En el fondo somos unos 'losers'
Si una cosa ha sacado a la luz esta crisis, de entre todas la vergüenzas que todavía conseguíamos esconder, es el interior de nuestras casas.
Hay una cosa con la que estoy absolutamente fascinada y que si hubiera visto en una serie distópica me habría estremecido e hipnotizado a partes iguales, pero, una vez más, la superficialidad de la vacía vida de cartón piedra en la que vivimos se adelanta a la ficción y la realidad me sorprende: los displays para videollamadas.
Con displays me refiero a los fondos tipo escenario que aparecen detrás cuando hablamos con alguien por teléfono, Zoom, Skype, Facetime y aplicaciones varias que brotan como yemas florales en esta primavera pandémica.
Si una cosa ha sacado a la luz esta crisis, de entre todas la vergüenzas que todavía conseguíamos esconder, es el interior de nuestras casas. Se ha destapado nuestra más secreta intimidad aireando, como quien sacude la alfombra, nuestras aberraciones decorativas más sangrantes. En estos días ponerse delante de la televisión es un profundo riesgo para la retina comprobando que esas personas a las que tenías cierto respeto, porque evidentemente no las conocías apenas, han mancillado las normas más básicas de la estética y han dilapidado cualquier canon de belleza normativa y orgánica. Periodistas que intervienen en programas desde sus salones con cuadros infames detrás, o peor, con figuras de marquetería que llenan una estantería, destapando así oscuros hobbies propios de un asesino en serie. Colores de paredes imposibles que acompañan a invasivos gotelés, habitaciones iluminadas por bombillas de interrogatorio de una cárcel norcoreana, peluches aterradores que asoman detrás de sus cabezas, incluso piezas de caza disecadas en ocasiones, figuritas del primo lejano de Lladró o alacenas de madera de nogal con cubertería y cristalería dentro, heredadas de una tía segunda, o lo que es peor, del dueño de tu piso de alquiler que ni te has molestado en quitar desde hace tres años.
Y como no debo de ser la única a la que le sangran los ojos cuando ve eso, grandes empresas comercializan los fondos de pantalla fake para que tu vida sea un poco más irreal, absurda y falsa de lo que ya son todas. Ya saben, como todos creemos ser distintos en esta alienación infinita, aquí tienen su pequeña gama destinada a cada perfil de consumidor y consumidora.
Para las personas que no se han leído un libro en su vida, que piensan que Los Miserables es un musical y Víctor Hugo un señor de telenovela de nombre compuesto, tienen el maravilloso fondo de pantalla librería, el hit de esta pandemia. Una estantería inmensa llena de títulos clásicos y modernos, que cuenta con novela, y por supuesto, con sesudos ensayos para hacer las delicias intelectuales de la gente que interviene en los distintos programas televisivos haciendo recomendaciones pseudo intelectualoides, opinando de la última fake news o contando cómo se ha producido el más reciente envío de material de China (de donde proviene, por cierto, también, su fondo de pantalla).
Para los que viven en un piso mínimo de alquiler con paredes amarillas y gotelé del gordo, pero se compran camisas de flores, llevan barba recortada y se remangan los vaqueros, el fondo hípster es ideal. Mientras hablan con sus colegas djs, artistas, actrices o influencers, disponen de un fondo con un aparador danés de teca en vez de su consola de DM, con una estantería String de los años 70, una lámpara de pie de arco grande es fundamental, o mejor, una FASE de color pastel a conjunto de un acogedor Chester.
Pero el fondo que está por encima (o mejor dicho por detrás) de todos los fondos, es el fondo Merlos. Para aquellos que no se comen un colín, y menos ahora en tiempos de pandemia, un display con tías en pelotas pasando por detrás mientras estás hablando con tus colegas es una maravilla. Según la hora de tu llamada puedes escoger que pasen con una bandeja de desayuno, de comida o de cena, bikini o ropa interior, pero siempre, ya saben, con los pezones cubiertos, porque luego es fundamental subir un pantallazo de la videollamada a las redes y no queremos censuras después de lo que nos ha costado el fondo.
Muchas personas estos días dicen que vivimos como en una película, yo les digo que llevamos mucho tiempo viviendo en una, o más bien, en cortometrajes que duran lo que dura un vídeo en Twitter. Nuestras redes sociales son los escenarios perfectos y nosotras y nosotros los actores que buscamos aplausos facilones a cambio de enseñar el culo por la ventanilla del autobús como adolescentes. Escenarios que además ahora podemos cambiar a nuestro gusto, poner el fondo que más nos apetezca según la película que queramos vender, pero no se equivoquen, en cuanto los quitamos, aflora la realidad que nos rodea. Y la realidad es que, por mucho cambio de atrezzo, el final de la película es el mismo. En el fondo, somos unos losers.