Tertulianas, cuotas y 'Ocean’s Eigh'
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Más de una vez y de dos he escuchado que la falta de tertulianas es culpa de ellas —es un clásico atribuir a la víctima la culpa de lo que le hacen o sufre—, que no es que los programas de televisión y radio no quieran tertulianas —o que prefieran a hombres—, es que no encuentran, o que contactan con algunas pero no quieren acudir.
Quizá no buscan lo suficiente. Quizás hay muchas a las que horroriza o no les gusta el formato tertulia, muchas veces una incitación a sacarse los ojos y aún más veces no destinadas a escucharse y a dialogar. No soy tertuliana pero me han invitado a alguna. En una, las personas asistentes estábamos sentadas de tal manera que no nos podíamos mirar a la cara o a los ojos mientras hablábamos y nos contestábamos. En otra, el —digamos— moderador, cuando vio que yo no hablaba (porque no me había dado la palabra) me dijo, que yo misma, que cuando quisiera, que era, cito literalmente, «sálvese quien pueda».
Supongamos una tertulia sin tertulianas. Hay poco que decir. Lo más sensato, en mi opinión, es cerrar la televisión o la radio. (Hay gente que piensa que si procedes así te privas de algo, que es como si te autopusieras de cara a la pared. No, no, simplemente dejas de validar una tertulia sin mujeres y en lugar de perder el tiempo, puedes escuchar una mixta, ir al cine, leer un libro o hacer cualquier otra cosa).
Supongamos que hay una tertuliana. Normalmente es más joven que los tertulianos y se la utiliza de espejo para agrandar su imagen, como un contrapunto para mostrar el esplendor del intelecto masculino. Mientras ellos debaten entre sí, discuten, se apoyan, e incluso se conceden autoridad, ella no puede hacerlo con ninguna congénere. A veces, recibe ataques perfectamente combinados, e incluso burlas. Se usan, además, como excepción que confirma la regla.
Suele tener un efecto perverso para las tertulianas. Halagadas por el honor, pueden llegar a pensar: «si me llaman a una tertulia (en vez de a un hombre) es porque debo de ser muy buena». En consecuencia, muestran una tendencia a eliminar cualquier rasgo que las diferencie del modelo masculino y hacerse perdonar que son mujeres; en casos extremos, a pensar que si no hay más tertulianas no es porque sean mujeres sino porque no son lo suficientemente buenas, e incluso a despreciarlas y desvalorizarse prefiriendo debatir con hombres. Como si las hubieran ascendido a 'hombres honoris causa'. Últimamente, en Europa ha surgido la consigna de «no sin mujeres» par animar a los hombres a no participar en actos en que no haya mujeres invitadas. Respecto a mesas redondas, tertulias y actividades similares, la consigna debería ser «no sin más de una mujer».
De vez en cuando, aunque cada vez más, puedes dar con una tertulia con más de una mujer o que sea igualitaria. No siempre sucede, pero qué gusto cuando ves eso que el patriarcado siempre ha castigado y ha querido evitar: que una tertuliana dé la razón a otra, que la tome como fuente de autoridad, que discrepe con elegancia, que continúe un hilo. A veces, la cara de alguno de los tertulianos es bien elocuente ante este ejercicio de fortalecimiento mutuo de las tertulianas, justamente no hablando de sí mismas o de «sus cosas», sino cuando debaten del mundo a través de ellas.
Me permitirán un correlato algo frívolo. Si van a ver Ocean's Eigh (EE UU, 2018), dirigida por Gary Ross y guión conjunto con Olivia Milch, verán un elenco fabuloso de actrices coralmente protagonistas: Sandra Bullock, Cate Blanchett, Anne Hathaway, Helena Bonham Carter, Mindy Kaling, Rihanna, Awkwafina, Sarah Paulson, Dakota Fanning y aún muchas más, muestran cómo pueden ser perfectamente autónomas e interactuar perfectamente entre ellas sumando pericias, habilidades y saberes sin necesidad de que medie ningún actor. ¿Una película de mujeres? Tan de mujeres como que los anteriores Ocean's eran de hombres.
¿Cuotas? Tres a uno a favor de los hombres; el 75%. Como casi siempre. A veces a base de leer y remirar tienes la suerte de pillar una prueba que en la realidad (que no en el imaginario colectivo) las cuotas son masculinas y, justamente por ello, cuidadosamente escondidas. Por ejemplo, cuando es ya innegable que las alumnas tienen un rendimiento sustancialmente superior al de los chicos a lo largo de todo el sistema educativo, un indicio como el siguiente lo confirma:
«Cuyo nombre no diré». He aquí el quid de la cuestión. Sólo se vocean presuntas discriminaciones positivas si son femeninas.