Paz
Acaban de cumplirse 40 años del asesinato de John Lennon.
Nos hemos olvidado de la paz, pero no de la guerra. De hecho, utilizamos un lenguaje bélico para referirnos a la pandemia, en el debate sobre los Presupuestos se libran verdaderas batallas, militares retirados hablan de “fusilar y bombardear”, muchos dicen que se ha declarado una guerra entra la derecha y la izquierda, y las referencias sobre los golpes militares y la Guerra Civil han vuelto a ocupar la actualidad... Todo en un escenario falaz que juega con la trampa que dice que “si se quiere la paz hay que prepararse para la guerra”, para hacer creer que la paz es la “ausencia de guerra declarada” y mantener el enfrentamiento.
Algo tan sencillo y elemental como la paz se ha olvidado, y la guerra fría de la posmodernidad continúa con la batalla que busca derrotar al diferente, aunque se libre con armas distintas a las convencionales, y con una infantería vestida de paisano que ataca por tierra, mar y aire como en cualquier guerra, sin que veamos el polvo que levantan sus bombas para que no dejemos de respirarlo cada día...
Acaban de cumplirse, ayer, 40 años del asesinato de John Lennon. Yo estudiaba el primer curso de Medicina y vivía en una pequeña pensión de Granada, un amigo entró en mi cuarto, me despertó y me dijo: “han matado a John Lennon”. Sentí que una parte de los sueños de adolescente también había muerto, pero fui consciente de la responsabilidad que adquiríamos para dar continuidad a sus palabras y hacer de la “imaginación” realidad.
Su pacifismo está cargado de feminismo, él mismo dijo al referirse a su “fin de semana perdido”, la separación de Yoko Ono que se prolongó durante 18 meses, que fue ella la que le dijo que se marchara cuando él perdió su energía feminista. Lennon, consciente del cambio que había supuesto en su vida esa pérdida, regresó con un mayor compromiso con la paz y el feminismo.
Hoy la sociedad está polarizada bajo esa idea tan machista de presentar la alternativa como un ataque a su posición de referencia basada en la idea de que quienes son diferentes en ideas, creencias, valores, procedencia, color de piel, cultura, orientación sexual… además de diferentes son inferiores. El que polariza no es quien piensa diferente, sino el que hace de esa opción una amenaza y un ataque.
No todo el mundo puede hacer de la diferencia un campo de batalla. Para generar esa idea de ataque se necesitan dos elementos principales:
1. Tener un modelo consolidado que actúe como referencia.
Por ejemplo, al existir un modelo de familia basado en la heterosexualidad, plantear otro modelo de familia se presenta como un ataque a la familia tradicional, en cambio, criticar las alternativas que se proponen se presenta como una defensa de lo establecido y como un simple cuestionamiento, no como un “ataque” al nuevo modelo, cuando en realidad se le ataca a él y a todo lo que significa. Por esa razón sus ideas son presentadas como “educación” y el resto como “adoctrinamiento”.
Y recordemos que el único modelo consolidado es el androcéntrico.
2. Presentar su modelo de referencia y sus opciones como una posición global.
El modelo tradicional androcéntrico parte de una concepción integral en la que sus ideas, valores, creencias, identidades, mitos, estereotipos, tradiciones… son a su vez la totalidad indivisible. De manera que cualquier cuestionamiento a alguno de los elementos, por muy puntual que sea, se presenta como un ataque a todo el modelo, y se pide responder con beligerancia ante dicha agresión. Si, por ejemplo, se habla de matrimonio entre personas del mismo sexo, se dice que se busca acabar con la familia; si se habla actuar sobre la violencia de género, se responde diciendo que se actúa contra todos los hombres; si llegan extranjeros de otras culturas se incita a su rechazo bajo la idea de que vienen acabar con la nuestra; si se regula la interrupción voluntaria del embarazo se dice que se va contra la vida…
Al final la estrategia es la de siempre, la parte se presenta como un ataque al todo porque entiende que su modelo y posición es única, y que sólo ellos pueden gestionarlo para toda la sociedad.
Los derechos humanos no son un “brindis al sol”, ni la exigencia de su cumplimiento puede ser un “duelo al sol”. Son el marco esencial en cuanto a significado, y mínimo en cuanto a escenario para la democracia. Y democracia significa aceptar la pluralidad y diversidad de la sociedad, y utilizar los recursos y los instrumentos necesarios para convivir y para alcanzar el bien común.
Y esa convivencia democrática solo se puede lograr a través de la igualdad, la justicia social, la libertad, la dignidad y la paz como puntales que sostengan el amplio marco de los derechos humanos.
Quien incita al odio y quien justifica las palabras que hablan de guerras y enfrentamientos abiertos, está atacando a la paz; y sin paz no habrá convivencia, del mismo modo que sin convivencia no habrá democracia y sin democracia no hay sociedad. Porque una sociedad sin derechos humanos no es sociedad, es un sistema de opresión que unos pocos establecen sobre la mayoría para obtener privilegios y beneficios a costa de los demás.
La paz no se logra en grandes batallas sino en pequeños gestos.
Si alguien piensa que puede vencer al reducir la pluralidad a su única posición se equivoca, y si ya es difícil convencer mucho más lo es vencer. La historia nos lo ha demostrado y recuerda a diario a pesar de la nostalgia y la melancolía de algunos.
Debemos entender que la paz es la esencia de la convivencia con todo lo que conlleva, y debemos practicar un pacifismo democrático en todo momento, sin dejarnos engañar ni caer en las trampas de quienes usan su posición de poder como si fuera un bombardero desde el que lanzan sus ideas y bulos con el único objetivo de defender sus privilegios y destruir cualquier alternativa.
Si queremos la paz debemos prepararnos para la paz.
Ya lo dijo Lennon, demos una oportunidad a la paz.