De echarle 80 años a aparentar 65: el imprudente rejuvenecimiento de mi vecina en la pandemia
Al parecer, los meses de miedo y de encierro le habían recordado que se había olvidado de algo muy importante: de vivir.
Recuerdo que, en el verano de 2019, mi pareja y yo viajamos bastante. Arrastrábamos nuestras maletas continuamente por el portal del edificio y, cada vez que lo hacíamos, observábamos cómo la señora de la planta baja, que siempre dejaba la puerta abierta para huir del calor, permanecía sentada en su sillón viendo la tele. En una ocasión comenté que, probablemente, durante esas semanas habíamos vivido más que ella en cinco años; inmediatamente, me arrepentí de realizar aquel comentario tan injusto, pues lo cierto era que desconocía las circunstancias personales de mi vecina.
El verano pasó y la puerta acabó cerrándose para combatir el frío, pero en nuestro trasiego de entradas y salidas podíamos oír que, en la planta baja, la tele seguía encendida desafiando el paso del tiempo. El mismo que empleábamos nosotros para algo más que ir a trabajar. Solíamos asistir a exposiciones, íbamos al cine, salíamos los fines de semana de ruta por el campo, a almorzar con la familia o a barbacoas con los amigos…
Entonces, llegó el nuevo año y, con él, el maldito bicho. Meses de confinamiento, de miedo e incertidumbre. Y, de nuevo, otro verano. Afortunadamente, en los últimos años habíamos vivido tanto que en 2020 decidimos plantarnos.
Podíamos permitirnos el gran lujo de limitar nuestras salidas y de disfrutar de los placeres de casa, de los libros, de las películas… De vivir de los recuerdos de una vida plagada de experiencias. Nuestras vacaciones, por lo tanto, se basaron en ir a la compra y en dar paseos por la playa bien temprano.
Precisamente, fue en una de esas salidas cuando caí en la cuenta de que la puerta del bajo no estaba abierta. Tampoco se oía la tele… Me temí lo peor, pero, por fortuna, estaba equivocada. Me sentí aliviada cuando supe que mi vecina se encontraba bien. Al parecer, los meses de miedo y de encierro le habían recordado que se había olvidado de algo muy importante: de vivir. Y, lamentablemente, aquel verano, el único en el que se había apelado al sentido común de la ciudadanía para acabar con un maldito virus, ella se había propuesto hacer lo contrario para recuperar el tiempo perdido… Salir como si no hubiera un mañana. Reunirse cada fin de semana en bares y lugares concurridos, sin mascarilla, con amigas y familiares de los que la desgana la habían separado. Antes de la pandemia parecía tener 80 años y ahora aparenta 65. Pero parecía haberse olvidado de lo más importante: que el mundo estaba inmerso en una pandemia y que quizás su despertar había llegado en el momento menos indicado.
Por eso, para las próximas décadas os deseo que reaccionéis antes de que una catástrofe lo haga por vosotros. Por vuestro bien y por el de todos.
¡Feliz 2021!