Madres y la nostalgia
Madre es el nombre de nuestro primer lugar existencial. Primera morada que inevitablemente abandonamos y marca la añoranza de la vuelta. Y que se torna metáfora de lo que nos empuja en la búsqueda de la paz, felicidad o el paraíso que cada uno sueña como meta absoluta.
Para algunos la nostalgia del retorno significa un reencuentro. Volver a ese lugar idealizado. Los hombres -más que de una anatomía, hablo de quienes tienen una mente masculina- son los que buscan lo mismo una y otra vez. Quizás porque en la historia, lo masculino estaba comandado a dejar el hogar emocional en busca de la aventura, el triunfo para luego volver al regazo materno.
"Calzonazos"o"pollerudos" dice el lenguaje popular frente a esta intuición. De ahí se explica ese clásico guión del hombre que se divierte y puede gozar, no así amar, con personas que le parezcan del todo alejadas a lo familiar. Pero se quedan y aman, aunque con menos pasión, a quien porte el rasgo materno, a esa persona que huela a leche. Amor y deseo quedan eternamente disociados para quienes padezcan el rigor de esta nostalgia, la de lo que fue.
Existe otra nostalgia. La de lo que no fue. Melancolía, no de lo que hubo, sino que del vacío del amor incompleto. Generalmente las mujeres (las mentes femeninas) sufren bajo el pulso de la insatisfacción: siempre pudo haber habido más amor. Una queja habitual de las hijas con sus madres es que "nunca soy lo suficiente para ti". Y este lamento se reproduce en las relaciones de pareja, donde se espera un amor que no tiene medida. Nostalgia maldita, que se actualiza aún con más furia en aquellas relaciones donde efectivamente el otro no ama de vuelta. De ahí, esa curiosa fijación hacia las relaciones menos recíprocas. Porque el motor está hecho de lo que falta.
Así, hay algunos que siempre quieren volver a lo mismo, elegir del mismo modo. Mientras que otros tienen la impresión de que no son los que eligen, sino que más bien buscan siempre ser amados del mismo modo: de manera imposible. Las eternas víctimas del amor, del desamor.
En cualquier caso, se trata de un anhelo de lo perdido. De algo que es pura ficción, pues nunca existió ese lugar de unión absoluta con la madre. La placenta, quizás como único objeto que pertenece tanto a la madre como al hijo, se pierde al momento de empezar la vida, incluso, es la condición para la vida. Por eso la maternidad debe ser en cierto punto un fracaso, para que el hijo respire por sí mismo, debe haber una pérdida. Por eso en la vida se sospecha tantas veces un vacío, que no es más que ese vacío inaugural, pero que a su vez, es motor vital.
Más allá de las ridículas batallas que libramos las mujeres enjuiciando cuáles son las buenas y las malas madres, la tragedia real para un hijo es la "no nostalgia": cuando hay falta rotunda de madre, pero también en el exceso de ésta, no queda entonces nada que anhelar en la vida. La madre absoluta, la que se cree ley y pone al hijo en contra de todo lo que no es familiar, ya sean profesores, médicos, parejas, etc. Creando de esta forma a un hijo "fuera de serie". Es decir, fuera de la serie de las personas ajenas al origen, por cierto, único lugar -aunque lleno de frustraciones- donde podemos inventarnos una vida.
Este post se publicó originalmente en www.hoyxhoy.cl.