Las manos contra el fanatismo
Son tantas las preguntas que es necesario alejarse del ruido cotidiano y reflexionar con tranquilidad. Sin prejuicios. Con más soluciones que ganas de amar el conflicto.
Nuestra generación se pregunta a menudo por qué ocurrió aquello no hace tanto. Por qué unas ideas atacaban, secuestraban y asesinaban a personas. Cuál era el motor del terror que dividía sociedades y condenaba proyectos de vida. Ahora que el debate sobre la salud mental está en la agenda, me pregunto cómo afectó la barbarie que provocó ETA a miles de jóvenes a los que le robaron la juventud. Son tantas las preguntas que es necesario alejarse del ruido cotidiano y reflexionar con tranquilidad. Sin prejuicios. Con más soluciones que ganas de amar el conflicto.
Hace unos días acompañé a las Juventudes Socialistas de Euskadi en el Homenaje a las víctimas del terrorismo en Ermua. En Euskadi se fundó nuestra centenaria organización y su militancia sigue siendo un faro que nos enseña dos claves fundamentales para participar en proyectos colectivos: convivencia y coexistencia. Un comentario me llamó la atención: “No fuimos como ellos, sabíamos que si hiciésemos lo mismo nunca acabaríamos con esto”. Por eso, me explicaban, “levantamos nuestras manos”.
Nunca un gesto dijo tanto. Tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco en Ermua decidieron responder con las manos en alto sumando a toda la sociedad y empezando a ganar la batalla al miedo: “fue nuestra respuesta contra el fanatismo”. Me dejó la piel de gallina y recordé todos los telediarios que mi memoria había olvidado, pensando que los desalmados viven de la frustración y que esas manos blancas que se levantaron erosionaron al fanatismo con abrazos que pusieron enfrente de los terroristas a toda la sociedad. Una lección con la que levantarse todos los días, una razón para continuar caminando.
Hace 10 años pasamos la página y derrotamos a la banda terrorista. Quedan heridas y es necesario cerrarlas construyendo puentes entre generaciones, territorios e ideologías. Y la respuesta sigue siendo la misma: la memoria. Memoria no como meta, sino como camino; es un imperativo moral recordar qué pasó, sin fronteras y con empatía. Recordar para vacunarse contra el fanatismo que contagia rápido, enferma democracias e impone puntos de vista a través de disparos. No ocurrió por accidente, hubo gran trabajo detrás. Un día los que mataban se murieron de miedo y los demócratas lo perdimos, si seguimos comprometidos es para que lleguen más días así.