Radicales muy jóvenes convierten el centro de Barcelona en un laberinto de barricadas y fuego
Son en su mayoría chicos y chicas que rondan la veintena o que en muchos casos aún no han salido de la adolescencia.
Son muy jóvenes. Vistos de cerca es evidente que los autores del caos que reina en Barcelona cada noche desde hace cinco días y que ocultan sus rostros tras intimidantes máscaras y capuchas, organizan espectaculares barricadas y se enfrentan a las fuerzas de seguridad causando disturbios que marcan la agenda política de España, son en su mayoría chicos y chicas que rondan la veintena o que en muchos casos aún no han salido de la adolescencia.
Tras las multitudinarias movilizaciones pacíficas con las que arrancó este viernes en la capital catalana, que congregaron a más de medio millón de manifestantes en contra de la sentencia del procés; los disturbios protagonizados por estos jóvenes, que se contaban por varios centenares y a los que se vincula con los CDR (Comités de Defensa de la República), volvieron a colapsar la ciudad.
Las primeras chispas saltaron en las inmediaciones de Vía Laietana a media tarde y se trasladaron a la Plaza Urquinaona, que se convirtió durante varias horas en el epicentro de los enfrentamientos, con los radicales atrincherados en la plaza y los antidisturbios apostados en algunos accesos. Estos avanzaban y los encapuchados retrocedían. Minutos después, eran los radicales los que avanzaban y los agentes los que retrocedían. Y vuelta a empezar. Esta situación se repitió durante varias horas en las que los Mossos y la Policía Nacional hicieron uso de bombas de gas lacrimógeno, proyectiles de foam y pelotas de goma.
El humo inundaba la plaza mientras los encapuchados se afanaban en lanzar a los agentes todo tipo de objetos (artefactos pirotécnicos, adoquines arrancados, botellas, canicas con tirachinas) y en alimentar el fuego de las barricadas con mobiliario urbano. Las llamas han alcanzado tal intensidad que se han alzado varios metros y en algunos puntos han calentado tanto el asfalto que el alquitrán ha reventado, provocando grietas.
La mayoría de las personas que estaban a pocas decenas de metros de los incidentes no participaba en ellos, limitándose a observar, gritar algunas consignas y a salir corriendo ante el más mínimo rumor de que los Mossos se disponían a cargar.
Estreno de “la ballena”
“Yo no soy tan independentista, pero estoy aquí más por la represión policial que estamos sufriendo”, explicaba un joven encapuchado armado con adoquines que se disponía a lanzar contra los antidisturbios apostados en una esquina de la plaza. Preguntado por su edad, vacila: “Entre 18 y 22”.
Otro muchacho embozado, que jaleaba a unos compañeros mientras arrancaban una farola, respondía así sobre su razón para estar ahí: “Por la independencia y porque estos hijos de puta nos han dado de hostias”. Preguntado por su edad, tuerce el gesto y se aleja con sus amigos.
Los radicales terminaron por abandonar la plaza y se disgregaron en grupos más pequeños por las calles del centro de Barcelona, organizando nuevas barricadas en llamas allí dónde encontraban contenedores, y los Mossos y la Policía Nacional se desplegaron con sus furgonetas para recorrer las calles y dispersar a su paso a los grupos causantes de los disturbios, que se desbandaban al verlas llegar, pero se reagrupaban poco después.
Ese fue el momento en el que los Mossos estrenaron el cañón de agua que tienen desde 1994, pero que hasta esta pasada noche nunca habían utilizado. Lo emplearon para apagar las barricadas, sin apenas dirigirlo contra los grupos de manifestantes, que lo apodaron “la ballena”. Los bomberos también se emplearon a fondo, dialogando con los jóvenes guardianes de las barricadas y convenciéndolos de que la mejor idea era apagar las llamas.
Una postal delirante
Pasada la medianoche, los incendios y los tumultos amainaron, pero la calma tardó aún en llegar: jóvenes con el rostro cubierto diseminados en pequeños grupos, ya bastante desorganizados, siguieron deambulando por la ciudad. La policía patrullaba y los espantaba desde sus furgonetas, por cuyas ventanas disparaban proyectiles de foam (“¡Joder, joder, joder! ¡Dos veces ya!”, gritaba un joven encapuchado mientras daba saltos por el dolor tras impactarle un proyectil en una pierna) y a veces descendían para detener a algún despistado (ha habido 54 detenidos y 89 heridos).
La postal que ofrecía el centro de Barcelona tras la medianoche era la de un delirante laberinto de restos de barricadas y pequeños fuegos, poblado por encapuchados, policías, curiosos trasnochados y algunos borrachos que vagaban por unas calles sucias de escombros, que apestaban a contenedores calcinados y que han amanecido sobrevoladas por una duda: ¿Esto ha terminado o los barceloneses van a tener que empezar a acostumbrarse?