La (ir)remediable balcanización de internet
¿Cuándo entró Internet en nuestras vidas? Cada persona podrá dar una respuesta personal a esta pregunta, para los más jóvenes, ha estado con ellos toda la vida, otros, de mayor edad, aún recordarán el día en que escucharon por primera vez la sinfonía de chirridos que acompañó su primera conexión telefónica a la red. Como sociedad, podemos situar la fecha alrededor de 1996, cuando en España empezaron a popularizarse los servicios de acceso a Internet de la mano de Infovia. Desde entonces, su adopción se extendió exponencialmente y hoy está presente en prácticamente todas las empresas del país y lo utilizan de cotidianamente el 75% de la población.
Con diferentes fechas y cifras, la situación es similar en muchos otros países del globo. Más del 60% de la población mundial vive ya conectada. La humanidad ha ido desarrollando un enamoramiento creciente con la red de redes, que ha ido incrementando de la mano de los GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple) y sus émulos. Sobre las reglas de un mundo analógico, las plataformas digitales han ido construyendo servicios atractivos, cuya innovación explotaba una nueva dimensión transnacional de la conectividad, escapando en gran medida de las leyes que aplican los países a los negocios del mundo real. Pero la tendencia parece haber cambiado. El poder analógico parece decidido a embridar al poder digital con nuevas normas.
Habrá quien piense que el intento de los gobiernos por establecer mayores controles en Internet no es un fenómeno nuevo. La Gran Muralla China ha estado presente prácticamente desde que se conectó el primer terminal a Internet en el país asiático, expulsando a los gigantes digitales que no se adecuaban a sus normas. Otros países siguieron el mismo camino. Ha sido frecuente leer como la censura del acceso a twitter o youtube, entre otros, figuraba como una de las primeras medidas de represión en estados dictatoriales.
Por tanto, es cierto que siempre ha habido gobiernos preocupados por encauzar y condicionar las fuentes del flujo de información que entraba y salía de su país a través de la red, e imponer un marco de actuación estricto a los actores de Internet que daban algún tipo de servicio a los usuarios de un país. Pero entonces, eran "los otros", ahora, son Europa y Estados Unidos. Bien es cierto que por distintas razones y desde diferentes aproximaciones, pero las evidencias están sobre la mesa.
Todo comenzó con la defensa del derecho a la privacidad. El derecho al olvido y la protección sobre el tratamiento de los datos personales que realizan las empresas fuera de Europa han sido el caballo de Troya de cuyo interior emergen nuevos guerreros regulatorios transnacionales. Es el turno de la defensa de los derechos de los consumidores en las ventas de comercio electrónico, la lucha contra presuntas prácticas anticompetitivas de las grandes plataformas, la intención de realizar una mayor recaudación de impuestos de las ventas de productos realizadas o limitar las posiciones dominantes resultado de la acumulacion de datos. La Unión Europea inició en 2015 acciones para crear un Mercado Único Digital, la eliminación de la fragmentación regulatoria entre los Estados miembros sólo parece posible construirse impulsando normas globales desde la posición de ser el mayor mercado de consumidores.
En Estados Unidos, hay quien apunta que la dejación regulatoria quizás haya podido ser negativa. No establecer límites desde Washington a las empresas de Silicon Valley ha tenido como consecuencia que otros lo intenten. Y parece que el mensaje allí empieza también a extenderse en el peor de los momentos, con un Presidente aparentemente menos tecnófilo que los anteriores. A pesar del incremento de actividad de los lobbies digitales, nada parece que vaya a evitar la revisión de la regulación de la neutralidad de red en Estados Unidos en una dirección no favorable a los agentes de Internet. Sólo parece ser el primer paso si el aviso tuitero del Presidente Trump es el preludio de un desarrollo posterior como ha sucedido en otras ocasiones. Desarrollar para los GAFA una regulación específica similar a las de las empresas de servicios públicos (agua, eléctricas, ...), parecía estar ya en la cabeza de Steve Bannon antes de su salida de la Casa Blanca.
Hasta ahora, una de las grandes bazas de defensa de los gigantes digitales ante nuevas regulaciones ha sido los propios usuarios. El argumento de la prestación de servicios de gran aceptación, generalmente "gratuitos", aparecía como una barrera persuasiva de las intenciones de desarrollo de leyes que atajen las particularidades de la realidad digital. Sin embargo, también aquí parece que los vientos pueden cambiar de dirección. La capacidad de las plataformas de censura de mensajes de todo signo y el sesgo de la algoritmia contrario a la diversidad comienza a aflorar, extendiéndose su conocimiento entre los usuarios. Si sumamos estas evidencias al auge de un nuevo ludismo, la base de soporte "popular" de las plataformas digitales para estar sometidos a unas regulaciones más laxas puede desaparecer vertiginosamente.
Los próximos años podemos asistir a un estrechamiento de los márgenes legales dentro de los que las plataformas de Internet prestan sus servicios. Es difícil prever cuál será el punto medio en que se encuentren las iniciativas de nuevos marcos legales impulsadas desde EE.UU y Europa. A las más conocidas diferencias en ámbitos como la privacidad (derecho de consumidor vs derechos personales) o normas de competencia (favorecer al consumidor vs favorecer a los competidores) se suman otras que llevarán a una primera fase de incertidumbre global en los mercados digitales. Un debate de incierto resultado en el que China, como nuevo motor científico y tecnológico, no podrá ser obviado. Nos espera un marco regulador distinto de Internet y, probablemente, de vigilancia más estrecha sobre sus actores. La cuestión es cuál, y si podrá ser el mismo o si nos encaminamos hacia una definitiva balcanización de Internet.