Ongi etorri
No pedirán perdón, ni se arrepentirán. Y en el fondo da igual.
Ongi etorri. De “bienvenidos todas y todos, vascos y vascas”... a la cruda realidad. 250 “Ongi etorris” todavía. Sólo 250, por otro lado…
Los homenajes a expresos etarras, ponen a la sociedad vasca frente al espejo. Sin embargo algo hemos avanzado, es cierto, puesto que estos homenajes que se vienen haciendo impunemente desde hace décadas, antes solo encontraban el silencio por respuesta, posteriormente la protesta de colectivos de víctimas y de algún partido político y ahora, la indignación de al menos una parte de la opinión pública vasca.
Creo sinceramente que la mayor parte de la sociedad vasca lo ve con indiferencia y como un elemento más del paisaje cotidiano. No más. Hay que hacer un esfuerzo pedagógico y de denuncia ingente para provocar un atisbo de reacción ética y reflexiva al respecto. Ya lo dijo hace algún tiempo Savater, siempre lúcido en estas cuestiones: “La sociedad vasca está reaccionando al fin de ETA como lo hizo con el final de la dictadura de Franco: viéndolas venir”. Y es que “no le pidamos peras al olmo, es el síndrome de Estocolmo”, como dice la canción, y el de la sociedad vasca es de tamaño colosal. Y ése es el espejo en el que hay que mirarse, porque una vez resueltos los aspectos técnicos y operativos relativos al terrorismo queda únicamente, pero en toda su magnitud, el dilema ético y moral al que tuvo que enfrentarse toda una sociedad. Y como bien señaló Iñaki Gabilondo cuando habló del “naufragio moral de la sociedad vasca”, la sociedad vasca naufragó. Naufragó y por tanto se hundió.
Naufragó como sociedad, claro está, individualmente y como colectivos organizados ciertos grupos de personas salvaron su propia dignidad y de paso, simbólicamente, la del resto de la sociedad al hacer frente a la barbarie aún a riesgo de sus propias vidas. Pero eso no debe hacernos perder de vista el naufragio social en su conjunto. Un naufragio que pretende explicarnos por ejemplo que lo que es válido para combatir otras violencias, el alejamiento, no sólo no lo es en el caso de la violencia etarra sino que lo mejor es lo contrario, el acercamiento. Y así un sinfín de retorcimientos de la lógica más elemental siempre en sentido exculpatorio.
Tenemos los reflejos pavlovianos tan bien incrustados tras décadas de convivencia con nuestros propios maltratadores particulares que hemos retirado la denuncia en la comisaría, porque nos hemos creído lo que nos han dicho: que habían cambiado y que ahora se van a portar bien. Debiéramos recordar que el desenlace fatal muchas veces está precisamente a la vuelta de esa esquina y de esa retirada.
Asimismo, levamos algunos años oyendo a políticos de todos los colores decir y pedir a la izquierda abertzale en cualquiera de sus siglas que pida perdón, o que “reconozca el daño injustamente causado”, como se dice en el lenguaje eufemístico-administrativo tan de moda y muy al uso particularmente en este tema. Es una plegaria estéril que se ha repetido hasta convertirla en una frase hueca. No pedirán perdón, ni se arrepentirán. Y en el fondo da igual. Esos conceptos únicamente son válidos si se busca una reconciliación. Reconciliación imposible por improcedente, ya que en realidad dicha reconciliación únicamente es entendible desde una perspectiva divina y religiosa del arrepentimiento y el perdón de los pecados, y del siempre olvidado propósito de enmienda. Pero aquí estamos entre humanos, se supone. Y por tanto, lo que debe imperar no es la voluntad divina, sino la ley. Nada más. Pero nada menos.
Una vez más, como cuando ETA mataba, estamos mirando y analizando hasta la saciedad lo que hace o deja de hacer, o lo que creemos que tendría que hacer ese mundo de ETA y su entorno, cuando lo que en realidad importa es lo que hacemos los demócratas como sociedad. Y solo cumpliendo la Ley -la Ley 29/2011, de 22 de septiembre, de Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo para empezar- y haciéndola cumplir haremos que la sociedad vasca navegue de nuevo. Ocupémonos pues de lo que hace la sociedad a través de sus instituciones democráticas, lo que hace o deja hacer, y no de lo que queremos que haga la izquierda abertzale y su mundo, pero que nunca harán. Y no olvidemos que la extinta ETA y su entorno no dudarán, llegado el caso, en usar como arma póstuma su propia toxicidad. A conveniencia y a todos los niveles.
Libertad, justicia y ley. Nada más. Ni reconciliaciones imposibles ni convivencias altruistas, ni invocaciones ingenuas a lo que ETA y sus profetas debieran de hacer para que nos quedemos tranquilos, como si de un dios furioso y colérico al que debemos calmar se tratara. Los homenajes únicamente dejarán de hacerse si la sociedad a través de sus instituciones democráticas impide que se hagan. Bienvenidos a la realidad.