Por qué es importante la retirada de mascarilla en interiores y por qué no
Desde este miércoles, 20 de abril, no será obligatorio usar cubrebocas en la mayoría de espacios interiores. La medida marca un hito en la pandemia, pero más por su peso simbólico.
Y setecientos días después, España entra en una nueva fase de la gestión de la pandemia. Este miércoles, 20 de abril, deja de ser obligatorio el uso de mascarilla en la mayoría de espacios interiores, poniendo fin a –mejor dicho, modificando– una norma que entró en vigor hace casi dos años, el 21 de mayo de 2020.
No es la primera vez que en esta epidemia se relaja por ley el uso de mascarillas, pero sí es la primera vez que se toma esta medida para interiores. Como ha explicado este martes la ministra de Sanidad, Carolina Darias, los lugares en los que el cubrebocas seguirá siendo obligatorio –hospitales, farmacias, transporte público– constituyen la excepción a la norma, y no al revés.
Así, España se abre a una nueva etapa en la pandemia de covid, iniciada con el cambio en la estrategia de detección y vigilancia del coronavirus que se aplica desde el pasado 23 de marzo. “Es un cambio de paradigma, una nueva manera de convivir con el virus”, corrobora Quique Bassat, epidemiólogo, pediatra e investigador del ISGlobal.
El 20 de abril de 2022 podría considerarse, por tanto, un hito en España tras dos largos años de pandemia, algo así como nuestro ‘freedom day’. Sin embargo, la mayoría de epidemiólogos coinciden en señalar el valor “simbólico” que cumplían últimamente las mascarillas en el país, sin una sola restricción de locales o aforos desde hace tiempo. “Simbólicamente, es la última barrera que quedaba por derribar, la última cosa a la que te agarras cuando te sientes vulnerable”, apunta Bassat. “Aunque sea una protección de tela o pequeña, el que la lleva puesta se siente más protegido”, señala.
El poder epidemiológico, social y psicológico de las mascarillas
A pesar de que resulta muy complicado evaluar con precisión su efectividad a nivel poblacional, las mascarillas han cumplido y cumplen una importante función de prevención en la transmisión. Pero, además, en España han tenido un gran efecto psicosocial, quedando ancladas en el imaginario colectivo de la gente como recordatorio de que existe una pandemia.
Hace unos días, cuando se anticipó la medida de la retirada en interiores, los epidemiólogos Pedro Gullón y Mario Fontán explicaban a El HuffPost que las mascarillas no son “mágicas” y que constituían “una medida más” dentro de las otras que se han ido aplicando en estos años. “Que sea la última en ser retirada no es porque sea la más efectiva, sino porque es la más sencilla y con menos efectos secundarios”, apuntaba Gullón.
También Quique Bassat, siendo “superdefensor de las mascarillas”, reconoce que estas han tenido una utilidad “importantísima” en los dos últimos años, pero “en conjunto con las demás medidas, no aisladas”, matiza. El epidemiólogo defiende también ese poder “simbólico” del cubrebocas. “La gente salía a la calle, veía a los demás con mascarilla y se acordaba de que tenía que protegerse frente al virus”, señala. “Psicológicamente, también ha sido una medida importante para convivir en estos años tan terribles”, comenta Bassat.
España no es, ni mucho menos, el primer país del entorno en dar este paso. Antes ya lo iniciaron Reino Unido, Francia, Alemania o los países nórdicos, y muy pronto lo darán Portugal, Italia y Grecia. “Otros países lo han aprobado de forma más salomónica y sin demasiadas contemplaciones”, admite Quique Bassat. Si aquí la medida genera tanto impacto social es, quizás, porque la penetración del uso de mascarillas también ha sido mayor en estos tiempos.
Según datos de enero de 2021 recopilados por Statista, España era el país europeo donde más gente salía a la calle con mascarilla por norma: el 96,4% de la población lo hacía “siempre”, frente al 74% de los alemanes o al 34% de los noruegos.
Los pasos hasta este hito
Por aquel entonces, era obligatorio hacerlo, y así siguió siéndolo hasta el 26 de junio de 2021, cuando Sanidad retiró la obligatoriedad de usar mascarilla al aire libre –siempre que hubiera distancia de seguridad– en lo que se bautizó como el “decreto de las sonrisas”.
Ya en ese momento hubo voces críticas que auguraron un descontrol de los casos ante esta medida. También hubo quien puso en duda –y se mofó de– que la gente saliera a la calle con la mascarilla a mano para momentos de aglomeración, o para entrar a un bar, o para coger el metro.
Lo cierto es que así se hizo –se hace– y hoy nadie tacha de errónea aquella decisión, mientras que sí se vio como algo equivocado que el Gobierno recuperara la obligatoriedad de mascarilla en exteriores las pasadas navidades durante dos meses.
El escenario es otro ahora. Hace justo un año, la tasa de incidencia acumulada a 14 días en España rondaba los 200 casos por 100.000 habitantes, el porcentaje de camas de hospital ocupadas por pacientes covid era del 8% y el mismo dato para camas UCI rozaba el 22%. Ahora, según los últimos datos de Sanidad, la tasa de incidencia es el doble, pero las hospitalizaciones se han reducido justo a la mitad, y la tasa de ocupación UCI es cinco veces menor. Las vacunas han funcionado.
“Nunca va a haber un buen momento para tomar esta decisión”
Quique Bassat sostiene que “nunca va a haber un buen momento para tomar una decisión tan importante como esta”, en el sentido de que “siempre será criticada, por ser demasiado pronto o demasiado tarde”. De hecho, otros de sus colegas, como Daniel López Acuña, aún ven la medida algo precipitada, pues “la incidencia es todavía alta, existe transmisión comunitaria y hay más de tres millones de personas [en España] que no están vacunadas con la pauta completa”, señala.
Bassat reconoce que, con una incidencia por encima de 400, el relajamiento de mascarillas en interiores le habría parecido “una locura en otras circunstancias”. Pero esas otras circunstancias son clave ahora: “A pesar de la gran circulación del virus, el impacto clínico que está teniendo es muy limitado”, recuerda Quique Bassat. Actualmente, menos del 4% de las hospitalizaciones y menos del 4% de los ingresos en UCI son debidos al covid. “Es un dato mejor que en cualquier momento de la pandemia”, celebra.
“Estamos listos para este paso”
Bassat considera que “ahora estamos listos para este paso”. “O seguimos prisioneros del covid y las restricciones asociadas o avanzamos con una cierta valentía y sin temeridad, basándonos en la evidencia de que está causando poca enfermedad”, defiende.
Esto mismo sostenía este martes Rafael Bengoa, experto en salud pública y asesor internacional en políticas de salud. “Estamos preparados técnica y sociológicamente para quitarnos la mascarilla”, afirmaba esta mañana en Radio Euskadi.
Haciendo un paralelismo, también se asumieron riesgos cuando se reabrieron las fronteras entre comunidades, las oficinas, la hostelería, los locales de ocio y los colegios, o cuando se recuperaron los aforos normales, pero entonces se decidió que el beneficio –fuera de la naturaleza que fuera– era superior al perjuicio. Ahora el cambio viene, además, respaldado por los técnicos de la Ponencia de Alertas, y por la casi totalidad de las comunidades autónomas.
Los epidemiólogos asumen que en los próximos días habrá un repunte de casos, en parte porque la curva llevaba un tiempo estancada en incidencias altas, en parte por los viajes y salidas de Semana Santa, en parte por la relajación de mascarilla. La diferencia ahora es que ese aumento es “asumible”, sostiene Quique Bassat.
“Que nadie se engañe. Quitarse la mascarilla irá asociado a un aumento de la transmisión; lo que pasa es que es un aumento que podemos aceptar y asumir, porque por suerte conllevará relativamente poco impacto clínico”, explica Bassat. Ahora sí, la mayoría de los casos se parecen “más a un resfriado común o gripe”. Y ese es, para Bassat, el verdadero “cambio de paradigma”. “No es que cerremos los ojos y digamos ‘no quiero saber que hay virus’, sino que decimos: ‘Sé que hay virus, pero también sé que la gran mayoría de los episodios serán leves, así que toca volver a hacer vida normal’”, resume el epidemiólogo.