Socialistas en Madrid: europeísmo, antifascismo
El pasado fin de semana, del 21 al 23 de febrero, tuvo lugar en Madrid la Conferencia Política del PES. Habiéndose discutido en la reunión de Lisboa (septiembre de 2018), el Programa Electoral común con que el conjunto de los Partidos Socialistas y Socialdemócratas europeos -y su círculo de activistas- concurren a las elecciones europeas de 26 de mayo fue objeto de sucesivos paneles explicativos. Tras ellos, el momento fuerte de este Congreso en Madrid fue el compromiso contraído por los primeros/as ministros/as y líderes de la familia socialista europea -con la intervención relevante del anfitrión, Pedro Sánchez, secretario general del PSOE y presidente del Gobierno de España- con las ideas centrales con las que Frans Timmermas concurre como candidato a la Presidencia de la Comisión Europea.
Frans Timmermans ha sido durante estos años de la Legislatura 2014-2019 vicepresidente primero de la Comisión, responsable de las Áreas de Derechos Fundamentales y del Estado de Derecho. En esta cartera ha ejercido como azote de la extrema derecha, del nacionalismo supremacista y del populismo reaccionario. Su discurso y su política le han labrado un perfil de convencido y convincente defensor de los valores fundacionales de la UE, implacable contra el discurso del odio y la explotación del miedo que, a rebufo del empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras causado por la Gran Recesión (2009) y la Austeridad recesiva (Austerity Only Policies, a partir de 2010), ha cundido y se ha cebado entre quienes se sienten perdedores de la Globalización.
En mi área de actividad como europarlamentario -Comisión de Libertades, Justicia e Interior de la UE- he tenido ocasión de tratarle con frecuencia y verle actuar de cerca: fue en el Parlamento Europeo (PE) donde partió la iniciativa de activar el art. 7 contra los gobiernos ultraconservadores y antieuropeos de Hungría (Fydesz, del PPE) y Polonia (PiS), y Timmermans no ha hecho concesiones a la hora de exigir estándares europeos (Criterios de Copenhague) a la altura del compromiso exigido en el momento de la adhesión al proyecto de construcción europea.
Es una medida sustancial, de eso va esta elección de 2019, que no es una cita cualquiera: va de la viabilidad y de la continuidad del mismo proyecto europeo. Europa vs. Antieuropa; porque, como nunca antes, el duelo entre el europeísmo contra la eurofobia (rampante) es un eje de disputa. Pero no define enteramente la ecuación formulada: saber qué europea queremos, por qué Europa luchamos, y cómo ganarla en las urnas, completa el cuadro de facturas del retador polinomio formulado en la pizarra de los comicios de mayo.
En todas las intervenciones del Congreso de Madrid gravitó con insistencia la asociación inescindible entre Europa y socialdemocracia. No en vano, los socialistas nos sentimos legítima y orgullosamente responsables de las mejores páginas de esa historia compartida; y no en vano, la pregunta acerca de en qué consiste y cuál es el mejor activo de la integración europea solo puede responderse por su modelo social: un modo de ser europeo, corrector de inquietudes causados por la desigualdad, tejedor de una red de solidaridad intergeneracional (derecho a estudiar y a formarse para la juventud; derecho al empleo en la edad adulta, pensiones para los mayores) así como de cohesión interterritorial.
Pero además de ello, Europa nos habla, sobre todo, de valores y principios: Estado constitucional de Derecho, derechos fundamentales e Imperio de la Ley democráticamente legitimada. No, por tanto, cualquier ley: la democracia es sujeción a la Ley que es expresión de la voluntad popular (Preámbulo de la CE de 1978). Y por ello el art. 2 TUE consigna que la democracia no consiste, sin más, en la regla de la mayoría, sino en la protección a la(s) minoría(as) y en la garantía y tutela de la función de oposición; en derechos y libertades bajo la tutela efectiva de un Poder Judicial independiente; en el pluralismo político y en la opinión pública libre a prueba de intoxicación, fake news, manipulación y posverdad, que es uno de los muchos nombres de la mentira en política.
Por ello el próximo 26 de mayo hay que saber que los enemigos de la UE están muy movilizados: ¡quieren dinamitarla por dentro! Esos valores europeos no son "tierra conquistada" (solid ground): deben der defendidos y preservados palmo a palmo. Hay que ganarlos en las urnas con movilización.
El socialismo ha de ser, como siempre ha sido, europeísta y antifascista: ser antifascista en el siglo XXI es ser partisano combatiente -guerrillero si se quiere- contra el machismo criminal, contra la xenofobia, contra toda discriminación y estigmatización del diferente, contra el discurso del odio y la política del miedo. Contra la explotación de la ignorancia y el pánico. Contra la manipulación, las fake news y la mentira en la competición política.
Y contra la corrupción que amenaza las bases legitimadoras de nuestro contrato social, tan erosionado estos años que debe ser reivindicado y relanzado hacia un futuro: protegiendo el Whistleblowing, garantizando, claro, la confidencialidad y la privacidad de nuestros datos personales; pero embarcándonos también en un combate implacable contra la injusticia fiscal, la evasión, el fraude, las prácticas y planificaciones fiscales predatorios entre estados miembros (FTT, ecotasas y armonización de las bases de los gobiernos de los estados miembros de más reciente adhesión).
En sus intervenciones finales, Pedro Sánchez y Frans Tirmmermans reivindicaron el principio de esperanza contra el miedo. Y ello exige ser valiente: votar con visión y coraje el 26-M. Con ese verdadero valor que, como escribió el gran Cervantes, se encuentra en algún lugar entre la cobardía y la temeridad.