Que el odio no quede impune
Hay fuerzas políticas que consienten la normalización de la intolerancia con motivación ideológica antidemocrática.
El discurso de odio alimentado en la intolerancia política —palabras y actos que desembocan en violencia— es un viejo conocido nuestro, por desgracia. Llevamos décadas en este país con alegatos y prédicas en los que se dan cita muchas expresiones que incitan a la violencia y la discriminación por razones políticas, con soflamas que promueven o justifican agresiones crueles. Y los que nutren ese odio y se aprovechan políticamente de la presión que infunde suelen quedar, casi siempre, impunes.
Llevamos décadas, pero todo fluye. El ensañamiento abonado por las conductas fanáticas registra conversiones y actualizaciones.
El informe de 2020 de Europol, la agencia de la Unión Europea en materia policial que lucha contra la gran delincuencia y el terrorismo, ya advirtió de los riesgos de radicalización violenta de ciertos grupos de carácter etnonacionalista en España. Se apuntaba en ese informe que nacía algo en Euskadi y Navarra, una disidencia favorable a la violencia revolucionaria en un territorio que todavía no está limpio de intolerancia. Y es verdad. Es un fenómeno que hemos visto crecer en el último año, incluso durante la pandemia.
En enero, la ultraizquierda radical en Euskadi fomentó prácticas de violencia callejera que hace algún tiempo fueron cotidianas en pueblos y ciudades. Santurtzi, San Sebastián, Bilbao, Mungia, Pasaia y Hernani fueron escenarios de jóvenes violentos enfrentándose a la policía autonómica vasca. El pretexto era la frustración por el toque de queda establecido por la pandemia. Pero la violencia que se desató dejó a la vista una fobia ideológica canalizada contra los cuerpos policiales por representar el Estado democrático de Derecho.
Los partidos de ultraizquierda y populistas EH Bildu y Podemos no quisieron evitar la agresión coordinada a los agentes policiales. La violencia y el odio que destilan estos individuos quedan retratados en las imágenes grabadas. Mírenlos, por favor, búsquenlos. En redes se puede seguir también la creación de comunidades que alimentan el apoyo a estos sucesos.
Ese odio también se palpa en la última campaña de deshumanización ―en forma de burla macabra— hacia la policía autonómica vasca. Tras el accidente mortal de un agente de la Ertzaintza cuyo vehículo cayó al río Urumea, apareció una pintada en el lugar indicando con el cruel mensaje: “El mejor salto del año”, que luego se ha replicado en diferentes municipios, en una brutal banalización de la muerte con intención ideológica. No ha sido algo aislado; la imagen del rescate del coche patrulla se ha impreso en pegatinas y carteles y ha circulado en imágenes en las que se puede leer: “Zipaiorik onena errekan dagoena” (“El mejor zipayo, el que está en el río”, el que está muerto, se entiende).
En todos estos hechos se pueden distinguir claramente varios de los rasgos definidos en los procesos de radicalización violenta. A la cabeza, la deshumanización, el viejo recurso que las dictaduras utilizan para diseñar la imagen del enemigo al que luego se ataca con más saña. En el pasado se utilizó en el País Vasco para facilitar los atentados contra la policía autonómica, local, nacional y la Guardia Civil, para crear un clima de comprensión y consentimiento de los ataques y asesinatos, para insensibilizar a los bienpensantes.
Otra tendencia que también se reconoce en estos hechos es la victimización de los violentos, una práctica habitual en el País Vasco y Navarra durante décadas de terrorismo y kale borroka. En el caso de los actuales altercados, los protagonistas se manifestaron para criticar la actuación de la policía autonómica vasca al disolver botellones y reuniones ilegales por las limitaciones impuestas por razones de salud. La victimización es el mundo al revés: jóvenes inofensivos y de fiesta atacados por las fuerzas de seguridad con impunidad y de forma excesiva.
El victimismo es uno de los factores más poderosos en procesos de radicalización violenta. En el pasado, funcionó con extraordinaria eficacia en Euskadi para reclutar a adolescentes en el caldo de cultivo de la violencia. Lejos de ser condenados por los responsables políticos de la órbita independentista de ultraizquierda, los radicalizados actúan con la coraza de un cierto amparo, de una justificación política.
Esta deriva tan preocupante es lo que nos ha llevado a alertar a Europol. Hemos pedido una misión de investigación sobre la situación en el terreno, alarmados por la confluencia de viejas y nuevas fobias de intolerancia y odio. Hay fuerzas políticas, y esto es extraordinariamente grave, que prefieren consentir la normalización del odio y de la intolerancia con motivación ideológica antidemocrática.
No. No puede ser. No podemos descuidar ningún flanco. Con lo que hemos pasado, no vamos a dar ningún paso atrás para prevenir la generación y la difusión de los discursos de odio. La democracia es frágil y las grietas pueden terminar con el edificio.