¿Traficantes de chatarra? Carta abierta a Félix Ovejero
Señor Ovejero,
Empieza a ser ya un lugar común tildar de tibia a aquella gente de izquierda que rechaza las banderas. Hace ya algún tiempo Savater nos calificaba de "abstemios" a los que alertamos sobre los nacionalismos, incluyendo al español, y renegamos de banderas. Lo hacía, eso sí, con mas sentido del humor y menos bilis que usted cuando nos llama "traficantesdechatarra", la elegancia de la maestría supongo.
El izquierdismo quizás no, pero alguna gente de izquierdas estamos de naciones hasta los... tanto como usted. Hasta tal punto que, efectivamente, estamos en contra de las banderas que las representan. Eso que a usted le parece una proclama vacua o postureo huidizo. Asumimos y hasta reivindicamos que somos y nos sentimos catalanes o vascos y españoles, así como europeos. Pero le digo lo mismo que a los nacionalistas que a usted tanto le llevan los demonios: ¡Déjennos serlo y sentirlo como nos dé la gana!
El problema del separatismo, como bien dice usted en su artículo, es que impone la elección de identidades, unas contra otras y, por lo mismo, la incompatibilidad de banderas. No parece difícil sin embargo ver que dicha actitud impositiva no es exclusiva del separatismo. No se trata en efecto de elegir entre una identidad u otra, pero tampoco de optar necesariamente por la bandera constitucional por que represente un proyecto de convivencia. Para defender un marco de convivencia y la dignidad propia no hace falta ninguna bandera. Lo que hace falta son principios, nada más. Por eso, mas allá del comprensivo alivio inicial al ver que existe otra Cataluña y que también se moviliza, preocupa en efecto que a las largas manifestaciones separatistas con banderas como elemento simbólico central, solo seamos capaces de oponerles... ¡otra bandera!
Cuando señalamos ese aspecto no pretendemos que únicamente se pueda estar frente al nacionalismo desde otro nacionalismo. ¡Al contrario, precisamente! Tampoco es una estratagema para ponerse de perfil. Es simplemente indicar que hay un camino superador de esa situación. Y sí, ese camino implica decir la palabra España, claro que sí. El problema radica en cómo la decimos, el sentido que le damos a esa palabra, su contenido y cómo lo hacemos realidad para que sea beneficioso para las personas, que son las que en el fondo tienen que convivir día a día.
La unidad per se no es mejor que el separatismo, es el pacto ciudadano que permite la convivencia lo realmente importante. Y éste puede ser autonómico, estatal y supraestatal o incluso multinivel. La obsesión de si los perímetros del pacto ciudadano encajan exactamente con no sé qué nación dejémosela a los puristas de la homogeneidad, los de las banderas justamente.
El nacionalismo cívico, el patriotismo republicano o el constitucional a los que usted alude, sirven como corrientes de pensamiento, pero en España no acaban de cuajar al procesarse únicamente como nacionalismo. Mal que nos pese. Y es que como ya explicó Ruiz Soroa -alguien poco sospechoso de ser nacionalista- España sufre de una eterna y frustrante comparación con Francia de la que convendría liberarse definitivamente. España debe mejorar su propia fórmula para funcionar como espacio de ciudadanía, y no acabará de hacerlo bien mientras siga mirándose en el espejo francés o norteamericano.
Para mejorar esa fórmula, la primera cuestión a fomentar es la libertad de identidad. Y ésta es individual, con tantos grados y sentimientos de pertenencia como personas. Otra cuestión fundamental es defender la inquebrantable igualdad de la ciudadanía ante la ley frente a cualquier tipo de amenaza que pretenda romper el pacto ciudadano. Lo nocivo del nacionalismo no es la nación X o Y que defienda, sino que lo haga rompiendo espacios de ciudadanía. Por último, trabajar la solidaridad enfocándola, aquí sí, también desde la variable territorial. Se trata en definitiva de articular el derecho a la diferencia sin diferencia de derechos en una visión de España como espacio público compartido acorde con su devenir histórico que no incluye en su haber grandes revoluciones jacobinas.
Estoy de acuerdo con usted en que padecemos un izquierdismo simplón que por antifranquismo primario confunde demasiadas veces España con el nacionalcatolicismo sin percatarse que el autoritarismo, la intolerancia o el carlismo antiliberal anidan las más de las veces en los defensores del supuesto "derecho a decidir". El Sr. Iglesias quién sabe, pero la izquierda defiende los valores de libertad, igualdad y fraternidad, aplicándolos a la realidad histórica, socioeconómica y sociocultural de la España del siglo XXI y procurando adaptar esa misma realidad a dichos valores. Pues sí, pensándolo bien tiene usted razón... la misma chatarra desde 1789. ¡Y a mucha honra!