'Influencers' y populismos: no tan lejos
Ambos le dicen a la gente lo que tiene que pensar de una manera simple, superficial y sin matices.
Es llamativo cómo convivimos con conceptos y hábitos que no cuestionamos, como por ejemplo es el caso del entretenimiento. En una sociedad avanzada y compleja como la nuestra, nadie duda de que deba haber ratos de esparcimiento y desahogo, en los que podamos descansar en lugar de esforzarnos. El entretenimiento y su poderosa industria se ofrecen entonces para proporcionarnos infinidad de opciones, desde las redes sociales hasta el teatro. La cuestión es que, aún aceptando que el entretenimiento es algo lícito y necesario, muy pocos se plantean si la forma en que buscamos sosiego y esparcimiento puede afectarnos de alguna manera, bien a nivel individual o como sociedad. Pues bien, parece ser que sí.
Que vivimos tiempos de incertidumbre es algo que no precisa mucha demostración. Tras la gran disrupción económica aparecida hace ahora algo más de una década, la impresión que vivimos es que las cosas no acaban de colocarse del todo. Desde el futuro del empleo al de las pensiones, pasando por el efecto económico y social que tenga la tormenta digital perfecta en la que habitamos, es cada vez más difícil aventurar cómo será nuestra vida dentro de veinte años, diez, cinco. De manera completamente natural, entonces, surge en todos nosotros la pulsante necesidad de sofocar esa inquietud a base de certezas. El problema es que, en nuestros días, certidumbres de verdad hay pocas y el resto son inventadas. Y ahí es donde elegir el tipo de entretenimiento que consumimos puede ser crucial.
Un mundo de constante titubeo y vacilación es un caldo de cultivo ideal para los llamados influencers que son, en corto, gente que le dice a los demás lo que tiene que hacer: qué ropa tiene que vestir, cómo tiene que cuidar su cuerpo y así sucesivamente. Lo llamativo es que haya tanta gente que se suscriba a estos canales de influencia, dando la impresión de que no pueden, o no quieren, pensar por sí mismos. Sin embargo, el impacto de los influencers, aún llamativo, palidece ante otro tipo de efectos más estremecedores.
Recientemente, un contundente estudio en American Economic Review ha demostrado que la televisión basura logra que los niños sean menos inteligentes y favorece el auge de los populismos. Este es el pavoroso efecto del entretenimiento pueril en una sociedad de mentalidad cada vez menos sofisticada, que busca en las recetas fáciles la manera de mitigar la ansiedad que le produce un futuro cada vez más incierto.
Desde determinada perspectiva, hay poca diferencia entre un influencer y un político populista: ambos le dicen a la gente lo que tiene que pensar de una manera simple, superficial y sin matices. Es fácil comprender el efecto magnético que eso puede tener sobre un sector de la población y, muy posiblemente, explique el auge de unos y otros. Una vez más, nuestra sociedad del bienestar y del consecuente mínimo esfuerzo vuelve a vender libre albedrío a cambio de comodidad, seguridad a cambio de tiempo de ocio y opinión a cambio de falsa felicidad.
Cómo cambiarían las cosas si un día desconectáramos todos los hilos que nos unen a las recetas de vida fáciles y al entretenimiento barato. Cómo cambiaría nuestra vida si un día decidiéramos ser influencers de nosotros mismos, si lográramos, de nuevo, tomar las riendas de nuestro propio criterio. Cómo cambiaría nuestra vida, por último, si un amanecer cualquiera decidiéramos salir en busca del entretenimiento constructivo, de nuestra abandonada capacidad crítica y, en fin, de la verdadera libertad.