Relacionarnos desde la disidencia: revolución afectiva contra la cisheteronorma
Cuando tenía 12 años me di cuenta de que podía sentir atracción hacia las chicas. Con 13 lo tenía más o menos aceptado, y salí del armario con 14. He crecido en una familia en la que se me ha dejado muy claro que si algún día me enamoraba de una chica, no pasaba nada. Por eso no tuve ningún tipo de miedo ni temí ninguna represalia a la hora de anunciar que, efectivamente, era bisexual.
La primera vez que me besé con una chica fue el verano previo a cumplir los 15 años. Fue en el aseo de una cafetería, ella tenía novia y yo me pasé semanas siendo "la otra". Se construyó una relación afectiva tóxica y se hicieron muchas cosas mal durante meses.
La juventud y la inexperiencia tuvieron bastante que ver en ello, pero también el hecho de participar en un tipo de relación sin comunicación, honestidad, cuidados ni ningún tipo de activismo ni conocimientos aplicados a nuestra vida en común.
Hoy en día, cerca de diez años después, veo cómo tanto yo como amigas y conocidas a mi alrededor construimos relaciones afectivas huyendo de las dinámicas que ha establecido sistemáticamente el cisheteropatriarcado, y que acababan dañando muchas de las interacciones que caían por su propio peso (porque algo no cuadraba, porque no pertenecíamos a la cisheteronorma y no podíamos funcionar de acuerdo a sus reglas).
Teniendo en cuenta experiencias previas, teniendo las relaciones cisheterosexuales como modelo a seguir, las dinámicas que provienen de ellas se habían establecido como lo 'regular'. Durante años hemos podido asistir a prejuicios y construcciones dentro del mundo de chicas no cishetero que se han visto reflejadas en las relaciones 'típicas', 'normales', 'las de siempre'. Nuestra posición respecto a otras personas ha estado supeditada a un imaginario del colectivo LGTB que, con una visibilización mínima y distorsionada, ha estado alimentando interacciones y relaciones que no tienen nada que ver con nuestra posición en el mundo.
Hemos crecido con series, libros, películas que nos decían cómo eran las relaciones entre chicas: o inexistente, o cuasi cishetero. Relaciones establecidas bajo clichés, escritas por hombres cishet blancos, sin saber cómo era de verdad quererse y respetarse mutuamente siendo mujeres de verdad, y no mujeres construidas como la "otredad", bajo la mirada de aquel que realmente no nos ve, por mucho que intenta observarnos o describirnos.
En la actualidad, no podemos relacionarnos de forma 'normativa'. Establecer roles masculinos-femeninos, binarismos tóxicos y normas aplicadas a un segmento de la sociedad a la cual no pertenecemos no cuadra en nuestro contexto ni en nuestra pertenencia social.
Provenimos de construirnos como mujeres fuera de la norma: como bis, como lesbianas, como trans, como disidentes corporales, mentales o sociales. Nuestras interacciones nunca podrán ir parejas a las relaciones cisheterosexuales clásicas, porque nuestra construcción y experiencia en el mundo no lo ha sido.
Nos hemos establecido desde los bordes, buscando nuestras propias experiencias, siendo vistas de reojo y sin interés. Representadas desde la pura cisheteronormatividad, siendo siempre objeto de deseo de hombres, o del interés abstracto de aquel que observa con una lupa un insecto en medio de un bosque desconocido. Nuestro imaginario, nuestras vivencias y nuestras expectativas han estado sujetas a un capitalismo normativo al cual no le hemos interesado. No han querido representarnos, ni ayudarnos.
Por eso, en la actualidad, veo cómo nos relacionamos entre nosotras (en su mayoría, poco a poco, aprendiendo y deconstruyendo) contextualizándonos y 'viéndonos'. Aceptando que no podemos construirnos en base a cánones prefijados y estableciendo nosotras nuestras propias bases relacionales después de años siendo desestimadas. Desde el activismo y los cuidados, debemos seguir construyendo y repensando nuestra forma de relacionarnos afectiva y románticamente.
No ser invasivas porque lo han sido con nosotras, no posicionarnos como "el hombre o la mujer de la relación" porque no son etiquetas que se adscriban a nosotras. No definirnos como 'mujeres' a secas, sino como bolleras, como bis, como trans, como disidencias permanentes en base a unas experiencias que nos han marcado durante un periodo más largo o corto en nuestra vida.
La revolución afectiva existe. No sólo románticamente, por supuesto. La revolución afectiva debe darse desde cualquier relación establecida de amistad, o familiar, o puramente sexual. El conocernos (y reconocernos) comienza con tenernos en cuenta. Con construirnos en base a nosotras mismas y no a lo que nos han enseñado o intentado enseñar.
Quizá si esta revolución afectiva hubiera empezado antes, mis relaciones adolescentes habrían sido diferentes. Podrían no haber empezado en el aseo de una cafetería, o podrían no haber estado salpicadas de toxicidades provenientes de clichés manidos de la heterosexualidad inculcada hasta la saciedad. Sin embargo, aprendiendo y deconstruyendo es cómo se cambian las situaciones y los contextos.
Puede que, si seguimos tejiendo nuevas redes entre nosotras, las futuras disidentes no tengan que construirse desde los bordes, sino desde el centro de su propia experiencia colectiva y diversa. Si seguimos trabajando en nuestras herramientas, huyendo de lo establecido y construyendo juntas, podremos dar una caja de materiales a las que vengan después para que sigan trabajando junto a nosotras, sin tener que empezar de cero.
Sigamos estableciendo relaciones contra la normatividad. Repensando y deshaciendo los bordes, cuidando y dejándonos ser cuidadas, y llevando a cabo la revolución afectiva.