Noemí Casquet: “La gente compara el Satisfyer, que no tiene alma, con una persona que siente y se esfuerza”
La periodista especializada en sexualidad publica la novela erótica 'Zorras'.
Desde los 7 u 8 años escribía cuentos, y entonces ya le decía a su prima que sería “escritora de éxito”. Ahora, con 28, Noemí Casquet puede decir que lo ha logrado. La autora de Mala Mujer, que va por su octava edición, acaba de publicar la novela Zorras (Ediciones B), la primera parte de una trilogía que verá la luz a lo largo de 2020.
Aunque lleva años trabajando como periodista especializada en sexualidad, mucha gente empezó a conocerla tras su paso por el programa La Resistencia, de David Broncano, en el que Casquet pidió al presentador que manejara el mando del vibrador que ella tenía dentro. “No estaba acostumbrada a que la gente me parara por la calle, pero luego eso pasó, como pasa todo”, recuerda la escritora. A partir de aquel programa, que Casquet describe como “un ascensor” en su carrera, le tocó “seguir picando piedra”. Picando tecla, en este caso.
Pese a repetir “hasta la saciedad” que no es sexóloga, hay personas que le escriben para hacerle consultas clínicas, y otras que la acusan de intrusismo, algo que Casquet siempre ha negado. “Constantemente tengo que estar justificando que no soy sexóloga, no lo entiendo. A una periodista de moda nadie le pregunta si es modista, o a un periodista gastronómico si es chef”, señala.
Ahora, a su currículum como divulgadora y fundadora de la plataforma de educación sexoafectiva Santa Mandanga, Noemí Casquet añade la rúbrica de escritora de literatura erótica. Pero, ojo, no esperen ver en sus libros a “personajes femeninos sumisos que necesitan una figura masculina salvadora”. “Me he cansado de que se nos presente así”, afirma. “Nosotras podemos salvarnos solas”. Las mujeres que Casquet concibe en Zorras “quieren cumplir sus fantasías sexuales y tomar las riendas de su vida hacia la liberación”.
Desde pequeña te interesaba la escritura. ¿Y el sexo?
Siempre he tenido mucha curiosidad por mis genitales, por el mundo que me rodea, por mi cuerpo, como cualquier niño o niña. Pero, además, en mi casa ha sido muy importante la figura materna en temas de educación sexual. He tenido esa suerte y es algo que agradeceré siempre. Mi madre nunca tuvo ningún tabú para hablarme de sexo, así que a los 14 años, cuando empezó mi revolución sexual y empecé a experimentar el sexo oral, la penetración, etcétera, siempre tuve ahí a mi madre apoyándome. Si tenía alguna duda, siempre me escuchaba y me contestaba, no me juzgaba. Eso hacía que yo transmitiera a mis amigas ese mismo mensaje de una forma muy natural.
En mi casa nunca ha habido ningún tabú con respecto al sexo, y eso hizo que desde pequeña, de los 14 años en adelante, fuera un poco la gurú con mis amigas, hasta que a los 17 o 18 ya me sumergí en el sexo de una forma más profunda.
¿De dónde crees que viene el pudor hacia el sexo, o el hecho de que siga siendo tabú en ciertos contextos?
Creo que en parte depende de la generación, de la educación... Por ejemplo, a mi abuela le costó un poco más aceptar a lo que me dedico, pero luego lo ha entendido y ha entendido la importancia de la liberación. Romper con esos prejuicios es difícil, pero tenemos que ver que el sexo es parte de nuestra existencia, venimos de ahí, nuestra creación nace de ahí. Para mí, el sexo es la herramienta de revolución masiva más grande que tenemos, y por eso creo que ha sido tan callada y tan controlada por las instituciones.
¿Y qué lugar ocupa ahora el sexo para esas instituciones de las que hablas?
Cuando mantienes el sexo como algo misterioso, oculto, que da pudor, en una especie de limbo donde no termina de ser aceptado, supone también una herramienta de manipulación. Por ejemplo, cuando en un anuncio ves a un chico en coche, pasa por delante de una chica y la chica se gira a mirar el coche, ese coche en realidad es una extensión de su falo. Cuando te venden que tienes que ir depilada en verano, te están diciendo ‘depílate porque, si no, no vas a follar’. La publicidad ha utilizado el sexo y el sistema lo sigue utilizando para manipularnos y controlarnos. La consciencia es la enemiga de la manipulación. Si tuviéramos una sociedad abierta y consciente, no nos podrían manipular. Pero como el sexo todavía está en ese lugar medio enturbiado, en el que ahora se está aceptando que las mujeres nos masturbamos, pero ‘tampoco lo digas tan alto por si acaso’, sigue en manos de las instituciones, sean cuales sean.
En tu discurso se entremezclan sexualidad, manipulación, capitalismo y consumismo. ¿Qué lugar ocupa en todo esto el Satisfyer, que primero se consideró una herramienta del feminismo y luego ha sido cuestionado como tal?
El Satisfyer es el yin y el yang, como todo. Dentro de lo bueno hay algo malo y viceversa. La parte buena del Satisfyer es que, de repente, se ha visibilizado mucho el clítoris como órgano de placer de las personas que tienen coño; de repente se ha hablado mucho de la masturbación, hemos visto influencers que enseñaban su Satisfyer con total normalidad, y eso ha sido un paso más hacia la naturalización del sexo.
¿Cuál es el lado oscuro? Ahí entra el capital, porque ya no estamos hablando de masturbarte con tus propios dedos, sino con un aparato tecnológico que te da muchísimo placer pero tampoco hace que conozcas tu cuerpo. Estamos hablando del consumo momentáneo del fast food, la inmediatez, el ‘lo quiero ya’, la impaciencia para llegar al orgasmo. En 30 segundos puedes tener un orgasmo brutal con tu Satisfyer. ¿Dónde deja eso la relación con tu cuerpo, el saber qué cosas te gustan y qué otras no?
De algún modo, el Satisfyer también genera muchísima adicción. Como puedes tener orgasmos tan potentes en muy poco tiempo, hace que lo quieras utilizar varias veces al día o a la semana. Eso hace que tu mente se programe para recibir este placer; es decir, estás cortando casi toda la variedad de placer que puede recibir tu cuerpo, y lo estás centrando exclusivamente en la genitalidad.
Además, lo estás comparando con el sexo con otras personas. Mucha gente dice ‘es que el Satisfyer es mejor incluso que el sexo oral, es mejor que cuando follo con mi amante’, y eso es una falta de respeto a los cuerpos y a los seres que habitamos en este mundo. Estás comparando algo que no tiene alma, que no tiene vida, con una persona que siente, que se esfuerza, que forma parte de ese momento. Eso nos hace centrarnos en el consumo que se está dando a través de la cultura hookup, del ‘aquí te pillo, aquí te mato’, que acaba en una masturbación o consumismo de los cuerpos: cuando follas con una persona, te da igual realmente quién es, cómo siente o cómo se corre; lo único que te importa es su lengua, sus dedos o lo que tenga entre las piernas. Tenemos que romper con esto, por respeto hacia nuestro cuerpo y hacia el otro.
¿Cómo se deconstruye el amor romántico, del que sueles hablar?
El amor romántico, al que yo siempre le pongo la coletilla ‘de mierda’, son una serie de acciones que nos han aleccionado y adoctrinado para que sucedan dentro de las relaciones de pareja, como por ejemplo el sacrificio, las peleas o los celos como algo positivo, donde los polvos de después son la hostia. Es bastante tóxico y se sigue perpetuando en la literatura, el cine, la música y la cultura en general.
Pregúntate por qué haces las cosas que haces: ‘por qué actúo así cada vez que tengo que pareja’, ‘por qué tengo necesidad de tener pareja en este momento de mi vida’, ‘por qué tengo esta visión de que los hombres tienen que hacer esto y las mujeres lo otro’. Cuestiónate por qué te planteas las relaciones de una manera y qué es el amor para ti, al margen de lo que te hayan dicho.
Por ejemplo, hay gente que piensa ‘si mi pareja no me da una sorpresa por mi cumpleaños, me enfadaré’. Es posible que tu pareja no te dé esa sorpresa y que te genere frustración. Hay que trabajar mucho con las expectativas, porque no comunicamos los deseos. Si queremos acabar con el amor romántico, tenemos que pasar del plano imaginario de las expectativas al plano de la acción, y especialmente a las mujeres no se nos ha educado para ello. Si tú quieres algo, lo pides; si quieres esa fiesta, se lo comunicas a tu pareja. A partir de ahí, tu pareja puede hacerlo o puede decirte: ‘No me apetece’. Y no tienes por qué enfadarte, porque ahí entra también la libertad de esa persona y su capacidad de decidir lo que quiere y no quiere hacer.
Supongo que estás al tanto del debate surgido dentro del movimiento feminista entre quienes incluyen o no a las mujeres transexuales. ¿Qué piensas de esto?
No voy a dar voz a quienes no la merecen. Para mí, excluir a mujeres, sean del tipo que sean, de un movimiento que aboga por la equidad entre todos los seres y géneros no es feminismo.