Pomporrutas imperiales
"No es un héroe, sino un mequetrefe". Posiblemente, en el transcurso de las tres horas de su conversación con Franco en Hendaya el 23 de octubre de 1940, Hitler recordaría la advertencia que le había hecho el almirante Canaris. El jefe del servicio de inteligencia militar del régimen nazi conocía bien España y a aquella pareja de cuñados que habían acudido a la frontera francesa a rendir pleitesía al führer y a acordar con él las condiciones de la entrada de España en la guerra. Acompañando al Caudillo se encontraba Ramón Serrano Suñer, recién nombrado ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno franquista: exaltado falangista cuya relación de parentesco con Franco -estaba casado con la hermana de Carmen Polo- le había convertido en el hombre fuerte del régimen.
Para Hitler, que en aquel momento se encontraba en la cima de su gloria, resultaba cargante la salmodia de aquel español rechoncho que, según recuerda Paul Preston, peroraba en voz baja en lo que el intérprete alemán describiría como "un monótono soniquete que recordaba al almuédano llamando a los fieles a la oración". Pero más que por el tono, la irritación de Hitler se debía al delirante mensaje que, trufado de hiperbólicos elogios a la figura del dictador alemán, estaba desgranando Franco. Aunque su disposición a entrar en la guerra junto a Alemania era clara, el Gobierno español pedía como contrapartida la garantía de que se le concederían amplios territorios en Marruecos –nuestro lebensraum, en palabras de Serrano Suñer-, además de importantes entregas de armamento y otros suministros.
Ante la resistencia del mandatario nazi de aceptar esas peticiones, el régimen franquista elaboraría el mito de la "hábil prudencia" del Caudillo: una mezcla de varonil determinación y astucia galaica, con la que el Generalísimo consiguió eludir la entrada de España en la guerra. Como los historiadores han demostrado, la realidad fue muy distinta. Ni Hitler ni sus principales asesores tenían en aquel momento el menor interés en que España abandonara una neutralidad claramente escorada del lado alemán e italiano. Sin duda, Gibraltar era un objetivo importante, pero para tomarlo no creían en absoluto necesario contar con un ejército, el español, que carecía de casi todo, salvo de hombres mal alimentados.
Precisamente, la situación de escasez acuciante que atravesaba nuestro país en aquel otoño de lo que se conoció como el año del hambre, no era en absoluto desconocida para los alemanes. Pero, sobre todo, Hitler –que en esas fechas ya estaba preparando la invasión de la Unión Soviética- no estaba dispuesto a sacrificar su relación con la Francia de Pétain, o a provocar una intervención de las fuerzas de De Gaulle para satisfacer los delirios imperiales de aquel pícnico dictador de y su cuñado falangista. Así pues, ni Franco -que días entes de la cita de Hendaya ante el embajador portugués había descrito a Hitler como "un hombre extraordinario, moderado, sensible, lleno de humanidad y con grandes ideas"- ni Serrano Suñer –a quien en círculos militares calificaban de "galán de cine fracasado"- consiguieron nada en Hendaya, más que hacer el ridículo.
Todo esto es bien sabido desde hace tiempo, pero quizá no está de más recordarlo hoy, que se cumplen 78 años de aquella entrevista, y cuando algunos tratan de construir su imagen recurriendo a una retórica que parece sacada de un editorial de diario Arriba de aquel infausto octubre de 1940.