Los yazidíes ya no quieren vivir
Médicos Sin Fronteras rescata los testimonios de supervivientes de la matanza de Sinyar: las enfermedades mentales les llevan a la depresión, el suicidio y la derrota
En agosto de 2014, el Estado Islámico atacó a la minoría religiosa yazidí que vivía en la región a través de una campaña sostenida de asesinatos, violaciones y secuestros. Miles de personas fueron sometidas a condiciones de auténtica esclavitud y todo aquello acabó desembocando en un masivo éxodo de población, principalmente a campos de desplazados en la región adyacente kurda. La ONU describió aquellas atrocidades del Daesh en la región de Sinyar, en el noroeste de Irak, como un genocidio.
A día de hoy, y a pesar de que la región fue recuperada de las manos del ISIS hace más de cuatro años, el regreso de quienes huyeron sigue siendo lento. Muchas familias yazidíes prefieren quedarse en el Kurdistán iraquí en lugar de regresar a sus hogares. Y esto no solo se debe a que muchas casas y pueblos yacen diezmados entre las cenizas, están llenos de minas terrestres y carecen de servicios básicos como agua o electricidad, sino también al trauma que sienten ahora muchos yazidíes hacia a sus tierras ancestrales.
Médicos Sin Fronteras (MSF), que comenzó a ofrecer consultas de salud mental en diciembre de 2018 en el pequeño pueblo de Sinuni, donde se encuentra una buena parte de los yazidíes que han permanecido en la región, denuncia que esta comunidad atraviesa una acuciante y desgastante crisis de salud mental que está teniendo graves consecuencias para gran parte de la población.
286 personas se han inscrito en el programa, de las cuales 200 siguen bajo tratamiento a día de hoy. El diagnóstico más común es depresión (40%), seguido de trastorno de conversión (18%) y ansiedad (17%). También se han detectado numerosos casos de trastornos psiquiátricos y de personalidad, incluidos varios casos de trastorno de estrés postraumático (3%). En el caso de los intentos de suicidio, un 46% de los pacientes eran menores de 18 años, entre los cuales había una niña de 13 años que se ahorcó y falleció antes de llegar a urgencias. Otro 54% eran mujeres o niñas, de las cuales cuatro murieron tras haberse inmolado. El resto de casos se produjeron mediante cortes en las muñecas, bebiendo veneno, a través de sobredosis de medicamentos o con armas de fuego.
En la imagen anterior se puede ver Sinuni, en el monte Sinyar, una vista general de las tiendas de campaña donde viven los yazidíes. Según los datos obtenidos en una serie de entrevistas llevadas a cabo por MSF a finales del pasado año, al menos un miembro del 100% de las familias yazidíes de Sinyar sufre algún tipo de enfermedad mental.
Amina Ismail Elias, de 20 años, en su casa en el Monte Sinjar, el pasado mes de septiembre. “Estoy muy muy deprimida. Las pastillas me dan sueño, así que dejé de tomarlas. No he ido nunca a la escuela; no sé leer ni escribir. No hago nada, ni siquiera las tareas del hogar. Hace unos 20 días, intenté suicidarme cortándome las venas. Cuando vivíamos como desplazados internos en el Kurdistán, intenté prenderme fuego y ser atropellada por un coche. ¿Por qué? Pues realmente no lo sé. Estoy deprimida. Todo comenzó hace seis años, cuando uno de mis tíos fue asesinado. Desde entonces, a veces me desmayo y me quedo inconsciente. Siempre me estoy cayendo. Me duele mucho la cabeza de tanto que me caigo. A veces me siento en esta posición y me quedo así por horas. En 2014 tuvimos que huir, pero no recuerdo nada de aquella época. Bloqueé todos los recuerdos. Cada vez que me peleo con alguien, especialmente con mi padre, pienso en suicidarme. Solo quiero ser como antes, ser normal. Daría la mitad de mi vida por ser normal”.
Un niño yazidí de 13 años, en su casa en Sinuni el pasado mes de septiembre. “Solía estar todo el tiempo con mi padre. Ahora se ha unido a un grupo armado y se ha ido. Me siento solo. No salgo de casa, estoy siempre metido en esta habitación. Me siento triste. No tengo amigos. Antes del genocidio, vivíamos en el lado sur de la montaña. Cuando el ISIS llegó, escapamos a la montaña. Luego nos fuimos a Siria y luego al Kurdistán. Regresamos aquí en 2016. Cuando fui a buscar ayuda al hospital de Sinuni, les pedí que me mantuvieran allí. No quiero estar en esta casa”.
Un hombre yazidí de 24 años, en su tienda de campaña en el monte Sinyar el pasado mes de septiembre. “Somos del sur de la montaña, cerca de la ciudad de Sinyar. Después del genocidio, nos quedamos un año en un campo de desplazados internos en Kurdistán, luego vinimos aquí, a la montaña. Vivo en esta tienda de campaña con mi familia, mis padres, mi esposa, mi hermano, mis sobrinos... Es muy, muy difícil vivir aquí. Las condiciones de vida son muy duras. Siempre hace demasiado calor o demasiado frío. Tenemos que hacer nuestras necesidades en unas letrinas compartidas que están asquerosas. No hay trabajo aquí, así que me uní a un grupo armado y de este modo logro juntar unos 300 dólares al mes. No soy feliz. Siempre hay alguna cosa que me impide serlo. No salgo con mis amigos porque no quiero ni puedo fingir que estoy bien. La depresión es muy difícil. Siento como si me estuviera derritiendo, y de hecho he perdido mucho peso. Las consecuencias afectan a todo mi cuerpo. También me olvido de muchas cosas. Siempre tengo en mente las cosas que vi y que oí sobre el genocidio. Niños muertos. El ISIS los asesinaba, luego ponían sus cuerpos al fuego y obligaban a sus madres a comerse su carne. He tratado de suicidarme tres veces: ahorcándome, con una pistola y un cuchillo. Las tres ocasiones apareció alguien que logró detenerme. Desde entonces, mi familia está preocupada por mí y eso hace que yo me sienta muy culpable. Sé que, lejos de ayudar, mi actitud simplemente empeora las cosas. No quiero tomar medicamentos porque provocan demasiados efectos secundarios. Me gustaría poder tomar una píldora mágica que hiciera desaparecer todo lo que sucedió”.
Halo Khalaf, de 66 años, en su casa de Sinuni el pasado mes de septiembre. ”Somos originarios del sur del monte Sinyar. No tengo hijos. Mi esposo murió antes del genocidio. Antes de 2014, vivía con Khader, que era mi único hermano, y con su familia. Khader fue secuestrado por el ISIS y nunca regresó. En realidad fuimos secuestrados juntos, pero yo pude escapar después de 20 días en cautiverio. Sigo esperando a Khader. Tengo la esperanza de que un día regresen todos los secuestrados. Son tantas las personas de mi familia que han sido secuestradas... Casi toda la familia de mi hermano fue secuestrada. Algunos regresaron, otros no. Uno de mis sobrinos está actualmente con el ISIS en el campamento de Al-Hol en Siria. Le han lavado el cerebro, cambió su nombre y no quiere volver. Yo solo volvería a casa si los secuestrados también lo hicieran. Mi sueño es salvarlos. Rezo todos los días para que Dios traiga de vuelta a mi hermano. Antes del genocidio, no tenía problemas psicológicos ni problemas de salud. Ahora debo tomar muchos medicamentos. Tengo problemas de salud mental, problemas renales, presión arterial alta, problemas de colon... Siento que el ISIS se acerca. Cuando duermo, me levanto sobresaltada. No puedo ver con claridad porque lloro mucho. Siento dolor en todo mi cuerpo. No soy feliz”.
[La fotografía de Halo ha sido fusionada con una vieja foto de familia. Muchas de las personas que aparecen en ella fueron secuestradas por el ISIS].
Ayman Farouq, de 16 años, en su casa en Sinuni el pasado mes de septiembre. “Mi familia es de Tal Qasab, al sur del monte Sinyar. Tras el genocidio de 2014 huimos a la montaña y estuvimos viviendo allí. Un día, en 2015, sufrí la explosión de una mina. Perdí mi brazo izquierdo y recibí impactos de metralla en mis pies y mis piernas. A día de hoy, aún tengo más de 50 trozos de metralla incrustados. Me duele todo el tiempo, no puedo pensar en otra cosa y no logro dormir debido al dolor. Sufro lo que llamamos tafkir, que viene a ser algo así como “pensar demasiado”. Todo es a causa del dolor. Me siento triste y estoy siempre nervioso”.
[La fotografía de Ayman ha sido fusionada con un primer plano de las cicatrices que tiene en su pie derecho].