Retos de la socialdemocracia
Retos de la socialdemocracia: entre la modernidad y la transformación para la igualdad. Un interesante artículo de Iñigo Urquizu en El Pais ("Elogio de la reforma") vuelve a plantear los retos de la socialdemocracia en el momento actual, que, en su opinión, se puede resumir en retomar el proyecto modernizador.
Es cierto que la izquierda ha sido la gran responsable del gran salto adelante de nuestro país. El atraso del franquismo quedó atrás en los mandatos de Felipe González en donde se afrontaron numerosas reformas que necesitaba el país. Ahora bien, ¿la izquierda se queda en esto? ¿En modernizar?
Una izquierda meramente modernizadora es un izquierda sin fuerza transformadora para cumplir su misión histórica, que es la reducción y eliminación de la desigualdad. Y si nuestra ambición es, meramente, oponernos a Trump y Orban nos habremos rendido sin presentar siquiera una alternativa. De hecho, si se quedara en este punto en nada se diferenciaría de los partidos de corte liberal; uno de los graves defectos que ha tenido la izquierda en los últimos decenios: comprar el discurso de la derecha. Y con ello, no habríamos planteado la lucha por la igualdad y habríamos perdido.
La Globalización económica y su impacto en el Estado
está abriendo a diario nuevos retos de transformación que debe asumir la izquierda para conseguir la igualdad. Podemos abordar la cuestión desde muy diversos puntos de vista: de los problemas de protección ambiental a los relativos al peso preponderante de las compañías transnacionales; la diferencia de la asimetría en cuanto a los ciudadanos y las empresas y entre los países; los problemas del neocolonialismo o los de las diferentes situaciones de las personas. El peso de la economía financiera frente a la productiva, tanto industrial como de productos de la naturaleza no puede dejar indiferente a la izquierda. Es, en definitiva, el conflicto diario de derivado de la desigualdad y estamos dejando que día a día los mercados financieros creen un nuevo Estado, permitan la configuración de la Constitución global en la que no estamos diciendo nada.
La Unión Europea con su peso del economicismo, la reducción del déficit, la ausencia de una política de resdistribución de la riqueza y la poca sensibilidad ante los derechos sociales abre interrogantes a diario a los que la izquierda está silente y que están costando que día a día se cedan algunas de las conquistas históricas. Hemos, de hecho, aceptado críticamente sustituciones de gobernantes elegidos democráticamente (aunque sean tan criticables como Berlusconi) en aplicación de valores que son incompatibles con los valores de la izquierda. Nos hemos metido en guerras en las que lo que se buscaba era una ocupación de territorios lejanos.
Es, en definitiva, el conflicto que hay entre los que están dominando el mundo sin estar presentes y los que están sumidos en su propia localización. Una división que no solo está fuera sino también dentro ya que hay fronteras interiores en el interior de los Estados.
, ese al que hacía referencia Raffaele Simone y que nos hace preguntarnos si el mundo se ha hecho de derechas, plantea el gran debate de la izquierda: el capitalismo ha sido capaz de generar una cultura de la libertad de elección, de la necesidad de la compra y del placer automático al que hay que hacer frente. Ser de derechas parece ser una manifestación de hedonismo, aunque sus consecuencias sean dañinas.
Cuando se habla, por ejemplo, de la libertad de elección -ese dogma que tanto gusta para sustituir los derechos sociales por los cheques a todos los ciudadanos, sin discriminar- no podemos olvidar, por ejemplo, las consecuencias que tiene en cuanto a la redistribución, al acceso a derechos de calidad de toda la ciudadanía, una idea básica de un Estado social como el que está recogido en el artículo 1.1 de la Constitución española. Y el elemento complementario de que el Estado deja de actuar y sus valores no tiene ni quien se los escriba ni defienda. Si vamos dejando a algunos en el camino, ocurrirá como el poema de Niemöller, no habrá nadie cuando el problema lo tengamos nosotros.
Son tiempos del pensiero debbole de la sinistra; como se decía en Italia. Sí, es cierto que el pensamiento neoliberal ha sido capaz de generar un cuerpo teórico sencillo que llega a la ciudadanía porque está bien manejado en este mundo de la comunicación y la imagen. ¿Hemos querido hacer algo parecido? ¿O nos hemos dedicado a pensar en un elefante
, por recoger el título del famoso libro de Lakoff; que hace referencia al papel del Partido Demócrata pensando sólo en lo que dice el Partido Republicano sin hacer política alternativa?
Cuando surgen líderes alternativos en la izquierda llegan a la ciudadanía. Si cogemos el caso de Sanders en Estados Unidos, vemos que hay un interés real de las personas en el cambio. Cambio con mayúsculas. El impulso de Corbyn al laborismo británico también se debe situar en esa onda. El pensiero debole ha llevado al PS francés a ridículos electrorales. El viejo PCI, hoy castamente el Partito Democrático, no ha sido capaz de conectar con la ciudadanía porque no tenía un discurso rupturista. Al final, acaba pasando como en la famosa escena del debate entre Berlusconi y d'Alema en la película Aprile, de Nanni Moretti.
Y es que, en el fondo, si nos limitamos a aligerar drásticamente, en pro de la modernidad, nuestras aspiraciones e ideales y a transformarlas en ideas cada vez más genéricas y conciliadores no seremos capaces de solucionar los problemas del mundo.