Las grandes batallas que determinarán las elecciones del 14-F
Los comicios de Cataluña se presentan más inciertos que nunca.
La entropía es una magnitud física que indica el grado de desorden molecular de un sistema. El sistema, en este caso, el contexto político en Cataluña, se encuentra sumido en plena incertidumbre. La tercera ola de la pandemia, el posible abstencionismo, la indecisión, la formación de las mesas electorales, la constante fractura entre el independentismo y el unionismo o la llegada de nuevos candidatos así lo demuestran. Todo ello hace de estas elecciones un escenario volátil, incierto, pero, sobre todo, atractivo, y más para aquellos que nos hacemos llamar politólogos.
Ante la situación epidemiológica que nos acontece, algunas batallas políticas han pasado a un segundo plano. Si se quiere analizar unas elecciones en Cataluña siempre es conveniente tratar la fractura independentista / unionista.
El siguiente gráfico muestra la autoubicación de los electores en una escala ideológica —del 1 de la extrema izquierda al 7 de la extrema derecha— y catalanista —siendo 0 el mínimo y 10 el máximo sentimiento catalanista— en función de su intención de voto según la encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) en las elecciones del 14-F.
Se puede comprobar que existen dos lides electorales: por un lado, la del centroizquierda nacionalista y por el otro, la derecha unionista.
La primera batalla —por el centroizquierda nacionalista— se presenta como la competición más importante, por la masa electoral que se disputa. No es coincidencia que seis de los principales partidos catalanes intenten optimizar su presencia en esa ubicación.
Un ejemplo sorprendente de ese viraje hacia el centroizquierda lo encontramos en los votantes de Junts per Catalunya. Este partido, procedente de Convergència y con inclinaciones políticas a la derecha, ha intentado luchar en esta campaña por el electorado más progresista. Su candidata, Laura Borràs, ha llegado a decir que “es más de izquierdas que Illa”. Un fenómeno similar se observa en el caso del PDeCAT.
Las encuestas marcan un empate técnico entre Esquerra, PSC y Junts. El partido que durante la campaña haya sido capaz de captar y movilizar ese electorado, tendrá más posibilidades de llevarse el triunfo electoral la noche del 14-F. Es aquí dónde parten con ventaja partidos más naturalizados en la izquierda como ERC y PSC.
La segunda competición se disputa en el terreno de la derecha españolista. En esta, encontramos diferentes estadios de tolerancia al catalanismo. Por un lado tenemos a Vox con una retórica de rechazo frontal al regionalismo, sin ni siquiera, uso del catalán. Por el contrario, Ciudadanos plantea un discurso más positivo, de convivencia y tolerancia con la cultura catalana, el mismo que le llevó a tener un éxito notable en las elecciones de 2017.
A caballo entre ambas narrativas se encuentra la postura de los populares encabezados por Alejandro Fernández. En esta batalla a tres, como en casi todas en las que se da cierta polarización, quien más tiene que perder son las formaciones que se ubican en una posición intermedia, en este caso, el PP.
Otro aspecto muy interesante son los candidatos. Todas las formaciones políticas han renovado sus liderazgos en esta convocatoria respecto a los últimos comicios. El ‘efecto Illa’ ha sido el más sonado y que más miradas ha suscitado por haber ocupado la primera línea en la gestión del coronavirus. Pero, ¿qué hay de los demás aspirantes?
Los tres líderes mejor valorados son, por este orden, Laura Borràs (5,21), Pere Aragonès (5,16) y Salvador Illa (5,14). Sin tener en cuenta a Dolors Sabater (5,3), candidata de la CUP, ya que solo es conocida por el 60% de los encuestados.
Dentro de la batalla del centroizquierda catalanista, la valoración de Illa es muy positiva por parte de todos los electorados. Especialmente de los socialistas, como era de esperar, de ERC y los comunes.
Sin embargo, Laura Borràs alcanza una idolatría mayor entre los votantes de su formación que el exministro, y por supuesto, de aquellos electores afines a las candidaturas independentistas.
A diferencia de estos dos candidatos, Pere Aragonès no goza de una especial admiración entre sus electores, ya que no supera el 7. El salvavidas para este candidato es que no causa excesivo rechazo entre el electorado de la izquierda y centroizquierda. Esto sí le ocurre a Borràs.
En cuanto a la competición de la derecha españolista, ningún candidato supera el 3 de valoración general, ya que Alejandro Fernández saca un 3; Carlos Carrizosa, un 2,46; y Ignacio Garriga, un 2,7. Además, mientras los electores de Vox y del PP valoran positivamente a los líderes de sus vecinos ideológicos, la base electoral de Cs no tiene la misma actitud, ya que no consideran a Fernández y a Garriga como alternativas.
Otro fenómeno común en la política catalana es la espiral del silencio entre los no independentistas. Aquellos ciudadanos contrarios a la opinión considerada mayoritaria —la secesión de Cataluña— tienden a guardar silencio. Un ejemplo es que poca gente recuerda haber votado a Ciudadanos en 2017, cuando ganó aquellas elecciones con 36 escaños. Esta vez el apoyo a la formación liberal se fragmentará en dirección al PSC y a la derecha: PP y Vox.
Partidos como Esquerra, PSC, En Comú Podem o las CUP gozan de gran estabilidad en su electorado, al no perder muchos votantes. Especialmente fieles se muestran los votantes de la filial catalana del PSOE en 2017, que elegirán de nuevo la misma papeleta, ahora encabezada por Salvador Illa.
Algo similar sucede con Junts, que consigue un nivel de retención de voto similar al de Esquerra. Además, capta antiguos votantes de otras formaciones soberanistas, principalmente del partido de Pere Aragonès. Ambas candidaturas mantienen una ardua batalla por el dominio del centroizquierda nacionalista.
Los traspasos electorales existentes en estos comicios suceden entre partidos cercanos ideológicamente. Ciudadanos sería la formación más damnificada, peligrando así su posición hegemónica en la derecha españolista.
Los principales beneficiados serían ERC y PSC al conseguir mantener a sus fieles y aumentar sus apoyos. Además, Junts conservaría un gran músculo electoral gracias a su su campaña de transversalidad. Finalmente, Vox entraría en el Parlament e incluso podría llegar a dominar la derecha unionista, superando a Cs y PP.
El resultado de las elecciones del 14-F se antoja volátil y está supeditado a muchos factores. Lo que pueda o no pasar dependerá de la forma en que las dimensiones de este desorden electoral se adueñen de los electores.