La muerte de una mascota: cuando una parte de nosotros se va
El tema de la muerte animal es controvertido y con multitud de incongruencias y posiciones contrapuestas.
“Sabía que este momento llegaría, que su muerte tarde o temprano tenía que suceder; pero no era consciente del dolor que podía llegar a sentir. Sabía que no sería fácil, pero cuando llegó el momento, mi mundo se desmoronó. Me despertaba pensando que estaría en el salón, entraba en casa esperando encontrarlo allí, incluso en ocasiones sentía sus pasos, pero de pronto la realidad me golpeaba en la cara”.
Este relato lo narró una paciente en una sesión cuando experimentó la muerte de un ser cercano. Seguramente, si preguntase a los lectores que actualmente están leyendo este relato, muchos pensarían que se describe el dolor producido por la pérdida de un familiar. Y en parte, cierto es que se refiere a una pérdida de alguien de su familia: su mascota.
El tema de la muerte animal es controvertido y con multitud de incongruencias y posiciones contrapuestas: mientras que para unos supone un gran dolor, para otros es difícil conceptualizar que un ser no humano provoque un proceso de duelo. No es extraño escuchar frases del tipo “sólo era un animal”, “puedes conseguir otro cuando quieras” que, lejos de ayudar, invalidan los sentimientos de la persona en duelo.
Pero el dolor existe, y la investigación lo ha demostrado: perder un animal duele tanto como perder a un familiar. Entonces, ¿por qué hay quien lo niega? Para poder responder a esa pregunta, es necesario comenzar explicando por qué se produce un duelo. El duelo es el proceso que se experimenta ante una pérdida significativa para la persona. Por tanto, es una respuesta normal (no patológica) ante una pérdida (sea física, psicológica, muerte, ruptura…) siempre que sea significativa para la persona (lo que determinará una experiencia de duelo será la importancia que tenga para la persona aquello que se pierde). Es decir, la persona que experimenta la muerte de una mascota vive un proceso de duelo porque para ella se pierde un animal con el que se había desarrollado un vínculo afectivo intenso.
Este es el primer punto de controversia en este tema: hay quien todavía hoy niega la existencia de ese vínculo, aun cuando la investigación lo ha puesto de manifiesto con gran evidencia empírica. Quien vive con un animal sabe el afecto que se genera, especialmente cuando se tiene la oportunidad de interactuar con él (a través de caricias, paseos…). A la mascota se le cuentan cosas que no contamos a nadie, nos apoya cuando nos siente triste y nos provee de un amor y lealtad incondicional que difícilmente es equiparable en los humanos.
Y cuando muere la mascota, se pierde todo eso. La vida que teníamos organizada en torno a sus horarios de comida, de paseos, de cambio de agua, de visitas veterinarias… de repente se ve truncada. Se produce una ruptura abrupta de nuestra rutina, situando a la persona en una situación de desconcierto y desorganización ante este nuevo contexto. Se pierde esa parte de la familia a quien contábamos nuestros secretos y sentimientos; a quienes recurríamos cuando necesitábamos cariño; se pierde mucho más que un animal. Y eso duele. Y duele tanto como si se perdiese un familiar. ¿Por qué? Porque el dolor no va asociado a qué se pierde, si no a la relación que se ha establecido.
Es ese aspecto el que continúa negado por parte de la sociedad, a pesar de los grandes avances logrados en concienciación animal. Y esta parte de la sociedad que niega la existencia del vínculo y, por tanto, la experimentación del duelo, es una parte que determina de forma sustancial cómo la persona elaborará el duelo.
Hagamos un ejercicio de imaginación. Ponte en la situación de una persona que acaba de perder a un familiar importante para ella. Sientes un gran dolor, ganas de llorar, incluso rabia, y con ese conjunto de emociones comienzas los preparativos del funeral. Pides apoyo a tu contexto social, deseas expresar tus emociones con ellos y necesitas sentir su cercanía en estos duros momentos. Ellos están ahí, a tu lado, expresando frases como las siguientes:
- ¿Aún estás así? Ya tendrías que haberlo superado
- No llores más, no era para tanto.
- No te preocupes, no entiendo que estés así por eso.
- ¿Vas a hacer un rito funerario? Me parece exagerado.
¿Cómo te sentirías? ¿Apoyado o no? ¿Incomprendido? ¿Con rechazo social de tus sentimientos? Pues estas frases, y muchas otras más duras, son generalmente escuchadas por alguien que ha sufrido la muerte de una mascota. Si no nos parece lógico en la muerte de una persona, ¿por qué es habitual en la muerte por mascota? Si la investigación ha demostrado cómo la muerte de una mascota puede ser tan impactante como la muerte de una persona,
¿por qué la respuesta social es distinta?
Como sociedad, a pesar de los avances, hemos de avanzar en la respuesta, apoyo y respeto que se muestra en la muerte de los animales, pues esa respuesta social es determinante a la hora de facilitar una elaboración adaptativa del duelo.
Las mascotas nos enseñan el valor de la vida. También nos enseñan lo duro que es aceptar la muerte.