Tiré la mitad de mi ropa con los trucos de Marie Kondo y esto es lo que aprendí
Tal y como me recuerdan mi madre y mi yaya, la primera palabra que leí fue Macy's, una tienda de ropa, accesorios, artículos para el hogar, etc. Tenía casi dos años y lo leí en una bolsa de la compra de alguien en un centro comercial de Nueva Jersey, donde pasábamos casi todos los sábados de invierno en mi infancia. Mi abuela paterna regentó una tienda de ropa en su casa de Brooklyn durante años. Mis padres se conocieron a través de dos abuelas porque no dejaban de encontrarse, en efecto, en la tienda de ropa al por mayor a la que iban temporada tras temporada. Una de mis abuelas estaba comprando ropa para su tienda. La otra estaba comprando ropa (en cantidades similares, probablemente) para ella misma.
Supongo que se podría decir que las compras, la ropa y guardar trastos es algo que llevo en la sangre. En muchos sentidos, es el pegamento que mantiene unidas a tres mujeres de mi familia. La felicidad de ir de compras es algo en lo que tres mujeres de tres generaciones con distintas formas de ver el mundo coincidimos. Mi madre me enseñó a encontrar buenas ofertas y mi yaya me enseñó a vestir. La he llevado a un desfile de moda, he dejado que me vistiera por interés periodístico y, lo más importante, siempre he asociado el mero hecho de ir de compras con algo feliz, relajante y positivo.
Mi casa, un estudio relativamente decente y amplio tratándose de Nueva York, es el reflejo del modo en que he sido criada. Cuando pisé por primera vez el que es ahora mi piso, hice una oferta basándome exclusivamente en el armario: un vestidor prodigioso por el que podía caminar, con estantes empotrados instalados por los anteriores dueños. Yo ya tenía un montón de objetos y este era el primer piso que parecía encajar en mi presupuesto y tener suficiente espacio para todo lo que había ido comprando.
Eso fue hace 5 años, cuando tenía menos deudas, un 100% menos de bolsas de tela que nunca uso y un armario considerablemente menos abarrotado que ahora. Al mirar el vestidor que antes me parecía un sueño y ahora me parecía más una pesadilla, me di cuenta de que necesitaba un cambio.
Marie Kondo lleva en mi radar desde 2014, cuando absolutamente todo el mundo empezó a leer su superventas y a pensar si las pertenencias les hacían felices. Yo intenté pensarlo hace unos años y no tardé en encontrar razones por las que todo, hasta los calcetines sin su par (ya aparecerán en la siguiente colada), me hacía feliz de algún modo. Abandoné pronto el proyecto de ordenar mis pertenencias.
Cuatro años después de la publicación de su primer libro, el nuevo programa de Kondo en Netflix A ordenar con Marie Kondo transforma en realidad la magia de sus trucos para ordenar, con la premisa de que el desorden y el caos provocan estrés y que un enfoque minimalista puede llevar a una vida más feliz y realizada. Las investigaciones demuestran la relación entre el desorden y el estrés, así como los beneficios para la salud de tener una casa ordenada. Un estudio de 2010 descubrió que las mujeres que tenían la casa desordenada "mostraban mayores niveles de cortisol, la hormona del estrés", según la revista de divulgación Psychology Today.
Este programa de Netflix acompaña a Kondo a diversos hogares con distintos niveles de desorden. Allí enseña sus principios, consejos para doblar la ropa y conductas relajantes a familias con la esperanza de llevar más felicidad a sus vidas. En un episodio, una pareja aprende a apreciarse mutuamente impidiendo que el desorden se interponga en su camino. En otro episodio, una pareja de padres que se sienten solos desde que sus hijos se emanciparon aprenden a convertir su casa de nuevo en "suya".
Puede que mi interés reavivado por ordenar no solo se debiera a que el programa es una delicia para los sentidos, sino también por un propósito que me hice para que mi piso empezara a ser un lugar en el que quiero pasar el tiempo. Parece obvio, pero como persona desordenada con ansiedad, necesité la ayuda de un terapeuta para darme cuenta de lo estresante que es llegar a un caos de casa. Sé que he madurado porque pedí una aspiradora para Navidad.
Sin embargo, mi vestidor abarrotado, que se había convertido en lo primero en lo que pensaba por las mañanas y lo último en lo que pensaba por las noches (ya que tengo que atravesarlo para ir al baño), llevaba tiempo pesándome como la ropa que tengo embutida en uno de los estantes.
Dado que mi primer intento de seguir el método de Marie Kondo no me funcionó, le pedí a una amiga que me ayudara a cribar mis pertenencias, algo que recomiendo encarecidamente a cualquiera que se inicie en este viaje sin la ayuda de la propia Kondo. Lo ideal es que sea una persona más minimalista que tú y que no esté tan apegada al vestido que llevaste en el festival Bonnaroo de 2009.
No buscábamos la felicidad conforme íbamos avanzando en la criba. En vez de eso, desarrollamos nuestro propio criterio, por el cual mi amiga me preguntaba con cada artículo: "¿Esto te hace sentir bien? ¿Te sientes sexy llevando esto?". En muchas ocasiones, la respuesta era que no. Sentía punzadas de culpabilidad cuando se trataba de vestidos que me había comprado mi abuela, camisetas que me había traído mi madre de sus viajes por el país (si estás leyendo esto, perdón, mamá) y otros artículos en los que había gastado una fortuna y que pensaba que me gustarían siempre pero que había dejado de llevar hacía mucho tiempo.
Al final, descarté el 70% de mi armario, calzado incluido. Que nadie me malinterprete. Que yo diga "ya no tengo ropa" es como la amiga con melena hasta el culo que va a la peluquería para que le corten un par de dedos y luego vuelve llorando por tener el pelo corto. Sin embargo, ahora puedo decir que tengo un armario y varias baldas vacías. Puedo ver todo lo que hay en mi vestidor. Me sobran perchas que guardo en una balda por si acaso y he recolocado mi sujetador favorito, que pensaba que estaba perdido para siempre, en la parte de arriba de un cajón de ropa interior.
Mi primer instinto tras vaciar el armario fue, por supuesto, volver a llenarlo. ¿Qué iba a hacer con tanto espacio? No obstante, el pensamiento se disipó pronto cuando me di cuenta de lo tranquila y serena que me hacía sentir mi recién ordenado armario. Me encontraba a veces a mí misma ahí de pie sin hacer nada, como una rarita con un poco menos de ansiedad.
Ordenar no solo me dio más espacio en el sentido literal, sino también algo más profundo. Siempre he concebido la ropa y las compras como una distracción, un modo de llenar un vacío y sentirme suficiente. Una parte de mí piensa que llenaba cada recoveco y cada grieta para convencerme de que en mi casa solo hay espacio para mí, para nadie más, literal y figuradamente. Ahora empiezo a pensar que quizás podría compartir.
En 2019 voy a pasar más tiempo en mi piso ordenado y un pelín más amplio y, en un esfuerzo por tratar de mantener esta dinámica feliz, me he comprometido a descansar una temporada de las compras y a comprar solamente artículos vintage cuando vaya a comprar. No solo mis pertenencias están mejor, también le va mejor a mi cartera y al medio ambiente. Y eso sí que me hace feliz.
Te recomiendo encarecidamente que tú también lo pruebes. No te olvides de pedir ayuda a un amigo y olvídate de ese festival.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.