"Sí, lo es, lo juro"; cómo fue "el primer entierro" de Franco
La crónica del homenaje al dictador, que acabó con una losa de granito cayendo sobre el ataúd doble y sellado. Todo "atado y bien atado"
A las 14.11 horas se escuchó el sonido de la losa al encajarse en el sepulcro; “en el Presbiterio entre el Altar Mayor y el Coro de la Basílica”, como detallaba el pormenorizado escrito que había enviado el rey al abad del Valle de los Caídos para encomendarle que se hiciera argo de los restos de Francisco Franco.
Ninguno de los que asistieron a aquella ceremonia podía imaginar que casi 44 años después, los restos del “Caudillo” tuvieran que cambiar de lugar ni que esta semana España fuera a enterrar a Franco por segunda vez.
Todo lo que ocurrió desde la muerte del dictador el 20 de noviembre de 1975 hasta las dos de la tarde del día 23 estaba milimétricamente planificado por los servicios secretos, ya que las primeras horas del “franquismo sin Franco” resultaban cruciales para el régimen, empeñado en asegurar que, como había dicho el propio “Generalísimo” en 1969, todo estaba “atado y bien atado”.
Fue el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, quien en enero de 1974 encargó al Servicio Central de Documentación (SECED)-los servicios de inteligencia de entonces- la elaboración de un meticuloso plan de contingencia para los primeros días y horas sin el jefe del Estado.
Se creó entonces un grupo de trabajo formado por los comandantes Peñaranda, González Soler, Atienza y el capitán Hernández Rovira, encargados de lo que después se conocería como “operación Lucero; precisamente del libro del primero de ellos, Operación Lucero, se nutre parte de este artículo.
¿Dónde sería enterrado Franco? ¿Dónde y cómo se llevaría a cabo la rendición de honores? ¿Cómo se haría el traslado? Los cuatro militares centraron en esos tres aspectos su trabajo.
El que muere no es Franco, es el jefe del Estado
Peñaranda cuenta en su libro que el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, zanjó el debate sobre dónde debía ser enterrado el dictador diciendo que, salvo que el caudillo hubiera dejado alguna disposición testamentaria al respecto, el enterramiento se produciría donde decidiera el Gobierno y no la familia.
No se halló ninguna disposición de Franco y los servicios de inteligencia decidieron que fuera en el Valle de los Caídos, aunque Arias Navarro no le dijo toda la verdad al abad:
“Habiendo fallecido, en el día de ayer, el jefe del Estado español y Generalísimo de los Ejércitos, excelentísimo señor Francisco Franco Bahamonde, tengo a bien comunicarle que su enterramiento tendrá lugar el próximo domingo, día 23, en esa basílica, en el lugar designado al efecto por el propio Jefe del Estado”.
Decidido el lugar, el equipo de trabajo se afanó en los detalles, que incluían una cronología entre cuyos primeros hitos figuraban aspectos generales como la comunicación de la noticia -del fallecimiento- o la movilización del Ejército ante posibles acciones subversivas, pero también muy concretos, como el embalsamamiento de los restos mortales o la indumentaria de Capitán General del Ejército que debería llevar el cadáver.
Dos cajas y cierre por soldadura
El cadáver de Franco fue trasladado desde el Hospital de la Paz al Palacio de El Pardo, donde pudo velarlo su familia, y de allí, al día siguiente, al salón de columnas del Palacio Real, donde se instaló la capilla ardiente.
Se establecieron turnos de vela y en el primero estuvieron miembros del Gobierno, del Consejo de Regencia y del Consejo del Reino.
Durante veinticuatro horas cientos de miles de personas, según los cronistas de la época, pasaron por delante del féretro de Franco; a las 8 de la mañana del domingo se cerró la capilla ardiente y se selló la caja.
El ministro de Justicia, José María Sánchez-Ventura, como Notario Mayor del reino, dio fe del cierre “por soldadura de la caja interior de las dos de que se compone el féretro que contiene los restos mortales de su excelencia el jefe del Estado. La operación comienza a las ocho horas y termina a las ocho horas y diecinueve minutos del domingo 23 de noviembre”.
¡Franco, Franco, Franco!
Ya con el féretro en la plaza de Oriente, escenario elegido siempre por el franquismo para mostrar la adhesión de los españoles al régimen, se celebra una misa corpore insepulto ante una multitud que alterna los silencios con gritos de “Franco, Franco, Franco”.
Doscientos periodistas cubren los actos y, entre la escasa presencia internacional, hay otro dictador, el chileno Augusto Pinochet. También el rey Hussein de Jordania, el príncipe Rainiero de Mónaco, el vicepresidente de EEUU, Nelson Rockefeller, e Imelda Marcos, esposa del presidente filipino, Ferdinand Marcos.
Mientras suena el himno nacional, miembros de la guardia de Franco trasladan a hombros el ataud y depositan sobre él la gorra de gala, el bastón de mando y la espada.
Unidades de la escuadrilla aérea -aviones y helicópteros- sobrevuelan la plaza de Oriente.
Un camión del Ejército de Tierra, sin más kilómetros que los reglamentarios para el rodaje y que había sido convenientemente adaptado para la ocasión, portará los restos de Franco; tras el camión, flanqueado por una unidad de lanceros a caballo, el vehículo del rey, descubierto y con don Juan Carlos de pie en su interior.
En Moncloa, cambia la escolta y los motoristas sustituyen a los guardias a caballo camino del Valle de los Caídos.
En Cuelgamuros
“Hasta los montes de piedra y tierra enjuta de Cuelgamuros había venido desde el Arco de la Victoria el cortejo de la muerte”, así describe Lucio del Alamo, director de La Hoja del lunes, la llegada de los restos de Franco al Valle de los Caídos.
La Hoja del Lunes fue el único periódico que se publicó en España al día siguiente del entierro, ya que por entonces no había prensa el primer día de la semana.
El féretro llegó poco antes de la una de la tarde a la explanada del Valle de los Caídos, donde aguardaban miles de personas -entre 60.000 y 100.000, según se publicó entonces- cantando canciones militares y de la Falange. Excombatientes, mutilados, falangistas.... el público que esperaba allí a Franco no era el mismo que el de la plaza de Oriente.
El cortejo avanza por la explanada y, ya en los últimos tramos para entrar en la basílica, portan a hombros el féretro el marqués de Villaverde, el duque de Cádiz y ayudantes de Franco de los tres ejércitos.
Ya frente a la tumba, 226 centímetros de longitud por 126 de profundidad, el abad bendice el féretro, una de las nietas del dictador sufre un leve desmayo y finalmente el Notario Mayor del Reino toma la palabra. Son las dos y siete minutos de la tarde.
Sánchez Ventura se dirige a los jefes primero y segundo de la Casas Militar y al jefe de la Casa Civil del Caudillo:
″¿Juráis que el cuerpo que contiene la presente caja es el de su excelencia el jefe del Estado, Generalísimo de los Ejércitos, Don Francisco Franco Bahamonde, el mismo que os fue entregado para su custodia en el Real Palacio de Oriente de Madrid a las seis horas treinta minutos del pasado día veintiuno?”.
“Sí, lo es, lo juro”, contestan consecutivamente los tres y rompen a llorar.
Dos minutos después el ataúd está en el fondo de la tumba, dos minutos más y la losa -1.500 kilos de granito de Alpedrete con la inscripción “Francisco Franco” y una cruz- suena al encajarse en el sepulcro.