La verdadera historia tras la fosa común de Nueva York es incluso más atroz que sus imágenes
La isla de Hart, donde se está enterrando a decenas de muertos por coronavirus en Nueva York, esconde una realidad de pobreza y desigualdad aún más trágica.
Las imágenes sobrecogen a cualquiera. Zanjas enormes abiertas en mitad de la nada, cajas de madera apiladas a modo de féretros, y el propio concepto de ‘fosa común’, de ‘isla de los muertos’, en pleno Bronx neoyorquino. Se trata de la isla de Hart, un enclave de 300 metros de ancho por 1,5 kilómetros de largo en la ciudad de Nueva York (EEUU), donde estos días se ha excavado una enorme fosa para enterrar cuerpos sin reclamar ante el colapso de las morgues por la crisis del coronavirus.
En Estados Unidos, la pandemia está afectando especialmente al estado de Nueva York, y en concreto a su ciudad homónima, que con más de 10.000 muertos se ha visto desbordada. El colapso de las morgues llevó a sus autoridades a plantear hace unos días la posibilidad de llevar a cabo entierros “temporales” en parques. Finalmente, no se utilizarán parques al uso (de momento), sino una fosa común ubicada en la isla de Hart, históricamente utilizada como cementerio para quienes no tienen recursos.
Si hasta el momento se hacían en la isla unos 25 entierros semanales de personas cuyo cuerpo nadie reclamaba, con la crisis del coronavirus esos 25 entierros se producen a diario. Las cifras son impactantes, como lo es el hecho de que, hasta hace unos días, los sepultureros fueran reclusos de la prisión de máxima seguridad Rikers Island, a quienes se les pagaba seis dólares la hora por los enterramientos. “Suena dickensiano”, comenta Christopher Mathias, reportero de la edición estadounidense del HuffPost que conoce bien el lugar.
Los neoyorquinos se sienten “devastados”, corroboró el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, que tratando de tranquilizar a sus conciudadanos aseguró: “No habrá entierros masivos en Hart Island. Todo será individual y cada cuerpo será tratado con dignidad”. La idea inicial es que estos entierros sean temporales y que los familiares que reclamen los cuerpos puedan celebrar un sepelio privado en el futuro.
“Hemos visto un incremento generalizado de fallecimientos, y eso significa que muere más gente y que no hay familiares o seres queridos que podamos encontrar (...) y se quieran responsabilizar de su entierro”, explicó el alcalde el 10 de abril. Si habitualmente en la ciudad mueren 25 personas en sus domicilios, ahora la cifra se ha disparado a 200, ya sea con o sin diagnóstico de Covid-19. Anteriormente las morgues podían mantener varios meses los cadáveres a la espera de que alguien los reclamara; ahora si nadie los recoge en dos semanas, serán enterrados en la isla de Hart.
“Donde se entierran a los pobres, los cuerpos no identificados y a los bebés nacidos muertos”
El alcalde lo describió como “una realidad trágica”. Lo llamativo es que la mayoría de la población fuese ajena a esta realidad antes de la pandemia, cuando en la isla de Hart se llevan enterrando cuerpos sin reclamar desde hace 150 años. Antes incluso de esto, la isla se utilizó como campo de prisioneros de la Guerra de Secesión, como institución psiquiátrica, como sanatorio para enfermos de tuberculosis y como reformatorio, de ahí todo el estigma asociado ahora al lugar.
“Mucha gente se enfadó al enterarse de que se está enterrando cadáveres en la isla de Hart. Pero esta práctica lleva haciéndose años; es el mayor cementerio público de Estados Unidos, con más de un millón de personas enterradas”, detalla Sebastian Murdock, periodista del HuffPost EEUU que ha escrito sobre el lugar.
“La mayoría de la gente probablemente no era consciente de la existencia de la isla de Hart”, coincide su colega Christopher Mathias. “O no sabían lo que realmente es: una fosa común donde se entierran a los pobres, los cuerpos no identificados, no reclamados y a los bebés nacidos muertos en una fosa cavada por los presos de Rikers Island”, cuenta.
“Para la gran cantidad de gente que no es consciente de la profunda desigualdad que hay en Estados Unidos, y especialmente en esta ciudad, resulta muy impactante”, afirma Mathias, que también explica el efecto devastador de las imágenes porque suponen “la demostración más clara de las tremendas cifras de muertos en Nueva York, y de quiénes están muriendo: los que no se pueden permitir un entierro en condiciones”, añade. “Simplemente gente anónima en cajas de madera apiladas en un hoyo gigante”.
Lo que une a la isla con la epidemia de VIH en los 80
Si hay un colectivo realmente consciente de la historia de la isla, es la comunidad LGTBI, que lamenta que la epidemia de VIH nunca atrajera una atención comparable a la del coronavirus. “Se sabe que las primeras personas que murieron durante la crisis del sida, que mató a unas 100.000 personas sólo en la ciudad de Nueva York, fueron enterradas en la isla de Hart”, cuenta Mathias.
Precisamente es en este enclave donde comienza la segunda temporada de Pose, una serie ambientada en la escena queer neoyorquina de los 80 con el trasfondo de la epidemia de sida, que es lo que lleva a su protagonista a visitar la fosa común de la isla de Hart, donde está enterrado un amigo seropositivo.
“Durante la crisis del sida hubo una oleada de entierros en la isla. Quizás hay decenas, cientos de pacientes de VIH enterrados ahí, o incluso muchos más”, apunta Mathias. Murdock coincide en que es muy difícil hablar de cifras. De hecho, en la isla “sólo hay dos tumbas con nombre: la de María Tifoidea y la del primer bebé que murió de sida en la ciudad”, añade.
The Hart Island Project, una iniciativa creada hace tres décadas para dignificar la historia de las personas enterradas en la isla, tiene un apartado especial para quienes murieron por complicaciones relacionadas con el sida. En su página web, que permite hacer un recorrido virtual por la isla, marcan en color rojo donde se encuentran los cuerpos de las personas con VIH, que fueron enterradas “sin embalsamar, en féretros individuales a más de cuatro metros de profundidad en una ubicación remota del extremo más meriodional de la isla”, explican en la web.
“A los presos que cavaban las tumbas de las personas con sida les daba miedo coger el virus, porque entonces se sabía muy poco del VIH”, añade el periodista Christopher Mathias.
Una historia con demasiadas tramas oscuras
El hecho de que hasta principios de abril fueran reclusos los encargados de los enterramientos, además de sus condiciones, es otro aspecto que ha puesto de relieve la crisis del coronavirus y que más ha indignado a la gente estos días. “Hay una cierta sensación de resignación y desesperanza entre la gente, pero creo que su enfado viene realmente por que los presos de Rikers Island, que son desproporcionadamente negros o mulatos, cobren la irrisoria cantidad de seis dólares la hora por enterrar cadáveres”, sostiene Mathias.
“Hay demasiadas cosas terribles en esta historia: el racismo de las encarcelaciones masivas, la inmensa desigualdad en este país, y una respuesta lenta a una pandemia histórica por la que han muerto más personas de las que deberían”, resume.
La isla de Hart concentra todas esas desgracias. Christopher Mathias todavía recuerda su visita al lugar en 2014, “cuando las familias no tenían permitido visitar a sus seres queridos enterrados allí”. “Como la isla está gestionada por el Departamento Penitenciario, se regía por las normas de una cárcel”, explica.
Mathias fue a la isla con una mujer cuyo bebé nació muerto y fue enterrado allí sin su conocimiento. “Había firmado unos documentos en pleno duelo y no se había dado cuenta de que estaba enviando a su hijo a la isla de Hart. Le costó años descubrir dónde estaba enterrado”, cuenta el periodista. “El Departamento Penitenciario sólo le dejaba visitar un pabellón de la isla. No permitían a nadie visitar las tumbas”, asegura.
Con el tiempo, esta situación ha cambiado. “El año pasado la ciudad transfirió el control de la isla al Departamento de Parques, con la intención de mejorar el acceso al lugar y de permitir a la gente visitar las tumbas”, señala Mathias. Ahora para entrar a la isla hay que demostrar que tienes un familiar ahí, explica Sebastian Murdock y, aun así, matiza, “los familiares sólo pueden ir una vez al mes cogiendo un ferri”. Además, “muy poca gente llega a saber si tiene a algún ser querido allí, ya que cuando se les enterró no fueron identificados”, añade.
“Queda mucho por hacer todavía”, corrobora Mathias. “Hace dos años, la erosión de la isla dio lugar a una ‘playa de huesos’”, cuenta el periodista. “Los esqueletos de hace decenas de años quedaron expuestos en la costa”.