Retrato del acosador y de la víctima de 'bullying'
Por Cordelia Estevez Casellas, profesora de Psicologia del desarrollo Infanto-juvenil, Universidad Miguel Hernández:
Hablar de retratos de víctima y acosador en el fenómeno del acoso escolar puede resultar confuso y llevar a la errónea idea de que en la infancia hay niños que poseen unas características que los van a convertir en acosadores de otros y que, a su vez, hay otros niños destinados a ser víctimas.
Esta imagen contrasta con lo que sabemos del acoso escolar. Es un fenómeno que se da al instaurarse un patrón conductual y relacional en el agresor. Este le resulta eficaz para obtener popularidad o un estatus superior entre su grupo de iguales, y por esta razón lo mantiene. Por tanto, podríamos decir que los agresores aprenden y mantienen este tipo de conducta porque les funciona entre su grupo para alcanzar sus objetivos.
Por otro lado, las víctimas son compañeros que en ocasiones tienen algún rasgo distintivo relacionado con su aspecto, actitud o funcionamiento académico que llama la atención del agresor y suelen carecer de habilidades para enfrentarse a él y salir del acoso. Tan dinámico resulta este fenómeno, que en muchas ocasiones las víctimas adoptan el papel de acosador repitiendo un patrón conductual vivido.
Desde la psicología intentamos buscar respuestas que nos ayuden a entender las causas que hacen que algunos menores se vean implicados en este fenómeno y otros no. Las encontramos en lo que llamamos factores de riesgo. Estos se refieren a determinados aspectos que hacen a algunos menores mas vulnerables a verse implicados en el acoso escolar, sea como víctimas o como acosadores.
Los factores de riesgo del acoso escolar pueden ser de índole familiar, sociocultural y emocional o afectiva. Los más interesantes desde el punto de vista de la psicología y de la educación, por la posibilidad de intervención que nos brindan, son los relacionados con la inteligencia emocional de víctimas y agresores.
La inteligencia emocional, según Mayer y Salovey es la habilidad para percibir y valorar las emociones, comprenderlas y regularlas en una búsqueda del crecimiento personal y emocional. Una buena inteligencia emocional mejora nuestra capacidad de adaptarnos de manera adecuada a situaciones nuevas, inesperadas o amenazantes (como tantas a las que se enfrentan los menores en los entornos escolares).
Actualmente, sabemos que existen diferencias en las distintas dimensiones de inteligencia emocional entre las víctimas, los agresores y los menores no implicados en el fenómeno del acoso escolar.
En el caso de las víctimas, conocemos que aquellos menores con problemas de autoestima, con estado de ánimo bajo o pocas habilidades sociales tienen más probabilidades que el resto de ser objeto de acosos por parte de otros compañeros. A esto se suma que cualquier rasgo diferenciador, ya sea físico, comportamental o de aptitudes les vuelve más vulnerables a este fenómeno.
Por otro lado, los chicos y chicas agresores, en general, presentan niveles de inteligencia emocional más bajos. En concreto, podemos decir que tienen escasa tolerancia a la frustración, no se muestran dispuestos a seguir las reglas y suelen tener graves carencias de empatía y poca capacidad de autorregulación emocional.
En este sentido, la empatía es uno de los factores de riesgo que cada vez toma más protagonismo en el fenómeno del acoso escolar. La empatía o la capacidad para identificar los estados de ánimo de los demás y actuar de manera congruente aparece de forma natural a partir de los tres años de vida en la mayoría de los niños, pero necesita de un importante componente experiencial y educativo para desarrollarse de manera óptima.
La ausencia de modelos empáticos o de una guía emocional efectiva puede llevar a muchos menores a ser incapaces de identificar y entender el dolor ajeno, y por consiguiente implicarse de manera activa en actos violentos contra sus iguales si esto les reporta beneficios.
Como hemos descrito, si bien no existe un retrato hierático y fijo que describa las características de los menores implicados en acoso escolar, sí tenemos una idea clara de qué habilidades emocionales y sociales pueden protegerles de él y cuáles van a facilitar que en un entorno propicio desarrollen patrones de relación basados en la agresión física o verbal y en la persecución y acoso de un compañero con la finalidad de reforzar su imagen y estatus dentro de su grupo de iguales. Esto, en definitiva, nos lleva a uno de los aspectos más importantes en el acoso escolar, que es la prevención.
Conocemos los factores de riesgo y la forma de modificarlos a través de educación emocional que fomente el desarrollo de la empatía, de la autorregulación emocional y demás competencias emocionales. Más allá de ser un problema de índole educativa, el acoso escolar actualmente es un reto de salud y seguridad pública.
Supone una de las mayores causas de alteraciones emocionales en la infancia. Las víctimas de acoso experimentan trastornos ansiosos, depresivos e incluso fobias, y los agresores tiene hasta un 60 % más de probabilidades de cometer actos violentos o delictivos en la juventud que el resto de sus compañeros no acosadores.
El conocimiento y estudio de estos factores de riesgo en el fenómeno del acoso escolar ilumina el camino de la prevención, guiándonos sobre en qué aspectos debemos incidir para elaborar programas preventivos eficaces.
Recientes estudios indican que la eficacia de estos programas no solo radica en la duración o intensidad de los mismos, si no también en incluir aspectos como la educación emocional.
En esta línea ya existen programas dirigidos a prevenir el acoso escolar centrados en mejorar las competencias emocionales de los escolares.
Estos no solo podrían disminuir el número de casos de acoso escolar en los centros escolares, si no también contribuir a construir una futura sociedad mas tolerante, conciliadora y solidaria.