El testimonio de Vitaly a su vuelta del infierno de Jersón: "Aquí, al menos, no caen bombas, pero necesito volver"
Tras nueve meses bajo la represión rusa, tuvo que dejar su casa para salvar su propia vida en un periplo interminable hasta regresar a España. Ahora cuenta su experiencia.
“Aquí, al menos, no caen bombas cerca de mi casa, pero quiero volver; necesito volver”. Habla Vitaly, un joven ucraniano de Jersón con residencia española. Lo hace ya en la casa de su familia, a orillas del Mediterráneo, pero con Ucrania constantemente en la cabeza. Sabe que se puede huir de las bombas, pero no de su recuerdo.
Vitaly es hijo de Julio Suárez, un empresario con actividad en Ucrania. Ambos, uno en zona de guerra y otro desde España, han sido claves en la ayuda a una población privada de los bienes más básicos desde febrero. Al joven ucraniano-español le ha tocado la parte más dura: ir puerta por puerta repartiendo comida, medicamentos y sorteando la represión de las tropas invasoras.
Ahora atiende a El HuffPost en su casa de ‘aquí’. Pese a su voluntad por seguir ayudando a los suyos, asumió que Jersón ya era una ratonera en la que no quedaba más opción que salir si quería sobrevivir. Pero le pesa, cuenta: “Estoy tranquilo y feliz de poder estar con mi familia, pero sigo preocupado por lo que pasa en mi país. Es imposible olvidarme ni siquiera unos minutos de aquello, porque aunque aquí no te caigan las bombas, las tengo muy presentes”.
La que fue primera gran conquista rusa a los pocos días de invasión y meses después se convirtió su mayor derrota es hoy una ciudad rota, inhóspita, pero para nada un enclave abandonado, como se podría pensar. “Aún queda bastante gente, no sé decirte si un tercio de la que había hace meses, pero calculo unas 60.000 personas; muchas de ellas aún que no tienen otro sitio donde ir”, explica este joven.
Gente que, añade, “está muriendo víctimas de las bombas rusas que siguen cayendo a diario” desde que Ucrania la recuperó en noviembre. Pero no todos los que persisten lo hacen por falta de alternativa. Aún hay otros quienes reparten comida, fármacos... “pese a que hoy es un gran peligro simplemente estar en Jersón”. Ucrania confirma ataques recurrentes del ejército ruso, con decenas de muertos en las últimas semanas.
La salida de un territorio maldito
Le fue difícil dar el paso, pero tras meses al límite de sus propias fuerzas, Vitaly optó por volver a España por razones de seguridad. Su periplo duró meses, desde que el Kremlin dio orden de evacuar la ciudad al verse acorralado por la contraofensiva ucraniana. Buscando un refugio seguro —si es que existe eso en un país en guerra— inició la aventura de cruzar la zona bajo dominio ruso, un camino que fue especialmente peligroso en sus últimos días.
“Había dos opciones, salir por Crimea, ruta controlada por Rusia y relativamente más fácil, y otra al este de Jersón, pero este era un camino terrible. Sé de gente que ha tenido que esperar días para poder salir y pasar dos o tres noches al raso, mientras seguían cayendo bombas. Ha muerto gente esperando salir de allí”, rememora afectado.
Por eso, prosigue, optó por aceptar el ‘camino ruso’ hacia la anexionada Península de Crimea. “Allí estuve dos meses y luego pasé por Rusia hasta llegar a Georgia. Desde este país ya pude volar a España”, recuerda, celebrando al menos poder haber pasado el fin de año con su familia, a la que volvió a ver días antes de las campanadas.
Lo cuenta rápido, pero de inmediato se detiene. “Es que aquello fue duro, muy duro, pasé muchas horas sin dormir. Y pasamos mucho miedo, no te voy a engañar”. “Por ejemplo, en la frontera rusa en Crimea me detuvieron para interrogarme en dos ocasiones, a la entrada y a la salida,. Tres horas en cada ocasión y me quitaron el móvil para conectarlo a un ordenador para ver qué fotos y vídeos guardaba... Hasta me hicieron quitarme la camiseta por si tenía tatuajes asociados al Ejército o partidos ucranianos”.
¿Qué hubiera pasado de tenerlos? le preguntamos. Pasan unos segundos de silencio tenso. No lo sabe pero lo intuye. Más silencio. “Afortunadamente, con mis documentos pude demostrar que había estado ayudando a la población y no en cuestiones políticas o militares”, retoma de golpe.
La vida en la guerra
Desde que pisó suelo español se le agolpan los recuerdos. Ese “imposible olvidarme” le acompaña en todo momento. Su testimonio es el de una ciudad que cambió una posición modélica, como referente del sur del país, a un infierno.
“Desde que comenzó la guerra la gente salía a la calle con mucho miedo. Muchas tiendas, muchos supermercados estaban cerrados y encontrar comida era difícil. Mis amigos y yo somos afortunados por tener contactos con proveedores que nos permitieron conseguir alimentos o medicamentos básicos”. Pasta, arroz, leche..., enumera
Ahí entra en juego la censura y el pillaje al que Moscú sometió a Jersón, del que Vitaly salió casi indemne: “Recuerdo un día que me detuvieron en la carretera y tras revisarnos dos horas nos quitaron unas cajas de medicamentos entre amenazas de detención. Querían asustarnos. Pero yo enseñé mi carné de Cruz Roja y pude salir pese al susto. Otros conocidos míos no pueden decir lo mismo; les han quitado comida, dinero y hasta el coche en algún caso”.
Las batallas que no se ven: la simple supervivencia
Insiste en su carácter de trabajador humanitario cuando se le plantea qué puede pasar en los próximos meses de un conflicto cronificado, ya bajo los rigores del frío extremo en un país reventado a bombazos. “Yo no te puedo hacer un análisis de la guerra, solo te puedo decir lo que he visto y lo que hoy me llega de mi gente allí. Y lo que sé es que está peor que nunca a nivel humanitario”.
“Caen más bombas, porque si antes los ataques eran a instalaciones militares, ahora los objetivos son cualquier punto: casas, infraestructuras críticas, hospitales...”, confiesa dolido recordando conversaciones con su gente.
Son las ‘otras’ víctimas, las que sufren la guerra y hasta mueren por ella, pero sin necesidad de sufrir un ataque armado. Basta con no poder encender la calefacción cuando el termómetro baja, por mucho, de los cero grados.
“Al mundo le llega mucha información, pero no es suficiente, porque la guerra se nota en todo el país, no solo donde hay frente ahora y no siempre se sabe esto”. “En Ucrania hoy la gente está muriendo de frío, sin necesidad de una bomba cerca. Por ejemplo, esta noche en Járkov están a 20 bajo cero y allí y en tantas ciudades hay millones de personas sin luz, sin calefacción, o como mucho con dos o tres horas de suministro eléctrico. La fotografía es similar en Odesa o Mikolaiv, donde conserva contactos.
Por ello, aunque esté “aquí”, no puede olvidar a los de “allí”. Desde su domicilio en España asegura estar buscando apoyos para llevar a su tierra generadores eléctricos, leña, gasolina... y “asegurar la supervivencia y las evacuaciones en los peores puntos”.
La distancia no hace el olvido y los 4.000 kilómetros que separan sus dos casas no son óbice para seguir trabajando. “Estoy 24 horas operativo al teléfono”. De hecho, ya prepara su regreso, aunque no pueda dar pistas por seguridad.