La pandemia invisible: el hambre en tiempos de la covid-19
Debemos actuar ya para que esta pandemia invisible no avance más. De lo contrario, las cifras del hambre y la malnutrición se incrementarán.
Hace ya más de un mes, el 21 de abril de 2020, con motivo de la reunión extraordinaria de ministros de Agricultura del G20, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA), el Banco Mundial y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) emitieron una declaración conjunta sobre el impacto de la Covid-19 en la seguridad alimentaria y la nutrición: “La pandemia de covid-19 ha provocado una drástica pérdida de vidas humanas en todo el mundo y supone un desafío sin precedentes con profundas consecuencias sociales y económicas, que ponen en peligro la seguridad alimentaria y la nutrición”.
De no tomarse medidas inmediatas, la covid-19, provocará un importante retroceso en cifras ya dramáticas. La inseguridad alimentaria afecta a más de 2.000 millones de personas que sufren malnutrición, y que por tanto carecen de acceso a alimentos adecuados y suficientes. De entre todas ellas, 820 millones de personas sufren hambre en distinto grado.
El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, estima que la covid-19 y sus consecuencias podrían duplicar a finales de 2020 el número de personas que se encuentran en una situación de inseguridad alimentaria aguda.
¿Qué significan estos datos, en términos prácticos? ¿Cómo es posible que 130 millones de vidas puedan sumarse a las ya más de 135 millones que actualmente están en peligro inmediato por no tener acceso a alimentos? Esta forma de hambre extrema se encuentra al borde de la situación de emergencia, y afecta principalmente a países de ingresos medios y bajos y no ha cesado de aumentar en los últimos años por los conflictos, el cambio climático y las crisis económicas como principales causas.
Hablamos de una crisis alimentaria sin precedentes sobre la que hoy, 7 de junio, Día Mundial de la Seguridad Alimentaria, hay que llamar la atención. Por decirlo con las palabras del director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos David Beasley, nos encontramos ante una “catástrofe humanitaria mundial”. Por eso, actuar ante esta pandemia invisible es más urgente que nunca. Incluir la seguridad alimentaria en la respuesta humanitaria a la covid-19 significa ampliar los criterios del hoy para poder prevenir las consecuencias más devastadoras del mañana.
La pandemia ha ralentizado las economías. El acceso a los alimentos se ha visto afectado negativamente por la reducción de ingresos y la pérdida de empleo, así como por la falta de disponibilidad de alimentos en los mercados locales. Al mismo tiempo, las restricciones a los desplazamientos internos y externos durante el confinamiento han obstaculizado los servicios de transporte de los alimentos, provocando una ruptura en la cadena de suministro de alimentos y afectando a su disponibilidad. El impacto en el desplazamiento de la mano de obra agraria y en el suministro de insumos han planteado incluso un problema para la producción, poniendo así en peligro la seguridad alimentaria de toda la población, en particular en los países más pobres.
Desde el Parlamento europeo trabajamos en la Alianza Parlamentaria contra el hambre y la desnutrición, que agrupa a más de 30 parlamentarios de distintos grupos políticos y nacionalidades en colaboración con los frentes contra el hambre de América Latina y alianzas parlamentarias africanas, con el fin de colocar la seguridad alimentaria y el derecho a la alimentación y la nutrición en la prioridad de la agenda política, en línea con el ODS2 de la Agenda de Desarrollo Sostenible. Necesitamos un compromiso firme contra el hambre que pase por el incremento de los fondos, la diversificación de éstos a través de la canalización del sistema de Naciones Unidas y una clara apuesta por la diplomacia humanitaria que permita la circulación de la ayuda allá donde se necesita, la protección de los equipos, y que asegure que la asistencia humanitaria no se utiliza de forma política para excluir o violar los derechos humanos de las personas más vulnerables.
Necesitamos sistemas alimentarios sólidos y resilientes, facilitando a su vez a los ciudadanos el acceso a alimentos nutritivos e inocuos y a la información sobre dietas saludables y sostenibles. Pero, sobre todo, debemos recordar que el problema del hambre no es un problema de falta de alimentos, sino de falta de derechos. La pobreza y la exclusión social suele ser los denominadores comunes de esta pandemia invisible que también se extiende en España y en Europa en la época postCovid-19. En las colas del hambre que se multiplican en la España de la desescalada vemos el fallo de nuestras sociedades.
No podemos permitir que esto siga ocurriendo. Debemos actuar. Actuar ya para que esta pandemia invisible no avance más. De lo contrario, las cifras del hambre y la malnutrición se incrementarán.
Disponemos de las herramientas que nos pueden permitir avanzar hacia la protección de las cadenas de producción y suministro, la facilitación del acceso de los alimentos y la reducción de las desigualdades. El derecho a la alimentación, hoy claramente amenazado, es un derecho humano y, por lo tanto, debe ser una prioridad en cualquier sociedad democrática. Hagámoslo posible.