Hijos del derroche
Hace poco más de un quinquenio este hemisferio recibió lo que podemos decir que fue la primera migración masiva y silenciosa de venezolanas y venezolanos. Una migración con fines económicos y con retorno asegurado. No hubo reproches, ni desprecios.
En el marco del sistema de control de cambios implementado por Gobierno bolivariano desde 2003, llegó un momento en que prácticamente cualquier trabajador o trabajadora podía acceder a un cupo de dólares a un costo regulado. Así pues, se compraba un boleto de avión y a viajar por el mundo, especialmente en América Latina. Los viajeros y viajeras fundamentalmente realizaban compras o adquirían la divisa extranjera en efectivo, en ambos casos el propósito era venderlos en el mercado informal a su regreso.
De esas andanzas nuestras por el orbe, recuerdo especialmente una anécdota que tuvo como escenario la ciudad de Quito, en Ecuador; y que me permite establecer el punto de partida de esta reflexión. Me contaban que cuando iban a comer en cualquier restaurante, les llamaba la atención a mis compatriotas venezolanos que el mesero o mesera solo colocaba una delgada servilleta para cada comensal, cuando en Venezuela en un servicio similar tenías a disposición todas las servilletas que quisieran utilizar, incluso podías usar un paquete completo y nadie se sorprendería. Con este relato pretendo ilustrar un rasgo que forma parte de nuestra cultura, es decir nuestra tendencia al exceso en el consumo y que podemos decir que nos configura como hijos e hijas del derroche.
En la Venezuela contemporánea los hábitos de consumo de las mayorías en las urbes se asociaron al exceso, al derroche. No había, ni se exponía ninguna razón para la mesura. El signo del progreso era la cantidad que derrochabas y el común de los mortales aspiraba incorporarse a esa idea de progreso. Estar fuera de esta dinámica fue un símbolo de desgracia y pobreza, que te aislaba de los que habían conseguido la bendición de formar parte de un creciente grupo. Así pues, accedimos y usamos los recursos disponibles como si estos tuviesen una característica innata: infinitud. Esto nos llevó socialmente a embriagarnos y en este estado a insuflar la soberbia por encima de otros rasgos de la venezolanidad.
Solo para ilustrar a los lectores y lectoras que nunca visitaron Venezuela, a los que apenas toman conciencia o sencillamente a quienes prefieren olvidar, haré referencias a algunos hechos en la cotidianidad, de una larga letanía; que dan cuenta de este rasgo cultural de los y las habitantes de estas tierras. El uso de la gasolina es indiscriminado, un conductor o conductora puede detener su vehículo y mantenerlo encendido hasta una hora, solo para no sudar, mientras su acompañante hace las compras. En muchas familias no se apagan las luces de la vivienda o las hornillas de la cocina, para no molestarse en operar los interruptores. En la ciudad que habito, en el occidental Estado Zulia, no se apagaban los aires acondicionados y se mantenían a la temperatura mínima (16º) solo para que cuando llegara la familia tuviese a disposición una hielera.
¿Cómo se construyó este rasgo en las venezolanas y venezolanos?
El antropólogo Luis Pérez contaba en un intercambio de saberes que organizamos recientemente, que con el inicio de la explotación petrolera en Venezuela se comenzó a pasar de una sociedad rural con autonomía para garantizar su forma de vida a una sociedad con la dinámica de la mina. Este tránsito permitió contar con los recursos para adquirir lo que se necesitaba, ya no en nuestro espacio vital, sino en un mercado global, y de esta manera se inicia la relación con los referentes de la modernidad o progreso, que en estos ámbitos se utilizan indistintamente. Nos incorporamos de esta manera al consumo de lo último de lo último en occidente.
Los trabajadores y las trabajadoras de la industria petrolera de principios del siglo XX fueron los primeros que comenzaron a relacionarse con quienes eran portadores de este rasgo, es decir, el personal foráneo de las empresas extranjeras, especialmente estadounidenses y británicos. Los novedosos para ese momento “campos petroleros”, fueron la vitrina que permitía mostrar el estilo de vida “americano”. Las demandas de quienes laboraban en este sector después de superar lo elemental (agua potable y saneamiento), fueron disfrutar de los beneficios de ese estilo de vida que se mercadeaba como lo que toda persona tenía y se merecía, si hacía lo adecuado dentro del sistema de relaciones de producción; y que se contraponía al estado generalizado de miseria en las cuales se encontraban.
Con los avances en el sistema democrático venezolano y las alzas en las contribuciones de las empresas petroleras al fisco nacional, se generaron una serie de condiciones desde mediados del siglo pasado para que se conformase lo que algunos han convenido en denominar “la clase media”, cuya aspiración fundamental fue emular los patrones de consumo en función del rasero de la sociedad estadounidense. De esta manera, las empresas de ese país consiguieron un nicho seguro para sus productos y servicios.
Las propuestas de los aspirantes a dirigir los gobiernos durante el siglo XX se enmarcaron fundamentalmente en la idea de socializar el acceso al consumo, utilizando la renta petrolera como mecanismo a hacer posible este propósito. Se llegó a acuñar términos que en esencia subyacen en nuestro imaginario social, como la “Gran Venezuela”, y que se constituyeron en una promesa recurrente de asegurar una parte más del pastel para que todos participáramos de la orgía del consumo. No fue posible mantener esta promesa, ya que al final la mayor parte del pastel se la llevaron otros, y en la década de los setenta se comenzó a gestar la crisis de los precios del petróleo, que comprometió el acceso al estilo de vida deseado.
A finales de los años noventa Chávez asume el Gobierno en medio del peor momento de esta crisis y para ello asume discursivamente y legislativamente superar esta visión, pero institucionalmente y socialmente la revolución bolivariana actuó en la dirección contraria. Así pues, solo nos quedamos en la socialización de la renta, por distintas vías, lo que terminó recuperando el espíritu del consumo despiadado, haciendo que el socialismo se representara para la mayoría, más que un proyecto de cambio: la posibilidad de acceso a los productos que en el pasado no pudimos acceder y que el mercado global estaba en disposición de proporcionar.
Hoy la agresión a nuestro país se expresa en la afectación de la renta petrolera y establecimiento de cercos financieros que nos limitan el acceso a los mercados globales para adquirir recursos esenciales, o no, para la vida cotidiana. Esta situación nos ha llevado forzosamente a asumir una lógica de contingencia, por lo cual estamos haciendo uso razonable de los pocos recursos que tenemos a disposición. Ahora que falta agua, tenemos más cuidado con cada gota. Ahora que el servicio eléctrico público no es constante, las personas comienzan a apagar las luces que no necesitan. Aún así anhelamos el pasado y cada vez que se estabiliza la provisión de un recurso volvemos a desarrollar los hábitos de derroche, de tal manera que ahora estamos en un modo dual.
Como sociedad hemos llegado a una situación donde otros pueblos han llegado antes por distintas razones, como la guerra o condiciones naturales. Condiciones que afectan la manera de asumir la vida. Ahora recuerdo que en la primera oportunidad que visité Palma de Mallorca, dentro del marco de la cooperación entre organizaciones sociales mallorquines y venezolanas, pude conocer parte de la historia de este pueblo insular a partir de los relatos de su gente. De todas las historias recuerdo especialmente las de una anciana, madre de un amigo, quien me habló durante muchas noches de los momentos difíciles en la isla, de la pobreza en las que las familias estuvieron por décadas y sus causas, así como las formas que habían logrado para soportarlas y que formaban parte de su manera de ser hoy. Estas situaciones generaron un aprendizaje clave en esta comunidad, como la necesidad incorporar la austeridad en los hábitos sociales, y esto se expresó por ejemplo en la gastronomía típica. Hoy Mallorca es otra, y habría que preguntarse si la generación en vigor sostiene este legado de sus antepasados.
A estas alturas surge una interrogante: ¿Podemos quitarnos el lastre de la cultura del derroche si vivimos en una mina? Una mina que ahora no tiene solo petróleo, sino oro, diamantes y otros elementos raros y valiosos para los mercados actuales.
El futuro en relación a lo expuesto depende de varias cosas, pero la clave es entender que así como llevó tiempo configurarnos socialmente, así llevará tiempo comenzar a notar los cambios. Y serán las circunstancias y los liderazgos los que modelarán el futuro.
La realidad del país está y estará marcada por la carencia, bien sea por que se mantengan los efectos de las medidas coercitivas unilaterales por parte del Gobierno de los Estados Unidos de América hacia el Gobierno bolivariano, o porque de asumir quienes se le oponen apliquen un conjunto de medidas de corte neoliberal. Así que todavía falta para el fondo.
Ante estas circunstancias los liderazgos mantienen la promesa de recuperar lo perdido, esa vuelta a la “Gran Venezuela” como mecanismo de enganche de seguidores. En el caso de quienes estructuran las cosas en función de la revolución bolivariana, sus principales voceros y voceras han abandonado discursivamente las referencias a modelos alternativos, como el enfoque del “buen vivir”, y asumen la ruta del todo vale para mantenerse. Quienes se le oponen no se diferencian, solo que la propuesta es restaurar en lo posible el modus operandi previo a la llegada de Hugo Chávez. En suma, en este aspecto mantienen la misma orientación.
La resistencia no hace conciencia, es decir, que el comportamiento de las personas que experimentan carencias en Venezuela tenderá a ser el anterior si se restituye el estado de cosas previo, mientras esta sea individual. Solo las iniciativas colectivas comenzarán a horadar esta idea del derroche, pues en ellas se pueden experimentar maneras diferentes de asumir la satisfacción de las necesidades. En algunas organizaciones, en especial las comunas, se trabaja en esta dirección.
Por otro lado, el tránsito de los compatriotas por el planeta seguro que está afectando nuestra manera de pensar y, entre otras cosas, está modelando otras formar de relacionarnos con los recursos disponibles.
Estas reflexiones son parte de la necesidad de proponer otros temas sobre lo que somos y la necesidad de afectar nuestra identidad con elementos que nos permitan ser responsables con otros y con nuestro entorno. Una invitación al debate entre nosotros y con otros.