Por qué necesitamos una reforma de la Constitución
El 70% de los españoles ha manifestado que desea la reforma de nuestra Carta Magna; eso sí, no necesariamente con los mismos fines.
En diciembre de 1978 los españoles refrendamos un texto que nos ha venido brindado un marco legal absoluto por el que nos regimos como Estado democrático, y por tanto de derecho. Un documento imperfecto -como cualquier otra producción humana-, pero que he permitido que convivamos en paz y armonía estos últimos 42 años.
La Constitución española de 1978 ha sido un modelo a seguir para otras muchas democracias occidentales por su espíritu inclusivo y reconciliador. Nuestra Carta Magna debería haber puesto punto y final a la Guerra Civil y al estéril debate de las dos Españas (visto está que no ha sido así), porque el consenso guió el puño de nuestros legisladores, generosos y nobles en sus exigencias y cesiones. Sin el altruismo y sentido de estado de los actores políticos del momento, nuestra historia podría haber sido muy belicosa y triste.
La Constitución de 1978 es el contrato social vigente entre los españoles, sí, es cierto, pero resulta que cerca de tres cuartas partes de los actuales ciudadanos con derecho a voto en España no lo hicieron. ¿Y cómo es eso? Pues muy sencillo: porque o no habían nacido aún, o no tenían edad legal para votar y/o son extranjeros nacionalizados. Es más, según una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de finales de 2018, el 70% de los españoles desea una reforma seria de nuestra Carta Magna.
El mundo ha cambiado muchísimo desde entonces, y la fortaleza que supuso el consenso en 1978 es a todas luces una debilidad en 2020. Es más: ya nos lo advirtieron los legisladores en su momento, conscientes de que la prioridad era unir los pedazos de una España fragmentada y dolida y darle una salida hacia un futuro en el que todos tuvieran cabida.
Hace 42 años los españoles estaban más que preocupados, acongojados, por los asesinatos perpetrados por los marxistas de ETA y GRAPO, la hostilidad de grupos de extrema derecha y buena parte del estamento militar (y también político) franquista, además de por las tensiones regionales de las denominadas ‘autonomías históricas’. Curiosamente, aunque la tasa de desempleo para entonces no superaba el 10% de la población activa, ya estaba muy arriba en la relación de preocupaciones.
De acuerdo con el CIS, las principales preocupaciones de los españoles a día de hoy son el desempleo, la crisis económica, la corrupción, la credibilidad política, la situación en Cataluña, la violencia de género, las pensiones, la vivienda, la inmigración y la sanidad… Vamos, que el escenario es radicalmente distinto al presente en el momento de la ratificación de nuestra Carta Magna.
Hemos cambiado mucho. Han sucedido tantas cosas que cuesta reconocer a un español hoy en los pantalones de uno de 1978. En estos años entramos en la OTAN y en la Unión Europea (UE), cambiamos la peseta por el euro, la edad media de nuestra población pasó de 30 a 43 años y nuestra esperanza de vida se prolongó nueve años, se desplomó la natalidad, dejamos de ser emigrantes para recibir inmigrantes y las mujeres han recuperado los derechos que la historia les había hurtado.
En estos 42 años estuvimos a punto de tener que ser socorridos económicamente por Europa, superamos un golpe de Estado, una asonada nacionalista y hasta un cutre intento de usurpación marroquí en Perejil; decuplicamos nuestra economía, instituimos los matrimonios homosexuales, dejamos de ser analógicos para convertirnos en una sociedad digital y el empleo se precarizó, en particular el juvenil, hasta liderar las tasas de la UE.
Nos casamos más tarde y tenemos hijos siendo más mayores, los matrimonios ahora son civiles más que religiosos y hasta el 70% de ellos termina en divorcio; llevamos 27 años siendo líderes en donación y trasplantes de órganos, y ahora mismo estamos muy preocupados por el desafío medioambiental y sus consecuencias en las generaciones venideras.
Entonces, ¿por qué asusta o impone tanto hablar de reformar la Constitución? Y esta es una pregunta para vosotros, mis inteligentes lectores, porque no os veo capaces de tragaros el simplón bulo de que a los únicos que les beneficiaría sería a los nacionalistas… Es que es del todo imposible, porque sería una oportunidad para que todos y cada uno de los españoles nos manifestemos en conciencia y decidamos qué tipo de Estado deseamos para (al menos) los próximos 50 años.
Es ahora cuando salta sobre mi hombro (no diré cual, que en este país tenemos la piel más fina que la fontanela de un bebé con eso de la derecha y la izquierda) un energúmeno virtual disfrazado de diablo y me susurra: Jorge, déjalo, hombre, si ya sabes que los políticos son de mi cuerda, así que con ellos mejor que no cuentes.
Y, mirad por donde: tiene razón. Para que en España pueda producirse una reforma de la Constitución necesitamos de la voluntad política, pues en los artículos 166, 167 y 168 de nuestra Carta Magna se establece que para ello debería suscribirlo una mayoría de tres quintos de cada una de las Cámaras, producirse la disolución inmediata de las Cortes y que los nuevos representantes de éstas ratificaran la decisión y procedieran al estudio del nuevo texto constitucional, que debería ser aprobado por mayoría de dos tercios de las Cámaras. Vamos, que no veo yo a Sánchez y a Casado jugándose las ‘históricas prebendas’ de sus respectivos partidos a la voluntad de los españoles.
Ahora, sí creo que Podemos y Vox se animarían a apostar por esta vía (al margen de otros partidos minoritarios), siguiendo la lógica de que los españoles les han votado para representar una cierta evolución (o simple rechazo, que todo hay que decirlo) a izquierda y derecha de las políticas tradicionales. Pero que nadie se llame a engaño, porque sin la participación de PSOE y PP la reforma constitucional jamás tendrá lugar. La pelota está en sus tejados.
En nuestra Constitución hay pasajes realmente bucólicos, preciosos, pero más allá de los buenos deseos, tenemos que hacer un ejercicio por contrastar estas bienintencionadas aspiraciones con la realidad. Los españoles tenemos mucho que decir en materia de educación, religión, eutanasia/eugenesia, modelo territorial, sistemas impositivos, vivienda y empleo, medio ambiente, lenguas/idiomas, competencias transferidas, referéndums, listas más votadas, inmunidad política, etc., etc.