quizás encontraba polos por 25 euros, y para eso me los compraba de primera mano”, explica.
“De repente descubrí que Humana tenía ropa bonita, y me pareció maravilloso”, dice. Fue también en ese momento cuando empezó a leer sobre lo contaminante que es la fabricación de ropa, algo que Carlos describe como “horrible”. Según datos del Parlamento Europeo, para elaborar una sola camiseta de algodón se necesitan unos 2.700 litros de agua dulce, que equivale a la cantidad de agua que bebe una persona en dos años y medio. Se estima que la compra anual de ropa de cada europeo ‘genera’ 654 kilos de emisiones de CO2.
Para Carlos, estos son suficientes motivos para seguir comprando productos usados. “Cada vez lo hago más, por precio, por reutilizar, y por evitar tanto consumo y tanta compra, que fabricar ropa consume muchísimo”, apunta.
Según un estudio de Ipsos para Wallapop, el 30% de los españoles ha comprado ropa de segunda mano en el último año; el 68% de la gente afirma que la sostenibilidad de un producto afecta directamente a su decisión de compra; y se prevé que uno de cada cinco españoles comprará más productos usados que nuevos en los próximos cinco años. Un informe elaborado por Milanuncios señala que el mercado de segunda mano en 2020 en España ahorró tanto CO2 como dejar Madrid sin tráfico durante siete meses.
“Es verdad que antes había un cierto prejuicio sobre este tema [el mercado de segunda mano], pero cada vez menos”, aseguran desde la empresa Humana, que registra un aumento de ventas del 38% desde 2015.
El movimiento ecologista, clave
En Cash Converters, una compañía australiana de compraventa de productos usados con 80 tiendas en España, también han notado esta tendencia creciente. Miguel Giribet, CEO de Cash Converters, sostiene que el cambio de mentalidad se venía dando desde 2015 o 2016, cuando la gente empezó a tomar conciencia del “impacto que tiene nuestro consumo en el medio ambiente”. No obstante, a partir de 2019 todo se ha acelerado.
“En los últimos dos años ha habido un punto de inflexión brutal”, reconoce Giribet. El CEO se refiere al movimiento ecologista Fridays for Future, que estalló en 2019 liderado por la activista sueca Greta Thunberg y sacó a las calles a estudiantes de todo el mundo para protestar contra el calentamiento global. Esta pequeña revolución también inspiró a la gente —sobre todo jóvenes— a cambiar sus hábitos para hacerlos más sostenibles, y ha repercutido en la compra de productos de segunda mano por convicción más que por necesidad.
Cash Converters se ha adaptado a esta evolución, y ya no representa sólo “una solución económica para ciertas personas en ciertos momentos”, sino que busca “tener un impacto en la sociedad y en el medio ambiente a través de un cambio de hábitos de consumo en las familias”, explica Giribet.
“Igual que antes sólo comprábamos coches de segunda mano, ahora cada vez vemos más familias que vienen con sus hijos a comprarse una bici, una Nintendo o un móvil de segunda mano”, ilustra el CEO de Cash Converters.
Marina, una periodista malagueña de 27 años, también se ha aficionado desde hace poco a las compras de segunda mano. Concretamente, a los juegos de mesa, que se convirtieron en su pasatiempo favorito durante la pandemia. “Empecé a comprarlos así desde el pasado mes de octubre porque me lo recomendó mi hermano”, cuenta.
Para ello utiliza grupos de compraventa en Facebook y aplicaciones como Wallapop, explica Marina, que, aunque al principio era “un poco reticente” por temor a encontrarse fraudes y engaños, asegura que “la experiencia hasta ahora ha sido buena”.
Como en el caso de Carlos, la principal desconfianza en su entorno viene de parte de sus padres. “Tienen miedo de que me den gato por liebre”, dice la joven. “Pero hasta ahora me he encontrado todos los juegos muy cuidados, con el empaquetado para que no se dañe nada, y todas las fichas con su bolsita de zip”, describe Marina.
Una costumbre europea que cala cada vez más en España
Miguel Giribet, que vivió unos años en Alemania y en el norte de Europa, se acostumbró allí a ver que “comprar de segunda mano era algo normal”; no en vano los suecos tienen un concepto para referirse a la “vergüenza de comprar ropa nueva” (köpskam). Cuando Giribet comparaba aquello con España, decía: “Estamos a años luz”. Pero ahora la situación no es tan lejana: “Poco a poco, los españoles vamos incorporando también esto a nuestros hábitos de compra”, celebra.
Además del cambio de “sensibilidad” entre sus clientes, en Cash Converters han notado que cada comprador gasta más dinero en sus tiendas, y si en 2019 el ticket medio era de unos 35 euros, actualmente ronda los 60. “La gente busca productos de segunda mano cada vez más cualitativos”, explica su CEO.
Para Giribet, la clave está en el cambio generacional. “Si hace diez, quince o veinte años les dijéramos a nuestros padres que compraran productos de segunda mano, seguro que no estaría bien visto socialmente”, indica. “Hoy en día muchísima gente comparte esto en su círculo de amistad o en sus familias, y esta decisión se respeta e incluso se alaba, porque cada vez más corrientes consideran que la reutilización de productos es un hábito responsable y muy respetable”, sostiene.
Carlos lo ha vivido en carne propia. “En mi entorno, todo el mundo lo ve bien”, constata. “Los que más problema tienen son mis padres, que no ven ningún problema en el consumo excesivo de ropa y lo de reutilizar les da cosa por la higiene”, cuenta. “Al principio no me creían. Pero ahora ya se resignan”, dice el joven.