Nueva normalidad, viejos vicios
A medida que la gravedad de la emergencia sanitaria remitía, en lugar de alegrarse, el PP se enfurecía, endurecía su discurso y aumentaba su radicalidad.
Noventa y nueve días después volvemos a la normalidad. España ha superado la pandemia, pero no podemos bajar la guardia. El enemigo, el dichoso virus, aguarda agazapado y depende de nuestra responsabilidad individual y colectiva evitar potenciales rebrotes. De esta vivencia hemos extraído conclusiones y experiencias que nos servirán de referencia para posteriores episodios si es que suceden, esperemos que no. También dejamos atrás momentos extremadamente dolorosos, con más de 28.000 fallecidos, y nos queda la satisfacción de sobreponernos a la mayor crisis sanitaria en un siglo gracias a la respuesta extraordinaria de una sociedad española madura y comprometida. No regresamos exactamente como antes. Nuestro modus vivendi será distinto y distante: tenemos que convivir con nuevas normas y a metro y medio de distancia hasta que la ciencia descubra la vacuna y el tratamiento que derrote definitivamente al covid.
El fin del estado de alarma supone la recuperación del funcionamiento ordinario de nuestras vidas y de nuestro sistema institucional. Administración central y autonomías funcionarán de acuerdo al marco jurídico y al reparto de competencias del que nos hemos dotado a lo largo de más de cuatro décadas de democracia. Una de las lecciones que nos lega esta crisis es, sin duda, la necesidad de dotarnos de más mecanismos de colaboración, de avanzar hacia un modelo más cooperativo y de consenso. El diálogo y el entendimiento entre los distintos niveles de la administración y los agentes sociales han representado instrumentos indispensables para encarar estos momentos tan difíciles sin dejar a nadie atrás. Ésa ha sido la gran diferencia con la gestión de la crisis anterior: se ha colocado a las personas en el centro de la acción política. De este periodo de confinamiento, por ejemplo, salimos con el Ingreso Mínimo Vital, una conquista que refuerza nuestro Estado del bienestar y ayudará a reducir la desigualdad.
El Gobierno que preside Pedro Sánchez ha estado a la altura del reto que ha tenido que afrontar. Se han cometido errores, claro, como en otros países de nuestro entorno, muchos menos que otras prepotentes grandes potencias. Encarábamos una situación sin precedentes a la que nos hemos enfrentado sin manual de instrucciones, sin el suficiente conocimiento científico de partida para doblegarla. Hemos ido aprendiendo aquí y en todo el mundo en tiempo real, día a día. Cualquiera que observe la actuación de este Ejecutivo progresista concluye que ha obrado con equilibrio, sin estridencias y moderación, siguiendo criterios técnicos y científicos, con voluntad de acuerdo, con sensibilidad y empatía, articulando un sinfín de medidas como escudo social para la población, trabajando sin desmayo... En definitiva, pensando en lo mejor para este país y sus gentes.
Por el contrario, en estos más de tres meses hemos soportado vicios de una forma vieja y estéril de hacer política por parte de la derecha. Se ha echado en falta más altura de miras de la oposición conservadora. Como en 2008, han jugado de destruir sin disimulo. Han ido más allá incluso del irresponsable mensaje de Cristóbal Montoro, luego ministro de Hacienda, de “dejar que España se caiga que ya llegaremos nosotros para levantarla”. Ahora han puesto además de su parte para ayudar a que ocurra.
El Partido Popular, formación que ha gobernado este país durante más de catorce años, se ha equivocado de estrategia y de registro con la única obsesión de derribar al Gobierno progresista. No era el momento de buscar réditos particulares sino de remar todos en la misma dirección. A medida que la gravedad de la emergencia sanitaria remitía, en lugar de alegrarse, el PP se enfurecía, endurecía su discurso y aumentaba su radicalidad en una escalada descerebrada por mimetizarse con la extrema derecha.
A cada petición de unidad del presidente Sánchez, y han sido innumerables, Pablo Casado ha respondido con división y crispación. En el fondo porque la dirección del PP, al igual que otros poderes fácticos de este país, nunca ha aceptado la legitimidad democrática de la coalición entre PSOE y Unidas Podemos, a la que ni siquiera le ha concedido los cien días de cortesía. Erróneamente, han creído ver una oportunidad para hacerla descarrilar con la pandemia y el tiro les ha salido por la culata. El Gobierno ha sabido gestionar la crisis con templanza y, como el bambú, resistir con fortaleza y flexibilidad el acoso, a veces ruin, de una oposición de derechas que sólo es patriota cuando está en la Moncloa. Su alianza con los halcones de Europa para que España reciba los fondos de reconstrucción con condiciones (eufemismo de imposición de recortes) es un ejemplo más de la escasa talla política del PP. Este último capítulo pasará engrosar al manual de los horrores de la derecha para con este país.
Empezamos un tiempo nuevo, una normalidad recuperada que se abre paso con ilusión y prudencia ante la maraña de viejos vicios que lastran más de lo debido el potencial de este maravilloso país llamado España. Pero, siguiendo a Pepe Mujica, vale la pena luchar para que la gente pueda vivir un poco mejor y con un mayor sentido de igualdad. En eso estamos.