España y Portugal en Europa, aventura compartida
La proximidad fraterna —mucho más que vecindad— de España y Portugal no ha dejado de nutrirse y fortalecerse en la experiencia europea.
Avanzado ya diciembre, avistando las Fiestas navideñas que tanto echamos de menos en lo peor de la lucha contra el Covid, el Parlamento Europeo (PE) celebra su Pleno en Estrasburgo. Con esta Sesión Plenaria, última de 2022, con una agenda repleta con asuntos que jalonan la etapa final de esta Legislatura 2019/2024 en que la Agenda Digital y de Inteligencia Artificial, la Agenda contra el Cambio Climático (Fit for 55), el nuevo Pacto de Migraciones y Asilo son emplazamientos cruciales para los que la Presidencia española (segunda mitad 2023) será sin duda decisiva.
Termina este año 2022 en que hemos celebrado efemérides de acontecimientos importantes: el más reciente, el 70 aniversario de la primera constitución del PE, en unas CCEE entonces integrada por los seis Estados fundadores. España se incorporaría en 1986 junto con Portugal, habiendo sido desde aquella fecha parte, invariablemente, de todos los avances europeístas y activo motor de integración supranacional europea.
La proximidad fraterna —mucho más que vecindad— de España y Portugal no ha dejado de nutrirse y fortalecerse en la experiencia europea. De modo que, si me lo permiten, no está de más dedicar unas líneas de fin de año a ponderar el valor de esta comunión ibérica de valores e intereses compartidos en la UE. A agenda compartida en la que, ciertamente, un deseable relanzamiento de la mirada europea hacia Latinoamérica —una prioridad exterior de la Presidencia española— es un botón de muestra, entre otros reseñables como la “excepción ibérica” con claro liderazgo de España y Portugal, que ha permitido rebajar nuestra factura energética y reducir la inflación hasta una cota mínima en el conjunto de la UE.
La narrativa de la UE insiste, desde sus orígenes, en la reconciliación franco alemana, puesto que Alemania y Francia se hicieron mutuamente la guerra durante largos siglos. En contraste, es un hecho que no haya resaltado nunca lo bastante cuánto ha favorecido la hermandad entre España y Portugal, que conocieron siglos de desconfianza mutua —interior y exterior— cuando no rivalidad y abierta competición, rayana en varias ocasiones en la guerra o escaramuzas de hostilidad explosiva.
Baste pensar, para valorar la importancia de su definitivo encuentro bajo la causa compartida de la integración europea, que también en 2022 se han cumplido nada menos que los 500 años de la inenarrable, titánica, estremecedora gesta de la primera vuelta al mundo (1519/1522) cuya autoría de disputan, en el espacio simbólico de la historiografía, Portugal reivindicando a Fernando de Magallanes (1480/1521) y España reivindicando la portentosa aventura de supervivencia culminada finalmente por Juan Sebastián Elcano (1476/1526).
Importa recordar aquí que la relación entre ambos navegantes de leyenda no fue nunca de amistad ni de cooperación, ni siquiera de confianza recíproca en sus respectivos historiales de experimentados marinos. Como han documentado cuantos historiadores han revisitado la gesta y sus tremendos episodios de sufrimiento y resistencia (partiendo del recuento elaborado por el escribano italiano Antonio de Pigafetta, uno de los 18 últimos supervivientes de la brutal peripecia), Elcano formó parte del grupo de capitanes y pilotos españoles que conspiraron contra Magallanes prácticamente desde el principio del viaje hasta culminar en el motín de la bahía de San Julián que fue reprimido duramente con el apresamiento del veedor Cartagena y la ejecución y descuartizamiento de Quesada y de Mendoza. Consciente de necesitar tripulantes capaces, Magallanes indultó a más de treinta amotinados entre los que se encontraba Elcano.
En lo demás, el origen luso de Magallanes, naturalizado español en 1518, le granjeó su descrédito como traidor a Portugal sin haber llegado nunca a ser plenamente aceptado como un par por los marinos españoles con los que se embarcó. La razón es históricamente relevante: la irreconciliable rivalidad entre los dos Reinos ibéricos en su expansión oceánica. La guerra abierta entre ambos hubiese sido inevitable, aunque solo consiguió conjurarse con la intercesión del corrupto Papa Borgia, Alejandro VI, que en el Tratado de Tordesillas (1494), tras el primer viaje de Colón y su arribada a Las Indias, dividió arbitrariamente la cartografía del orbe por entonces conocido en dos áreas de influencia mutuamente excluyentes.
De modo que, en el trasfondo del alucinante proyecto concebido por Magallanes (alcanzar las Molucas, ruta mítica ensoñada por el valor comercial de sus especies), viajando siempre hacia Occidente hasta encontrar un “paso” desde el Atlántico al otro lado del Océano sorteando el continente americano poniendo ruta hacia el sur, empecía como un peligro de vida o muerte tropezar con territorios o bajeles portugueses que pudiesen apresarles (como les sucedió a los desertores de la San Antonio, de los que sólo cuatro supervivientes llegaron a regresar a España tras indecibles padecimientos muchos años después).
De hecho, la arriesgadísima decisión adoptada por Elcano al mando La Victoria (único de los cinco barcos de la Armada inicial que sobrevivió a los desastres soportados por la flota en el curso de tres años), volver a España sorteando por el oeste el continente africano, rodeando Cabo Verde en dirección a Canarias y finalmente a Sanlúcar de Barrameda, España, hubo de arrostrar el peligro, siempre acechante y mortal, de la hostilidad portuguesa, enemigo encarnizado de la ambición española en todas las rutas de la mar.
En los últimos días de noviembre de este año 2022 muchos socialistas del mundo nos dimos cita en Madrid en el XXVI Congreso de la Internacional Socialista, en el que Pedro Sánchez fue proclamado presidente de este foro progresista y socialdemócrata global. Uno de los platos fuertes de este relanzamiento fue la conversación, siempre fraternal y entrañable entre los jefes de Gobierno de España y de Portugal, el formidable Antonio Costa.
Visualizar así la cálida y sólida complicidad entre los dos Estados europeos de la península ibérica, compartiendo su estrategia y su actuación frente a la Guerra de Putin y sus terribles consecuencias humanitarias, energéticas, económicas y sociales, es una expresiva imagen de un viaje de unidad en la historia, metáfora de la voluntad de la integración europea hacia una Unión más Perfecta, desde la diversidad, superadora de cualesquiera desencuentros anteriores.
Larga vida, España y Portugal. Larga vida, Unión Europea... Y felices Fiestas.