Benjamín Prado: “A quien llamamos dirigentes son en realidad gente que manda pero obedece a otros”
Entrevista con el escritor, que publica 'Los dos reyes', una novela sobre España, Marruecos y el Sáhara: "No sé si volverán a dejarme entrar en Marruecos".
“Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros”. Esta frase de Antonio Machado acompaña a Benjamín Prado (Madrid, 1961) prácticamente todos los días de su vida. “A la política le pasa como a los fosfatos, sin ella no podemos vivir, está en todo”, dice el poeta y escritor en una entrevista con El HuffPost.
Que escoja la comparación con los fosfatos no es casual. Benjamín Prado acaba de publicar la novela Los dos reyes (Alfaguara), una historia sobre España, Marruecos y la lucha por el Sáhara occidental, el único territorio en África pendiente de descolonización, en el que España actúa –sobre el papel– como potencia administradora y donde se encuentra uno de los mayores yacimientos de fosfatos del mundo.
Prado asegura que su idea de la política “es social”, que no tiene “ideología sino ideas”, y que lo que defiende, “por encima del color de las banderas”, tiene que ver con “la justicia, la equidad y aquello en lo que se basa la democracia”. “Las banderas son muy peligrosas, además, porque siempre van apoyadas sobre un palo”, zanja.
En su sexta entrega de la serie protagonizada por el profesor y detective Juan Urbano, Benjamín Prado combina una vez más las tareas de historiador, investigador y novelista. “Lo que pretendo con estas novelas es que la gente se entretenga y conozca de otra manera episodios de la historia que no están del todo claros, o sobre los que se ha establecido una especie de verdad oficial que parece no dejar sitio a otra investigación”, explica el escritor. Porque “una cosa es pasar las páginas y otra cosa es arrancarlas, y en España se han arrancado muchas”, sostiene.
Qué oportuna una novela que tiene de fondo la trama de la Marcha Verde y el Sáhara justo ahora. ¿Ha sido casualidad, coincidencia en el tiempo?
Ha sido pura casualidad, y es la segunda vez que me pasa. El anterior libro de la serie, Todo lo carga el diablo, contaba la historia de la industria farmacéutica española, y en medio saltó la pandemia. Tuve que llamar a la editora para pedirle añadir una frase al final diciendo que parecía que había una pandemia. Con esta ha pasado exactamente lo mismo. Cuando vi todo lo del Sáhara, no me lo podía creer. Una vez más, también le dije a la editora: déjame que añada una frase al final de la novela diciendo que alguien oye por la radio que otra vez se va a volver a regalar el Sáhara a Marruecos.
Ahora estoy pensando en escribir una novela que diga qué número va a tocar en la Lotería, a ver si nos hacemos ricos todos (ríe).
El tema del Sáhara le interesa desde hace tiempo. ¿Qué pensó cuando, un viernes de marzo por la tarde, saltó la noticia de la carta del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al rey de Marruecos, Mohamed VI, diciendo que su postura sobre el Sáhara era la más realista?
Es la historia de siempre, básicamente. Ya en el libro cuento la historia de Hassan II, que ve la posibilidad de ocupar, conquistar, o reconquistar según él, el Sáhara Occidental y los muchísimos bienes naturales que hay ahí. El rey ve entonces la posibilidad de reafirmar una posición que era débil. Marruecos se tomaba un poco a broma a Hassan II. A partir de ahí se convierte en un líder. Y esto no es muy distinto a lo que hace su hijo [Mohamed VI, actual monarca], que cada vez que tiene un problema abre las puertas de Ceuta y empieza a hablar de que Ceuta y Melilla son de Marruecos; es una técnica de la monarquía alauí muy característica.
Aparentemente, esta táctica un tanto sucia funciona.
Funciona porque no tienen nada que perder. No sé si volverán a dejarme entrar en Marruecos después de la novela, no les gustan que cuentes los negocios de toda clase que tiene la monarquía alauí, una de las grandes fortunas del mundo y los dueños de un país en el que gran parte de la gente vive en la miseria. Tienen intereses en todos los sectores, también en el saqueo de arena del Sáhara para venderla a empresas inmobiliarias y turísticas. Muchas playas españolas están repobladas con esa arena que llega en los barcos de El Aaiún a las Canarias. Y por la parte española, el abandono del Sáhara es tremendo.
Cuenta cómo Hassan II se salvó misteriosamente de dos golpes de Estado. Parece que todas las historias de monarcas y monarquías se construyen sobre un buen componente épico.
Así es. Las monarquías y todo lo demás. Pienso en el caso del Sáhara y de la Marcha Verde, que también se menciona en el libro. Normalmente se habla de una lucha, de una pérdida de lugares, pero en realidad de lo que estamos hablando es de dinero, como siempre. En el Sáhara hay mucho dinero. Hablas por un teléfono cuyos componentes necesitan arena, pisas un suelo cuyos componentes necesitan arena, vas a una playa en la que te gusta que haya arena, viajas por autopistas que necesitan arena para ser construidas. La arena es un bien del que se sacan muchos millones. Pero además, en el Sáhara están las principales reservas de fosfatos del planeta, y sin fosfatos no existe nada, no vivimos. El día que se acaben los fosfatos se acaba todo, son imprescindibles para que crezcan los alimentos y para nuestro cuerpo.
Más allá de lo heroico, de lo emblemático y lo patriótico, estamos hablando de lo de siempre: el dinero. En el Sáhara, hay muchas empresas, entre otras casi todas las grandes del IBEX 35, que tienen diversos intereses.
¿De ahí, entonces, el hecho de que los dirigentes progresistas españoles cambien de opinión sobre el Sáhara una vez que llegan al poder?
El problema es que a eso que llamamos dirigentes son en realidad gente que manda pero obedece a otros. El gran poder de este mundo, el dinero, es el que maneja todos esos hilos. Hay muchísimo, muchísimo dinero de por medio, y muchos intereses.
Y me sorprende, por ejemplo, que hablemos del muro de Trump y no de la valla del Sáhara, una de las mayores del mundo. Marruecos es lo que es, está donde está, tiene las relaciones que tiene con Estados Unidos, cumple una función muy importante de contención del radicalismo islámico, y en torno a esa suma de condiciones pasan muchísimas cosas, y al final de todas ellas casi siempre está la palabra dinero.
También quería preguntarle por Almudena Grandes, de la que era muy amigo.
Sí. La novela está dedicada a su memoria, de hecho. El plan era que Almudena iba a presentar todos los tomos de la serie, los diez que se supone que va a haber, y así fue con los primeros. Cuando llegó la época de Todo lo carga el diablo, dije: “Almu, ve poniéndote la mantilla de presentadora”. Y me dijo: “Bueno, a ver qué pasa, tengo un pequeño problema, ya te contaré”. Y así me enteré de que Almudena tenía cáncer. Al principio no quería contarlo, pensaba que era una cosa de la que podía salir pronto.
Veo que aún la sigue teniendo muy presente a día de hoy.
Almudena era una hermana para mí, era una persona de la familia. Yo sigo en un estado de incredulidad.
¿Cómo vivió los primeros días tras su muerte, cuando las enormes muestras de cariño de la gente se vieron enfangadas por los rifirrafes y los feos de la derecha en Madrid?
Creo que el homenaje popular que se hizo a Almudena Grandes fue tan inaudito que su entierro me pareció el último del siglo XIX. Y luego, de tontos no hablo. Fue tan emocionante ver a la gente con los libros de Almudena utilizados a modo de bandera –en este caso sí me gustan las banderas–. Fue una cosa tan espontánea, tan bonita, de alguna manera un premio a su lucha de tantos años en favor de los débiles, de los perdedores, contra los abusos. Quien siembra vientos recoge tempestades y quien siembra respeto y democracia recoge lo mismo.