Jussie Smollet y el 'kitsch' procesista
Jussie Smollet es un actor y cantante californiano, hasta hace poco conocido principalmente por ser el protagonista de la serie Empire. Quienes le conocen bien aseguran que tiene un enorme talento. Además, Smollet es negro y es gay.
Hace unas semanas, un vídeo de la actriz Ellen Page en el que se denunciaba un supuesto ataque homófobo y racista a Smollet acumuló varios millones de reproducciones en YouTube. Como se ha sabido poco después, el ataque a Smollet, supuestamente perpetrado por dos hombres blancos "armados" con gorras de apoyo a Donald Trump y al grito de "MAGA" (Make America Great Again) fue una farsa orquestada por el propio Smollet, que pagó 3.500 dólares a dos extras (negros) de la serie de la que es protagonista para que le golpearan y le ayudaran a dar cierta credibilidad a su improbable historia. La policía de Chicago, que se tomó en serio el asunto, decidió investigar el delito y acabó destapando el chanchullo, por lo que Smollet se enfrenta ahora a cargos que incluyen hasta 3 años de cárcel y pagar los costes del proceso penal y de la investigación.
La rocambolesca historia de Smollet resulta bastante incomprensible, ya que más allá de la simpatías que la misma la misma le pudiera generar, en principio Smollet (un millonario actor televisivo de fama internacional) tenía más números de salir perdiendo con este asunto que de extraer beneficios (por lo menos de los del tipo contable).
Siempre han existido fabuladores y siempre los habrá. Recordemos sino a Pinocho, el mentiroso por antonomasia, contándole al Hada Azul que unos malvados le habían robado unas monedas de oro que de hecho tenía en su bolsillo. La mentira de Pinocho se inscribe sin embargo dentro de una picaresca que es fácil de entender y cuyos beneficios son contantes y sonantes.
Smollet pertenece en cambio a una categoría distinta de fabuladores. Hace cinco años Javier Cercas escribió un libro sobre este tema, El impostor. La novela (de no ficción) de Cercas ha sido traducida hace poco al inglés y The New York Times la ha seleccionado como uno de los mejores libros de este año. La protagoniza Enric Marco, el antihéroe de Cercas, quien logró una gran notoriedad hace ya unos quince años inventándose un pasado de luchador antifranquista represaliado por los nazis en Mauthausen.
Con su historia, Marco, un oscuro ex-sindicalista jubilado, fue premiado por la Generalitat con la Creu de Sant Jordi, la máxima distinción civil en Cataluña, y hasta que el historiador de la deportación republicana Benito Bermejo destapó sus mentiras logró vivir, cual un Don Quijote de pacotilla según lo define el propio Cercas, una vida mucho más colorida e interesante de la que le cabía esperar sin su mentira.
Cercas justifica el éxito de Marco con su historia por su dominio del kitsch, al que define en los siguientes términos:
"El kitsch es (...) una falsificación del arte auténtico, o como mínimo su devaluación efectista; pero también es la negación de todo aquello que en la existencia humana resulta inaceptable, oculto detrás de una fachada de sentimentalismo, belleza fraudulenta y virtud postiza."
Que le sentimentalismo barato de Marco calase especialmente en Cataluña no ha de sorprendernos. Manuel Azaña ya escribió que el mayor fet diferencial entre castellanos y catalanes era que "los catalanes (...) son más sentimentales, o son sentimentales y nosotros no".
¿Qué motivó a Smollet a cometer su superchería? Difícil de saber, sin entrar en oscuras explicaciones psicológicas. Seguramente Smollet quería convertirse en un azote de Trump por razones más o menos válidas. Es decir, es posible que Smollet sienta que su identidad como hombre negro y gay está de alguna forma amenazada por el presidente y sus acólitos, pero que sus quejas con respecto al Trumpismo no estaban siendo lo debidamente escuchadas, y de ahí que ideara su particular performance, en la que él mismo encarnaba directamente las consecuencias del discurso de "odio" presidencial.
¿Puede ser que el procés sea una superchería similar a la de Smollet? Difícil de decir. Sus principales autores intelectuales se enfrentan a penas hasta 10 veces mayores que las que en el peor de los casos habrá de asumir Smollet, y aunque es fácil argumentar que las responsabilidades de los unos y del otro eran distintas, irónicamente esas penas credibilizan un discurso que anteriormente incluiría solo vagos agravios como que ningún catalán ha sido presidente del Gobierno desde Pi i Maragall. Pero tenga uno la posición que tenga con respecto del independentismo (quien esto escribe cree que es posible defender un independentismo racional y no necesariamente nacionalista), no cabe duda de que el procés ha estado y sigue estando repleto de kitsch.
Y no deja de ser otro giro irónico del procés que como resultado directo del mismo un partido nacido en Cataluña tenga perspectivas de situar a un catalán (Albert Rivera) en la Presidencia del Gobierno por primera vez en casi 150 años. Una versión peculiar del "otros mueven el árbol y nosotros cogemos las nueces" que dijera en su día el recientemente fallecido Xabier Arzalluz.