Llegará el día...
Es el momento de estar unidos, de dejar de lado los reproches. De callarnos y dejar trabajar a los que están luchando para que todos podamos superar esta crisis.
No lo duden: llegará el día en el que volveremos a pasear, a correr por el parque, a preguntar ‘¿cómo estás?’ como quien dice ‘buenos días’. Volveremos a cantar canciones y goles, volveremos a abrazar, a besar y a reír. Sobre todo, volveremos a reír.
Llegará el día que los medios no tengamos que escribir una, diez, cincuenta veces la palabra coronavirus en una información. Llegará la mañana en la que bajaremos a comprar el pan y nos crucemos con padres y madres cogidos de la mano de sus hijos. Llegará la tarde en la que veremos a los pequeños lanzándose con una risa contagiosa por el tobogán, a parejas tanteando las glorias del primer amor abrazados en un banco. Llegará ese día.
Echaremos la vista atrás y nos convenceremos de que todo lo que vivimos fue una terrible pesadilla, de la que todos, de una u otra forma, fuimos víctimas. Porque a todos nos va a golpear el coronavirus: familiares directos, indirectos, amigos o simples conocidos a los que sólo tratamos dos veces pero con los que tuvimos trato. A todos nos va a suceder.
Saldremos adelante, claro que sí. Lo haremos con una herida que no cicatrizará jamás porque para eso deberíamos olvidar. No, jamás olvidaremos la peor primavera de nuestras vidas.
Echaremos la vista atrás, recordaremos lo que pasó y, cada uno de nosotros, deberá pensar cómo se comportó, cómo gestionó un problema sanitario de primer orden que hoy muchos presumen de haber vaticinado no ya en enero, sino antes de que empezase a propagarse el virus en China. Si fuimos responsables, si dimos calor cuando sólo había frío, si hicimos todo lo que pudimos confinados entre las cuatro paredes de nuestra casa. Tendremos que hacer examen de conciencia del tipo de persona que fuimos. Muchos no saldrán bien parados.
Que haya gente saltándose a la torera el estado de alarma es, a estas alturas, casi lo de menos: son muy pocas personas, unos miles de insensatos que no van a cambiar de actitud por muchas recomendaciones, órdenes o consejos que se den. Sí está en nuestras manos dejar de reenviar mensajes falsos a través de las redes sociales o whatsapp que sólo generan más ruido, miedo e inquietud. Piensen que, al compartir lo primero que les llega, no sólo son unos irresponsables por desinformar a quienes teóricamente tanto quieren y por quienes tanto se preocupan, sino se están comportando como unos verdaderos gañanes.
Estamos viviendo el momento más crítico de la historia reciente. Nada es comparable. Lo superaremos y se lo contaremos a las futuras generaciones. Cuando llegue ese momento, tendremos que recordar si nosotros sumamos o restamos, gritamos o callamos, si contribuimos a fortalecer la unidad o sólo dinamitamos la convivencia. Si estuvimos a la altura o nos empecinamos en vomitar por tierra, mar y aire —por Facebook, WhatsApp y Twitter—lo primero que se nos pasó por la cabeza.
Es el momento de estar unidos, de dejar de lado los reproches. De callarnos y dejar trabajar a los que están luchando para que todos podamos superar esta crisis. Esta sí es la hora de España y de los españoles, de demostrar que actuamos como un solo país de forma solidaria, sin importar la ideología o la creencias de cada cual. Se trata de ayudarnos a nosotros mismos y a los demás, como sea y cuando sea. Muchas veces es suficiente con que nos callemos y no arrojemos inquina, rabia y desconcierto sobre un país cuya prioridad absoluta ahora es superar la mayor crisis sanitaria y social de la historia contemporánea.
Es nuestra hora.