Los indultos llegan con sello europeo
No se trata de la internacionalización del procés, como aspiraba el independentismo, sino de situar en su debido contexto el cúmulo de errores de ambos lados.
Europa ha sido la larga sombra que ha acompañado los años del procés. Nunca ha sido visible, pero siempre ha estado presente. Tanto una parte como la otra del conflicto, así como los que estaban en medio, han apelado a Europa constantemente para enmarcar sus respectivas tesis. Todos ellos con un punto de razón, pero ninguno sin lograr la plena sintonía continental. Europa –en su conjunto, con toda la plural amalgama institucional, judicial y comunitaria que suma el continente– ha rehusado entrar en el problema y ha optado por considerarlo, formalmente, como un “asunto nacional”, a pesar de ser una carpeta que ha figurado en un lugar destacado de su agenda política y económica.
Pero la sombra europea está empezando a abandonar su condición fantasmagórica para convertirse en pieza angular, no del conflicto, sino de las vías de solución que, por primera vez en años, se entrevén factibles. Los indultos, la distensión institucional, el pronunciamiento del Consejo de Europa y el alcance continental de los despropósitos de la magistratura española empiezan a aportar una dimensión europea al conflicto.
No se trata de la internacionalización del procés, como aspiraba el independentismo –hasta que se dio cuenta que no contaría con ningún apoyo más allá de algún exministro esloveno o diputado finlandés–, sino de situar en su debido contexto el cúmulo de errores de ambos lados. Por una parte, el inmovilismo del Gobierno central por no abordar la legítima, y ampliamente mayoritaria, reclamación de los catalanes para atender sus necesidades de autogobierno y financiación. Y por otra, el viaje a ninguna parte que llevó al campo independentista la falta de garantías en su apuesta y la implantación del sinsentido de la unilateralidad.
El 1 de octubre de 2017, la causa independentista obtuvo la mayor cuota de simpatía lograda nunca, tanto antes como después del conflicto. La terrible torpeza con la que el gobierno de Mariano Rajoy quiso resolver el referéndum sumó una infinita complicidad con el soberanismo catalán en casi todos los rincones de Europa. En la cultura occidental de sólida tradición democrática resulta inaceptable que la voluntad de votar –a pesar que sea sin reconocimiento oficial– pueda ser contrarrestada a base de porrazos y secuestros de urnas, tal como expresaron las agresivas estampas de la Policía Nacional y la Guardia Civil aquel día.
Pero la complicidad no pasó de algún giño de ojo y poco más. La escasa habilidad del independentismo para seducir a la otra mitad de Catalunya y la nula legitimidad democrática que supuso la declaración unilateral lo dejó sin ningún apoyo, a pesar de las falsas expectativas que sus líderes habían vendido señalando a Moscú, Pequín, Tel Aviv o incluso Washington.
Tras los errores por ambas partes de aquel octubre, el laberinto se hizo más complejo. En un campo y otro dominaban los que optaban por echar más leña al fuego: unos buscando el cuanto peor, mejor y los otros, propiciando sed de venganza y hambre de humillación. Desde el primer momento que Rajoy optó por judicializar un problema político y los primeros independentistas entraron en la cárcel, en las cancellerías se echaron las manos a la cabeza. Ni en Bruselas, ni en Berlín, ni en París, ni en Roma se ha llegado a comprender la fórmula española para intentar atajar el conflicto.
Todo ello se convirtió en un boomerang, que ha acabado minando la reputación internacional de España. El contundente informe del Consejo de Europa –que compara directamente España con Turquía– o la firma de 33 premios Nobel contra la persecución a Andreu Mas Colell y otros excargos de la Generalitat por parte del Tribunal de Cuentas por hacer lo que hacen tantas otras autonomías con proyección exterior suponen dos serios reveses a la gestión del conflicto iniciada por Rajoy y arbitrada por la magistratura. Dos bofetadas que se suman a la falta de apoyo del resto de magistraturas europeas a las interlocutorias españolas.
Lo indultos vienen con el sello europeo. Pedro Sánchez ha optado por esta vía con el apoyo implícito y silencioso del complejo continental. La libertad de los encarcelados era un paso indispensable para empezar a plantear acuerdos, por mínimos que sean. El siguiente, también imprescindible, es parar la locura de la persecución judicial que sufren centenares de independentistas como consecuencia del procés, tanto en el interior como en el exterior.
Europa, por fin ha intervenido. No lo ha hecho en los términos en que aspiraba el independentismo, ya que ni las fronteras se han movido ni van a hacerlo en los próximos años. Pero sí que se han dejado claras cuales son las reglas del juego: por una parte, abordar políticamente un problema que necesita avances evidentes y, por otra, respetar los cauces legales y garantizar los derechos de la otra mitad del país. Y para ambos una receta ineludible, que los nuevos líderes están dispuestos a asumir: diálogo, que es la única manera de solucionar los problemas.