Placer indulto
Los indultos no supondrían un acercamiento a una resolución coherente de la conflictiva situación: no se suelta a los lobos para acabar con sus ataques a las ovejas.
Se lamentaba Heráclito, después de que el pueblo hubiese decidido expatriar a un querido amigo suyo, de que los niños no tuviesen en sus manos el gobierno de la ciudad. “Los ciudadanos adultos de Éfeso tendrían que ahorcarse todos, uno por uno, y dejar el gobierno de la ciudad en manos de los niños”, sentenciaba sombríamente. Como la decisión del pueblo no le contentó, la mayoría se transformó una vez más ante sus ojos en absolutamente mala e indocta, superficial, pues no eran capaces de entender la naturaleza real de los acontecimientos, algo que hasta un niño podría hacer con la fuerza y frescura de su inmaculada intuición. Este desprecio de la responsabilidad adulta en favor de la idealizada espontaneidad infantil, pubescente, ¿no se celebra aún hoy como una conquista política?
Ahora que los niños (al menos un trasunto envanecido de ellos) están en el poder, se puede apreciar lo que es más propio de los mismos: no solo la falta de previsión, la falta de organización, sino la necesidad de halagar a los tipos duros del patio para que les permitan, al menos, permanecer igual de bien, igual de tranquilos, en sus acomodados puestos. ¿Cómo explicar si no esta idiota celeridad en liberar y premiar a quienes no dejan de revolver lo que está tranquilo, además de romper, pretextando metafísicas de la identidad, la heterogénea coexistencia de los españoles?
Que el Partido Socialista le dio la espalda al país, además de a los problemas reales de los trabajadores, es un hito que Pedro Sánchez puede arrogarse: primero el Gobierno, luego España. Para justificar cada uno de sus actos (actos encaminados a su supervivencia política), ha decidido, él y su equipo, que lo censurable sea tenido por sentido común, que la humillación se acepte como respeto y que la incompetencia alcance el estatus de cátedra: hasta ha habido tiempo para que se compare de refilón a alguno de los presos con Mandela.
Ya no es solo que aquellos que realizan las peores faenas y animan diariamente a la discordia se lleven los mayores elogios. Lo peor es que los indultos no supondrían un acercamiento a una resolución coherente de la conflictiva situación: no se suelta a los lobos para acabar con sus ataques a las ovejas. Es más, parece probable que el indulto sea tomado por los propios independentistas como un impulso al independentismo y no como un gesto de invitación al diálogo, a la mesura, si es que eso es lo que pretende este incomprensible Gobierno.
Así, el grueso de las encuestas y opiniones dadas a lo largo y ancho de la esfera de opinión pública, desde sus más renombradas capas hasta las más prosaicas, muestran a las claras la falta de apoyo de la sociedad a los indultos, así como la opinión técnica, jurídicamente formada e informada, del Tribunal Supremo, que habría de ser determinante.
Pero, en fin, sabemos ya por experiencia que el gobierno actual hace las cosas por la necesidad, por el placer de permanecer en el poder a toda costa y disfrutar de sus cuantiosas ventajas: nunca la vacuidad de los gestos estuvo tan bien pagada.