El Prado y Cai Guo-Qiang según Isabel Coixet
En lugar de realizar un documental didáctico, la cineasta catalana opta por emular la propia personalidad del artista chino.
Doscientos años de arte en El Prado. Dos siglos de inspiración y de emoción. Al igual que dos centurias no se cumplen todos los días, el arte tampoco surge de manera ordinaria, es necesaria una completa entrega y un talento acorde. Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.
Cai Guo-Qiang es uno de ellos. A través de su arte, que siempre tiene un aspecto performativo y que abarca desde la pintura más ortodoxa, de influencia rusa y francesa del siglo XIX, a espectáculos pirotécnicos o el empleo de la pólvora, Guo-Qiang ha brindado la posibilidad de establecer un vínculo con los antepasados, con el ánima de cuantos formaron parte de la legión artística pretérita.
En El espíritu de la pintura (2017) Isabel Coixet capta el dinamismo del arte singular de Cai Guo-Qiang de manera formidable. En lugar de realizar un documental didáctico, en el que se plasme el cuerpo teórico y cierto grado de puesta en escena en la ejecución de sus obras, Coixet opta por emular la propia personalidad del artista chino, aportando sensación, movimiento y color, por encima de postulados cinematográficos prototípicos.
En este sentido, su documental, tan artístico como la propia obra de Guo-Qiang, se decanta por un carácter impresionista tan acertado como revelador, alejándose de la reproducción cronológica, de la narración imperativa, para viajar por los recodos de la creación artística, imbuyéndose del espíritu de Guo-Qiang y dejando traslucir su proceso de ideación plástica. A decir verdad, pocos cineastas se atreven con un estilo cinematográfico impresionista, centrado por completo en la expresión emocional y psicológica de la realidad.
Su trayectoria por el Museo del Prado, los autores que le influenciaron, el diálogo que establece con quienes le precedieron o, incluso, el ansia por conectar a nivel espiritual con artistas como El Greco, Goya, Tiziano, Rubens o el esquivo Velázquez contribuye a modular un documental que bien podría haber sido firmado por Germaine Dulac, Jean Epstein o Abel Gance.
Aunque apenas alcanza los cincuenta minutos, El espíritu de la pintura es un documental imprescindible para todos aquellos que conciban el universo documental de un modo ajeno a toda injerencia televisiva y a su omnipotente formato reporteril, considerado por muchos como sinónimo de representación documental.
Hace apenas un par de días, alguien me realizó una cuestión poderosa e inteligente, relativa a en qué medida el documental puede ser considerado cine, y si este hecho determina su relación con la realidad.
Por supuesto, le comenté que el documental siempre posee una ligazón con el mundo, pero no está llamado a ejercer de testigo equidistante ni tampoco frío, ya que no es un reportaje periodístico. En sus inicios, el cine era testimonial, una mera cámara que se apostaba en un lugar concreto para tomar vistas. En ellas se captaba la realidad, por descontado, y se exponía de modo fidedigno y hasta aséptico. No se veía más allá de lo que la mirada del camarógrafo determinaba con su encuadre.
Este fenómeno pronto se vio superado por la recreación de la realidad, añadiendo el matiz de la representación (cine de ficción) y, al mismo tiempo, estableciendo una doble vertiente: la plasmación fría de los hechos, sin intencionalidad artística (noticiarios de los que, después, derivaría el reportaje periodístico), y la exposición de estos con creatividad mediante, es decir, el documental.
En casos como El espíritu de la pintura, la maestra Isabel Coixet dibuja un recorrido cinematográfico con su mirada exquisita, en el que se pone en valor la necesidad de desligar el documental del mero reporte de hechos, datos, declaraciones o realidades. El documental tiene una visión, una intencionalidad, y ambas permean la narración de forma ineludible.
Por eso, no importa de dónde viene Cai Guo-Qiang o a dónde va, ni tampoco saber cuál es su formación, sus familiares ni el motivo que le empujó a decantarse por la pólvora en lugar de los pinceles. La información se suprime para atender a la emoción, a la ejecución in situ de su obra, a la puesta en práctica de su arte a través de una cámara que se atreve a acercarse a sus trazos, a las detonaciones, a los cuadros. Una lente que desnuda a Cai Guo-Qiang y que nos aporta información de su presente, sin importar un ápice su devenir ni tampoco su historia.
Sin duda, El espíritu de la pintura es una magnífica oportunidad para entender qué es un documental y, lo que es más importante, por qué en el arte son muchos los llamados y pocos los elegidos.
Y es que, desde hace tiempo es evidente que, al igual que Guo-Qiang, Isabel Coixet es una de las elegidas.