No es posible volver al oasis catalán
Los buenos resultados de las fuerzas independentistas en Cataluña no fueron un fenómeno pasajero.
La Transición española fue un viaje complejo que consistió, en líneas generales, en construir un sistema democrático de mínimos. Para salir del paso. Este proceso histórico fue un éxito solo a corto plazo, porque la habilidad de la UCD de Adolfo Suárez sirvió para neutralizar al búnker franquista haciéndole creer que aquella joven democracia podía ser controlada fácilmente por los poderes fácticos. Algo de aquella idea aún vive en cierta derecha española.
El asunto territorial, especialmente el catalán, fue un conflicto aplazado. Durante años se alabó, desde los partidos de ámbito estatal, que la nacionalista Convergència i Unió marcase distancias con un independentismo marginal y con poco peso. Además, el pujolismo jugaba a transaccionar con las élites políticas del Estado, ganándose una fama de estadista y bautizando con su actitud —y su predominio político— al oasis catalán. Un concepto que describía un pacto no escrito en aras de la estabilidad en Cataluña y en España.
Los años del procés han reconfigurado el sistema político catalán. Se acabó el voto dual entre CiU y PSC. Ambas formaciones han visto como sus apoyos descendían en favor de otras fuerzas políticas. Las sucesivas refundaciones convergentes y el progresivo crecimiento de Esquerra Republicana —a costa de socialistas y nacionalistas— han dado lugar a un sistema político de tres espacios y medio. Tres espacios (ERC, PSC y Junts) que pueden cosechar alrededor de un 20% de los votos y disputar victorias electorales en todo tipo de comicios.
Los resultados de este 14-F niegan la premisa que encabezó la campaña del ministro-candidato Salvador Illa. Decía el exalcalde de La Roca del Vallès que era el momento de pasar página. En cierto modo, venía a ofrecerse como alternativa política al actual Govern independentista, pero olvidándose de los caprichos de la aritmética parlamentaria.
En cambio, lo que ha pasado es que alrededor de un 50% de los votantes siguen apostando de manera decidida por fuerzas independentistas que llevan en sus programas la autodeterminación y la amnistía. Las urnas, por lo tanto, han rebajado las expectativas de la “operación Illa”, una maniobra del Estado para buscar la reinstauración del añorado oasis catalán.
Las urnas han confirmado la Cataluña holandesa, belga, noruega, sueca o finesa, con un Parlament altamente fragmentado que hace complejo articular mayorías políticas sin el concurso de un mínimo de dos o tres fuerzas políticas.
Este hecho no es novedoso en Cataluña, pero lo que sí resulta relevante es que los partidos independentistas no han defendido de manera explícita —tras años de convivencia en el Govern— la reedición del Ejecutivo soberanista. La normalidad europea también incluye su parte más sombría, al confirmarse la presencia de la derecha populista de Vox en la Cámara catalana.
Cabe destacar que el gran éxito de la jornada electoral ha sido la impecable organización de los comicios. El Gobierno catalán y los Ayuntamientos han sido capaces de hacer posible una logística incuestionable. No ha habido ningún incidente y este dispositivo ha recibido el elogio del hasta hoy jefe de la oposición —y candidato de Ciudadanos—, Carlos Carrizosa.
¿Quién gobernará en Cataluña? Los resultados plantean tres posibilidades: un pacto independentista, un improbable pacto de izquierdas y una repetición electoral. Es momento de los estrategas de partido y de las ofertas negociadoras de ida y vuelta. El rol de En Comú Podem o de la CUP puede ser clave para evitar la repetición de los comicios, si facilitan la gobernabilidad de la Generalitat con sus votos.
¿Cuáles han sido los protagonistas de la elección? Sin duda, Junts per Catalunya ha obtenido un resultado decepcionante que lo aleja de la pugna por ocupar la presidencia del Govern. Por su parte, Esquerra Republicana ha demostrado su resiliencia anotando un resultado muy similar al de hace cuatro años —con especial mención a la distribución territorial, muy estable, del voto a los republicanos—. El PSC ha recogido el resultado de Ciutadans, repitiendo la estéril victoria de Inés Arrimadas en 2017. Los catalanes, por tanto, han sustituido a los líderes de cada bloque: ERC adelanta a Junts, mientras que el PSC hace lo propio con Cs.
Sin duda, los buenos resultados de las fuerzas independentistas en Cataluña no fueron un fenómeno pasajero, ni una reacción conservadora. Tampoco una mentira de Artur Mas ni una ensoñación de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont. En un contexto de pandemia y de cambio de prioridades, el eje nacional sigue condicionando la política catalana. La resistencia del electorado soberanista parece haber superado los cálculos y la apuesta de los spin doctors de Moncloa. El oasis catalán ni está, ni se le espera.