La polémica propuesta de un prestigioso epidemiólogo sueco para frenar la pandemia
Aboga por la propagación “controlada” del coronavirus entre los menores de 60 años, para centrar los esfuerzos en proteger a los más mayores
Las autoridades deben permitir la propagación “controlada” del coronavirus entre los menores de 60 años para centrar sus esfuerzos en proteger a los más mayores y a otros grupos poblacionales vulnerables, afirmó hoy el epidemiólogo sueco Johan Giesecke.
Giesecke compareció ante un comité parlamentario irlandés y en su intervención también advirtió de que la pandemia de la Covid-19 presenta una “amenaza” para la democracia, pues ha “otorgado a algunos un poder que no tenían antes”.
La clave, en su opinión, para amortiguar la crisis sanitaria es afrontarla con “cohesión social y estabilidad política”, confiando en la “responsabilidad” de la ciudadanía para seguir las recomendaciones de las voces especializadas, como ha ocurrido, recordó, en su propio país, donde se ha seguido un enfoque relativamente “laxo”.
Esta estrategia no ha estado exenta de polémica, pues la situación en Suecia era, sobre todo al comienzo de la pandemia, peor que en otros países escandinavos, si bien las cifras de contagios y mortalidad son ahora más similares a las de sus vecinos.
Giesecke destacó que en su país, por ejemplo, “no hay ley alguna” que impida a la ciudadanía salir a la calle: “La policía no te va a detener”. “Se trata de decirle a la gente que debe mantener la distancia social, lavarse las manos con frecuencia, estar en casa y aislarse si se encuentra mal. Cuando el Gobierno lanzó esas recomendaciones a mediados de marzo, el número de infecciones por contacto cayó un 70%”.
Todo ello, insistió, sin necesidad de introducir “leyes de emergencia” porque la “gente ha seguido haciéndolo” y, en realidad, “lo bueno” es que “no hemos cambiado nada en seis meses, mientras que otros países han activado y desactivado confinamientos y restricciones”.
El riesgo del olvido
Las autoridades sanitarias suecas informaron ayer, martes, de que en los últimos siete días se han registrado en Estocolmo 305 nuevos casos, frente a los 254 de la semana anterior, mientras que desde el inicio de la pandemia se verificaron en Suecia 89.436 infecciones con la SARS-CoV-2 y el número de fallecidos asciende a 870.
El riesgo es que la ciudadanía “se olvide del distanciamiento, que es más importante que las mascarillas”, las cuales no son obligatorias en Suecia, “ni siquiera en la escuela”, dijo hoy Giesecke, que señaló que la evidencia científica sobre la eficacia de las protecciones faciales es “muy débil”.
En cambio sí dio importancia al uso de equipos de protección personal (EPIs) entre el personal de residencias de ancianos, al que deben realizarse también frecuentes test para detectar a los asintomáticos.
Reconoció que es “imposible” frenar totalmente los contagios en los centros de cuidados de mayores, aunque es necesario “mantener la propagación tan baja como sea posible” y concentrar esfuerzos en “estos sitios”, donde, al menos en Suecia, se ha registrado “la mayoría de los fallecimientos”.
“Se debe aumentar la frecuencia de los test en las residencias y perseguir una política de rastreo de contactos agresiva. Es mucho trabajo y tampoco es útil al cien por cien, pero reduce los muertos, que debe ser el principal objetivo de nuestros esfuerzos”, subrayó Giesecke.
Al ser preguntado por la viabilidad de campañas de pruebas masivas entre el mayor número de población posible, el experto dudó de que el porcentaje de participantes sea lo suficientemente alto como para garantizar la eficacia de esta estrategia. “Irlanda es un país democrático. Seria difícil hacerlo obligatorio. Tampoco lo sería en Suecia, donde, por ejemplo, no es obligatorio que se hagan tests los que han estado en contacto con positivos”, dijo.
Giesecke concluyó su intervención instando a la ciudadanía a permanecer vigilante ante “las decisiones antidemocráticas” de aquellos “que recurren a leyes de emergencia cuando no son necesarias”.
Asimismo, se mostró pesimista respecto al fin de la crisis de la Covid-19, una enfermedad con la que “debemos aprender a vivir” durante quizá “tres, cinco o siete años”, a menos que “haya una “buena vacuna para Semana Santa, cosa que dudo”.