Estado de ansiedad
Tengo miedo a tener que vivir una segunda crisis cuando aún no me he recuperado de los daños de la anterior.
Varias generaciones somos las que vamos a vivir una segunda crisis en nuestros años de vida. Si bien la generación perdida del siglo XX realizó obras maestras a través de grandes como Hemingway, el que se voló la cabeza incluso ganando un Pulitzer y un Nobel, qué esperar de esta generación perdida de congelaciones salariales, reducciones de oportunidades, fuga de cerebros o los eternos licenciados, diplomados y —ahora— graduados (al más puro estilo americano) que en nuestro país, se dediquen a lo que se dediquen, ven cómo sus ambiciones las tienen que reducir al mínimo.
Tengo miedo de que vuelvan los recortes. De que se vuelvan a vulnerar los derechos laborales conseguidos por nuestros abuelos. Tengo miedo de volver a ver filas tanto en la oficina del paro como en las cocinas económicas. O peor aun, tener que estar en una de ellas. Tengo miedo de como será un futuro que se volverá más voraz en este neoliberalismo que tanto las izquierdas como las derechas han fomentado. Tengo miedo de Sánchez, tengo miedo de ambos Pablos, tengo miedo de Arrimadas y me aterroriza Abascal. Tengo miedo de que volvamos a pasar hambre, los desahucios, la inestabilidad social y económica. Tengo miedo a los conflictos que se están viviendo en nuestras cámaras de gobierno.
Tengo miedo de declaraciones que apoyan más a que todos vayamos masivamente a ser productores que a que se preocupen de nuestra salud. Tengo miedo de que vuelvan los años oscuros en los que el paro estaba en porcentajes increíbles. Tengo miedo de que las madres y padres tengan que volver a disimular que no tienen hambre para darles de comer a sus hijos. Tengo miedo de que el mundo vuelva a ser como antes porque creo que ya van dos piedras que nos enseñan que no vamos por el camino correcto. Tengo miedo de la decadencia de Estados Unidos. Más bien, de la actitud que tomará su frustrado presidente. Tengo miedo a que vuelva el odio al diferente, al extranjero, al homosexual, a la mujer, a todo aquel que no sea un hombre con traje y corbata y blanco que se embolse mínimo treinta mil euros al año, y de buena familia.
De lo que ya no tengo miedo, aunque sigan intentando inculcármelo, es a infectarme con un virus que, ya por el hecho de tocar un pomo y tocarme la cara, ya tengo posibilidades de que entre en mi sistema y me infecte. Tampoco tengo miedo de que las personas se levanten y se enfrenten a la policía para defender sus derechos. No tengo miedo de entrar en cualquier sitio cerrado para ver a alguien a quien admiro y darle un abrazo, aunque no convivamos. No tengo miedo de dormir y menos aun a no despertarme, mi somnifobia infantil no vuelve. Ahora de mayor veo en ello la única salida hacia un estado de calma que ansío.
De lo que sí tengo miedo es de las actitudes de la gente. De ese odio irracional al que no lleva mascarilla porque «es que no se da cuenta de que nos va a infectar a todos». De la brutalidad de las fuerzas de seguridad, a nivel mundial. Tengo miedo de la gente que hiere y de las reacciones de la gente que durante años se ha permitido herirla con total impunidad con el empleo del lenguaje más insensible: «ilegales», «rata contagiosa», «maricón de mierda», «buscona» ... Tengo miedo de que vuelvan los años en los que muchos éramos «vagos y maleantes» y que nos diagnostiquen con un trastorno límite de la personalidad para colocarnos dicho cartel, de forma sutil. Miedo de que las empresas vayan cerrando en España (y en el mundo) progresivamente.
Tengo miedo a tener que vivir una segunda crisis cuando aún no me he recuperado de los daños de la anterior. He vuelto a tener miedo de vivir, por segunda vez en mi generación.