Los motivos detrás del "yo solo tengo la ESO"
Un nuevo informe de la OCDE vuelve a situar a España con el doble de porcentaje de jóvenes que tienen la educación secundaria como única titulación.
Si cada calle de España fuera un reflejo de la realidad del país, al cruzarte con un grupo de cuatro jóvenes, de entre 25 y 34 años, podrías saber que uno de ellos tiene la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) como única titulación académica. Una vez más, el reciente informe de la OCDE sitúa a España en este aspecto muy lejos de la media del resto de países de este grupo (14%) y del conjunto de países Unión Europea (11%).
La formación en España avanza en lo que se refiere a estudios superiores, es decir, carreras universitarias o ciclos de formación superior. Ahora ya casi la mitad de los jóvenes en España tiene alguna de estas titulaciones, frente al 34% que había al comienzo del siglo. Pero avanza muy lentamente en lo que se refiere a motivar a los adolescentes a seguir con su formación más allá de la etapa obligatoria.
Para explicar estos datos, la primera motivación que surge es clara: la renta de las familias. De acuerdo al estudio ‘Mapa del abandono educativo en España’ de la Fundación Europea Sociedad y Educación, en los hogares donde hay dificultades para llegar a fin de mes uno de cada tres adolescentes abandona los estudios tras la ESO. El mismo dato en las rentas más altas es del 6%.
Además de la renta, desde la Fundación señalan como determinantes la formación de los progenitores -solo el 3% de los hijos de madres universitarias renuncian a seguir su formación tras finalizar la ESO- y la migración: ser inmigrante en España supone que se tengan 2,5 veces más probabilidades de no terminar más allá de los estudios primarios.
Aquí estaría una de las causas de la avería del ascensor social, puesto que ese menor grado de formación se traduce después en menores sueldos y mayor tasa de desempleo.
Pero además, los datos muestran cómo las diferencias entre los distintos territorios son sustanciales. En 2021 en Euskadi más de la mitad de los jóvenes tenían estudios superiores, esto supone más del doble que en Ceuta, donde este porcentaje apenas llegaba al 25%.
Una década perdida
Los datos actuales son el resultado de lo que pasó hace 10, 15 años, esto es, en medio de la crisis financiera. Desde Save the Children, afirman que estos bajos niveles de formación de España se deben a “el alto abandono escolar temprano del pasado y que, aunque se ha reducido, seguimos teniendo”. La ONG coincide en señalar la “desigualdad de oportunidades” según el nivel socioeconómico de las familias puesto que España es uno de los países europeos donde “más se hereda” el nivel educativo entre padres e hijos.
“Las consecuencias de los recortes en el gasto público en la pasada crisis financiera fueron profesores con más horas de clase y clases con más alumnos por aula”. Pepe Guerrero, enseñante en secundaria y miembro del colectivo Marea Verde tiene claro que, además de factores sociológicos, la explicación de los datos de España hay que buscarla en los presupuestos destinados a educación. España ha sido de los países de la Unión Europea. que menos porcentaje de gasto del PIB ha dedicado a Educación, con cifras entorno al 4%. La situación ha mejorado en los últimos años, rozando el 5% en 2020, pero aún muy lejos de la recomendaciones de los organismos internacionales que se sitúan entre el 6 y el 8%. Guerrero reconoce que la situación empezó a revertirse en 2019, pero todavía estamos pagando esa década de recortes educativos.
“Todo tiene que ver con el gasto presupuestado”. Falta de apoyo al profesorado con alumnos con necesidades especiales, cupos llevados al límite con clases con 27 alumnos donde debía haber 15, falta de recursos para los servicios de orientación educativa. La lista de Guerrero sobre lo que implican esta falta de financiación de la educación es amplia. “En Primaria están hasta arriba y solo pueden identificar la mitad de los casos que necesitarían apoyos de cara a secundaria. Y cuando se identifican, esos apoyos no son suficientes”, denuncia. Esto supone además, no solo un perjuicio individual a quien no recibe ese apoyo y deja de estudiar por ello, sino que perjudica al resto al dificultar la dinámica de las clases.
Por su parte, Isabel Galvín, secretaria de Enseñanza en Comisiones Obreras, explica esta diferencia respecto al resto de países de nuestro entorno, por el importante número de personas que ni siquiera terminan la educación secundaria, por la escasa oferta de plazas de formación profesional con vinculación laboral y por la falta de apoyo los grupos más desfavorecidos. “Lo que faltan son becas en enseñanzas postobligatorias no universitarias”, apunta.
Ante esta situación, la portavoz sindical destaca que, frente a medidas como “conciertos, cheques escolares, o desgravaciones”, la clave para conseguir que más jóvenes decidan a seguir estudiando es la creación de “más plazas públicas de Formación Profesional y en todas las modalidades de Bachillerato”. En definitiva, más ofertas para intentar que nadie se quede sin opciones para elegir continuar su camino formativo.
Una mano para salir de la precariedad
Las dificultades de quienes buscan trabajo con escasa formación son el día a día de Rosa San Andrés, responsable de proyectos de empleo para jóvenes en Cruz Roja. Para ella, las causas de ese abandono temprano suelen múltiples: problemas de aprendizaje, entornos donde no se estimula el estudio, familias donde hace falta un sueldo lo antes posible… falta de confianza en que un título vaya a mejorar nada, escasa orientación desde los centros. La mayoría, “causas evitables” que “se ven venir desde lejos”.
“Cuando dejan de estudiar el primer y segundo año ‘molan’, porque empiezan a ganar dinero, suelen vivir con sus padres, tienen pocos gastos. Pero cuando pasan los veintipocos es cuando se dan cuenta de que están atrapados en la precariedad y se arrepienten”. El trabajo de dar una mano comienza ahí.
Soraima y Wellington tienen 21 años, han coincidido estos días en un curso privado de dos mes de microsistemas informáticos apoyados por uno de los programas que coordina San Andrés. Ambos viven en Toledo, pero él llego hace solo cinco años desde la República Dominicana. Los dos tienen la ESO como último título terminado, pero están decididos a cambiar esta situación.
Wellington reconoce que tras no conseguir acabar el Bachillerato el año pasado por la asignatura de inglés le “faltó motivación” para continuar, aunque intentará terminarlo en cuanto pueda. Soraima empezó un grado medio sanitario, pero lo abandonó por “cuestiones personales” que prefiere no detallar. Después llegaron los trabajos ocasionales, de camarera en bares de su zona, cuidando niños, sacando a pasear animales… Ahora que ha retomado la formación se siente “con ganas de aprender todo lo que haga falta” y ya se imagina “trabajando de esto, arreglando ordenadores”. Los dos confían en que esa nueva línea en el currículum que tendrán al acabar el curso sea el primer paso para salir del pozo de precariedad que supone tener solo la ESO.