Un espectro recorre Estados Unidos
Solamente desde planteamientos cercanos a la indigencia intelectual se puede mantener que un esclavo como Cervantes puede ser un icono del esclavismo.
Un espectro recorre Estados Unidos, el del derribamiento de estatuas que representan, de alguna manera, una “herida abierta” sobre las consecuencias de un pasado opresor. De todas las estatuas derribadas y vandalizadas últimamente en el país, el caso de la de Miguel de Cervantes (1547-1616) en San Francisco es, seguramente, la más chocante, absurda y esperpéntica: chocante porque difícilmente uno puede entender la relación de Cervantes con el pasado opresor; absurda porque este escritor defiende a lo largo de su obra, de manera casi obsesiva, la igualdad entre las personas, y esperpéntica porque el acto perpetrado lo ha sido precisamente a la estatua de una persona que sufrió en sus propias carnes la esclavitud durante cinco años.
Estatuas en el suelo
La estatua está situada en un lugar magnífico, el Golden Gate Park, visita obligada en la ciudad que alberga varias estatuas. Entre ellas se encuentran la del General Ulysses S. Grant, el misionero fray Junípero Serra y el compositor del himno nacional (The Star Spangled Banner) Francis Scott Key.
En cierto sentido, Cervantes estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Como cuenta el San Francisco Chronicle un grupo derribó la estatua de fray Junípero Serra, el franciscano que estableció en el siglo XVIII varias misiones en la zona. El nombre de Serra, a quien el Papa Francisco ha elevado a santo hace cinco años, es una figura más conocida en Estados Unidos que en España. En California hay calles y escuelas con su nombre. Desde hace varios años su figura ha sido revisada en términos post-coloniales, aunque, como el Hispanic Council recuerda, nunca fue esclavista y, en todo caso, “buscó dignificar a la población nativa”.
La fiebre iconoclasta americana responde a un contexto concreto
Después de que cayera Serra, alguien del grupo indicó que la estatua de Francis Scott Key, este sí conocido esclavista, estaba cerca. También pintaron la estatua del general Ulysses Grant, quien tuvo un esclavo, William Jones, antes de liberarlo en 1859. El siguiente en caer fue Cervantes.
La fiebre iconoclasta contemporánea tiene una historia concreta que hay que apuntar para no analizar fuera de contexto. El derribo tuvo lugar el 19 de junio, el famoso Juneteenth que conmemora la abolición de la esclavitud en el estado de Texas, el 19 de junio de 1865, uno de los últimos en abolirla. Por ejemplo, muchas de las estatuas de confederados que se han derribado fueron erigidas en los años 10-20 y 50-60 por lo que algunos historiadores relacionan con surgimientos de momentos de supremacía blanca (por ejemplo, el segundo Ku Klux Klan en 1916, como se puede seguir en los magníficos tweets de @fusonegro y @guerraenlauniversidad).
No es cervantino analizar problemas tan profundos con una brocha tan gorda
No obstante, el ataque a Cervantes se fundamenta más que probablemente en un argumento que presenta una falsa continuidad. De la primera premisa (“el colonialismo es opresor y, por tanto, el colonialismo español también lo es”) a la segunda (“el colonialismo español tuvo lugar en el Siglo de Oro”) no hay un gran salto, pero si se añade la tercera (“Cervantes es un icono del Siglo de Oro”) y llegamos a la conclusión de que “Cervantes es un icono de la opresión”, encontramos un vuelo argumental que es un doble salto mortal con triple tirabuzón. Solamente desde planteamientos cercanos a la indigencia intelectual se puede mantener que un esclavo como Cervantes puede ser un icono del esclavismo. Más si lo consideramos, con la mayoría del cervantismo, un humanista convencido. No en vano, críticos solventes como Jesús Pérez-Magallón ahondan en la íntima relación entre Cervantes el icono y el pensamiento liberal de los XVIII y XIX [Cervantes, monumento de la Nación: problemas de identidad y cultura. Madrid: Cátedra, 2015, 362 pp. ISBN 978-84-376-3401-2]). La otra posibilidad para su derrocamiento es un entusiasmo zelote que preocuparía más todavía.
Preocupa enormemente la relación forzada de este pasado opresor con la figura de Cervantes en cuanto a lo que puede representar, el vilipendio de toda la cultura española de los siglos XVI y XVII como producto de una sociedad imperialista sin contextualizar el momento histórico. Por esa regla de tres, personajes tan magníficos como Juan Latino o la monja Alférez también lo serían. Más hiriente resulta incluso si consideramos que, a grandes rasgos, se trata de una cultura bardolatra que venera a Shakespeare (con razón, pero pese a Otelo, pese a Calibán, etc.). Flaco favor le hacemos a Cervantes si no defendemos su magnífico legado, pese a que los ofendidos lo puedan ser por razones justas, estas poco o nada tienen que ver con la figura del manchego. No es cervantino analizar problemas tan profundos con una brocha tan gorda y mucho menos lo es cargarse una estatua sin pensar dos veces qué representa. Ni Cervantes, el escritor, ni Cervantes, el icono, lo merecen.
Quizá el fantasma del derrumbamiento de estatuas se expanda a otras partes del mundo. No sería de extrañar pues, al fin y al cabo, se trata de una negociación del espacio público. Posiblemente se trate de un proceso irreversible. De cualquier modo, este debe de ser un proceso que se tome de manera pausada, sin celo integrista ni autos de fe, con sofisticación, templanza y cuidado, es decir, de manera cervantina.