Una guerra en directo
El miedo parece estar causando más estragos que la misma enfermedad.
Desde abril de 2009, en que apareció la ‘gripe porcina’ o ‘gripe A’, hasta agosto de 2010, en que desapareció, el mundo vivió momentos de verdadero pánico. Que pronto comenzaron a olvidarse. Y sin embargo pudo dejar unos 500.000 muertos en ese periodo, según un estudio llevado a cabo por investigadores de los Centros para la Prevención y Control de Enfermedades de EEUU publicado en The Lancet. Otro, a cargo de 60 científicos de 26 países había estimado unos 200.000 fallecimientos, muy por encima de los iniciales, y oficiales de la OMS, que fueron 18.500 “confirmados en el laboratorio”. Pero “los tiempos adelantan que es una barbaridad”, y hoy todo es más rápido.
Aquella crisis sanitaria, que también ocasionó serios problemas económicos a los países, y muy especialmente a los vinculados al turismo, tuvo una característica esencial que ahora se ha repetido: la epidemia se estuvo viendo en directo y en tiempo real en todo el mundo, “como la guerra de Irak”, en la que los reporteros empotrados en las fuerzas invasoras iban dando cuenta de los misiles caídos, las fortalezas destruidas, los tanques iraquíes destrozados, las tropas enemigas cautivas y desarmadas, los muertos de los dos bandos en el frente…
Este aspecto, ya se dijo entonces, “además de una mayor información produce una alarma global”.
Así fue, en efecto. Pero también pareció que se había aprendido la lección. La sociedad global está sometida a este tipo de ‘sorpresas’ globales. Las pandemias son algo vivo, mutante, que están ahí agazapadas, y que, como el covid-19, aparecen de improviso. Una crónica publicada en el periódico La Provincia (de Las Palmas de Gran Canaria) el domingo 23 de agosto de 2009, en los estertores de la alarma, sacaba algunas conclusiones para el futuro: “Los hoteles han de estar preparados para el posible contagio de los clientes y las bajas de la casi mitad de sus trabajadores”; “los establecimientos deben prever plantas para cuarentenas, el uso de mascarillas en cocinas y zonas comunes y una higiene total”; “ cuando llegue la (nueva) pandemia se plantearán problemas prácticos que habrá que resolver antes, como quién paga la prórroga de las estancias por la fiebre”, etc.
Pero la memoria es flaca; y siempre parece que es la primera vez.
Además, y por comparar datos, la gripe estacional común, es decir, la de todos los años en invierno, también causa estragos. En la campaña 2017/2018 hubo unos 800.000 casos, con 52.000 hospitalizaciones y alrededor de 15.000 muertos, según el CIBER de Epidemiología y el Instituto de la Salud Carlos III.
Imaginen ustedes que se siguiera la pauta informativa de este coronavirus de Wuhan. Durante cuatro o cinco meses radio, televisiones, periódicos, dando cuenta por todos los medios disponibles, incluidas las redes sociales, voraces y descarnadas, sedientas de sangre, del número de infectados por día, de los internados, de los fallecidos… Figúrense la dramatización. Un ranking de todas las ciudades de todas las regiones, y hasta de la aldea más alejada, porque un nieto de la ciudad vino a ver a los abuelos. La gente cogería una barquilla patera y se fugaría mar adentro, donde hubiera mar. Refugiados gripales.
Eso no ocurre entre otras razones por una fundamental: ya se cuenta con la vacuna apropiada para la gripe común y sus evoluciones. Es una diferencia importante. Todo parece controlado.
Las gripes en general siempre afectan más a los más mayores, porque tienen debilitadas sus defensas inmunitarias. Son considerados un grupo de riesgo en las campañas de vacunación. Los epidemiólogos siempre recomiendan “encarecidamente” esta prevención activa, como me dijo uno de ellos, “para que los abuelitos no caigan como moscas”.
Esto siempre se ha sabido. Un ejemplo: En diciembre de 1986 era subdirector de Faro de Vigo, recién llegado desde Canarias, y estaba distribuyendo la paginación del fin de semana. En esto el jefe de talleres (‘regente’), Ricardo García, hace una sugerencia: “Meteorología dice que estos días va a hacer mucho frío en Galicia, y que hasta podría nevar (y nevó); convendría prever un par de páginas a mayores por si hay que aumentar las esquelas”. Acertó de plano. Hizo un frío inusual y a pesar de la ampliación hizo falta más. Por eso las residencias de mayores son una trinchera clave en esta batalla; y por eso también la vacunación es vital.
El mundo entero, todas las naciones, lo que están haciendo es ganar tiempo hasta que se cuente con la vacuna. Las cuarentenas o el cierre de ciudades o regiones enteras tienen esta finalidad. Hasta que el covid-19 frene la inercia, por su propio agotamiento, o comience a retroceder o a ser neutralizado gracias al arsenal vacunal, hay que contener el efecto piramidal. A más contagiados, más contagiados a su vez, y así sucesivamente. La clásica pirámide.
Aunque de todas maneras, el alarmismo está sobrepasando a la estricta alarma. “Esto no es el ébola; es una gripe”, están diciendo muchos expertos. “Es grave, como todas; pero no hay que dramatizar, porque la dramatización de la OMS cuando la gripe A llevó a comprar cantidades ingentes de vacunas que luego sobraron. España tuvo que destruir seis millones de unidades en 2010”.
De todas formas, este coronavirus global está provocando ya una grave crisis económica planetaria. El miedo parece estar causando más estragos que la misma enfermedad. El dinero es miedoso. La crisis de los mercados que ya se vaticinaba como latente, sobre todo desde que Donald Trump inició su disparatada guerra comercial y sus desestabilizadores y desenfrenados tuits, es algo con lo que los más prestigiosos economistas y las grandes empresas cuentan como una realidad emergente. Todas las previsiones se están quedando cortas. Las bolsas caen en picado. Si China para sus fábricas, el resto del mundo no puede fabricar en las suyas, porque en la actualidad la mayor parte de los componentes, y hasta de los productos más competitivos, son chinos. Otra vez la cascada, o el castillo de naipes.
Pero en medio del caos, algunas cosas que estaban fuera de la moda neoliberal vuelven a situarse en el ranking de lo fundamental en una sociedad desarrollada y moderna. El Estado de bienestar, corazón del estilo de vida europeo. La sanidad pública, universal y gratuita garantiza que nadie, ninguna persona, quede fuera de la cobertura médica y hospitalaria. Que, sean cuales sean los problemas epidémicos o pandémicos que surjan en el futuro –porque la vida de los virus no se acaba con el último– los estados podrán responder adecuadamente para defender la salud y la vida de sus ciudadanos. Esto puede haber salvado al servicio nacional de salud británico, el famoso National Health Service (NHS) de caer en las garras de los fondos y multinacionales USA, como planteó con su típica desconsideración y altanería el presidente Trump al Gobierno británico de Johnson que ultimaba su aislamiento con su desamarre de Europa.
Mientras la China de Xi Jinping aumenta la cobertura sanitaria de su población, Donald Trump reduce la de por sí escasa de EEUU, insistiendo en desmontar hasta el muy tímido Obamacare. En esas estaba el ‘tuitero en jefe’ (y cambiando al enésimo ‘hombre des-confianza’) cuando estalla el covid-19, recorre continentes y salta los océanos, y aparece en Norteamérica. No hay muros que impidan el contagio, como no hay manicomios que impidan la locura.
En plena campaña electoral estadounidense, parecería lógico que la sanidad y la salud pública fueran un tema central. El coste de un análisis de coronavirus, y sobre todo el tratamiento y la hospitalización, están fuera de las posibilidades de millones de norteamericanos. Por su parte, los seguros privados no quieren saber nada de este tipo de ‘fenómenos’ que no figuran en las pólizas.
El problema para Trump –aunque la sociedad norteamericana, si es capaz de elegir a un presidente así, es capaz de todo– es que si la epidemia cursa como en China, Irán, Italia… etc., y los contagiados se cuentan por decenas de miles y los fallecidos por cientos, datos inocultables en la era de las redes y del tuit, pueda darse un vuelco del ‘presentimiento’ electoral.
Pero todo, todas las crisis desatadas, todas las incertidumbres, dependerá en buena parte de una vacuna en la que trabajan a destajo muchos laboratorios.
Hasta entonces, sensatez, prevención, precaución y paciencia.