Ni mala mujer, ni mala madre, ni mala víctima

Ni mala mujer, ni mala madre, ni mala víctima

'Rocío: contar la verdad para seguir viva' es un ejercicio de valentía por parte de Rocío Carrasco.

Rocío Carrasco durante el documental de Telecinco 'Rocío. Contar la verdad para seguir viva'.Mediaset

El documental Rocío: contar la verdad para seguir viva ha conseguido poner en el centro del debate social las perversiones y las dinámicas que se esconden detrás de la violencia contra las mujeres. La narración y las pruebas aportadas por Rocío Carrasco a lo largo de esta primera mitad de la serie documental dejan fuera de toda duda su sufrimiento y evidencian las secuelas psicológicas que, en muchos casos, deja tras de sí la violencia contra las mujeres.

El cuestionamiento del relato que se hace sobre Rocío Carrasco es legítimo; en cambio, lo que parece más un ejercicio de funambulismo que de coherencia es cuestionar los datos que Rocío aporta. Se ha llegado a cuestionar incluso que cobre dinero por hacer esta serie documental (a pesar de la aclaración de la propia productora afirmando que no pidió dinero): ¿por qué siempre el patriarcado exige a las mujeres que hagan todo gratis y por altruismo? ¿Alguien ha exigido a su expareja que devuelva el dinero acumulado en los últimos 20 años por hablar mal de ella en medios de comunicación? Me aterra pensar que la sociedad tenga tan asumida la narrativa machista que no sea capaz de cuestionarse todo esto.

¿Alguien ha exigido a su expareja que devuelva el dinero acumulado en 20 años por hablar mal de ella en medios?

Los estereotipos en la violencia contra las mujeres son, desgraciadamente, recurrentes. Una mujer que narra una experiencia de violencia no puede sonreír, ni maquillarse, ni divertirse, ni amar, ni equivocarse. Una víctima de violencia machista tiene que encajar perfectamente en el victimario que el androcentrismo ha diseñado para ella; cualquier otra cosa hará que, además de ser una mala mujer, sea una mala víctima. Una mujer sospechosa en constante escrutinio hasta que no aparezca arrastrada por el suelo, triste y sin maquillar: solo entonces el androcentrismo le restablecerá su condición de víctima de violencia machista.

Esta dinámica perversa es la que está consiguiendo desmontar esta serie documental. Las víctimas, al igual que los verdugos, también son personas y es la defensa de la humanidad que reside en la víctima la que hace saltar todas las alarmas. ¿Por qué la diversión y la sonrisa solamente están reservadas para el verdugo?

¿Por qué la diversión y la sonrisa solamente están reservadas para el verdugo?

Otra cuestión que va muy ligada a la de mala mujer es la de mala madre. Una madre que no ve a sus hijos casi una década tiene que ser forzosamente una mala madre, independientemente de lo que la hija o el hijo hayan hecho. Seguimos en la misma retórica: si tu hija te da una paliza, algo habrás hecho tú que no has sabido educarla; de nuevo la que tiene que justificarse es la víctima y no su agresora.

La hija de Rocío Carrasco, en estos momentos, no está siendo capaz de entender la dimensión del problema. Solamente exige a su madre llamadas y afecto cuando ella está invalidando su relato y obviando que le pegó una paliza: aquí también podemos ver hasta dónde llega la violencia contra las mujeres.

A nadie se le escapará, espero, que las relaciones familiares pueden ser una enorme fuente de conflicto y que la violencia de hijos a padres está enormemente silenciada fundamentalmente por la vergüenza y la culpa que la sociedad induce a las mujeres, que son las que tradicionalmente han asumido el rol de cuidado. En síntesis, la culpa de que tu hija te pegue es tuya, haberla educado mejor: esta es la idea de cuidado que el androcentrismo tiene reservada para las madres y la mujer que disiente de ella tiene asegurado el linchamiento.

A una mujer que narra la violencia sufrida hay que arrinconarla, cuestionarla y recordarle constantemente que es una mala mujer, una mala madre y una mala víctima e impedir así que su testimonio pueda cuestionar las lógicas de poder machistas que se encuentran detrás de muchas relaciones afectivas. Por eso es tan importante tumbar esta tríada machista de mala mujer-mala madre-mala víctima contra las mujeres que sufren violencia e insistir en desmontar estas lógicas perversas en el discurso público que se dan en medios de comunicación.

Rocío: contar la verdad para seguir viva es un ejercicio de valentía por parte de Rocío Carrasco. Validar la propia narrativa de vida es algo que no todo el mundo es capaz de hacer, sobre todo si hay tanto dolor detrás. No sé si Rocío Carrasco leerá estas líneas, pero me gustaría que supiera que su relato merece ser validado y escuchado, a pesar de todo el ruido que está generando. Ha sido muy valiente narrar tanta violencia y sentirse así más libre. Gracias por dejar testimonio.

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Doctorando en Psicología por la Universitat Autònoma de Barcelona, en la línea de investigación "Poder, Subjetividad y Género". Activista por los Derechos Humanos. Máster en Intervención Psicológica por la UDIMA y Experto Universitario en Trastornos de la Personalidad por la misma universidad. Máster en Formación del Profesorado en UNED. Diplomado en Perspectiva de Géneros y Bioética Aplicada por la Universidad de Champagnat, Mendoza, Argentina. Formación de posgrado en violencia de género y participación en congresos internacionales de temática feminista, bioética, diversidad sexual y género. Dos veces portavoz de derechos del Organismo Internacional de Juventud para Iberoamérica, único organismo internacional público en materia de juventud en el mundo. Premio Cristina Esparza Martín 2020 en la categoría de Activista del año por su defensa de la igualdad de género y a favor de los derechos del colectivo LGTBI. Ha sido uno de los observadores internacionales coordinados por el centro de Derechos Humanos Zeferino Ladrillero para velar por el cumplimiento de la Ley de Amnistía del Estado de México.